5.

1444 Words
Pero todo no acabó ahí para mí, mis papás no se creían que me había caído, ellos intuían que había querido acabar con mi vida y me obligaron a asistir con un especialista, un psicólogo, una pérdida de tiempo para mí. Mamá no me dejaba solo casi nunca, y solo después de unas semanas, cuando vieron que era el mismo de siempre aflojó el control. Emil estaba al tanto, gracias a su abuelo. Un día después de volver a casa vino a verme. No lo quería ver, aún me dolía su traición en mis sueños. De todos modos, él, siempre encontraba la manera de venir a mí. Y se dio la forma de llegar a mi dormitorio. Se veía reluciente, atractivo, tímido y encantador. Tuve que mirar a otro lado para no demostrarle lo que me causaba su presencia. —¿Por qué lo hiciste? Yo le miré sin comprender su pregunta. El que tenía que hacer preguntas era yo, y él, según yo en ese momento me debía explicaciones. —Sé que trataste de quitarte la vida. En ese momento sentí rabia hacia él por ser tan directo. ¿No podía dejarlo en el pasado y ya? —Lo hice por tu culpa. Me dices que me amas. Me besas, me seduces, y me traicionas con ese tu amigo, con el que siempre te veo. Debo estar enfermo para haberte tomado enserio. A pesar de que mis palabras le eran hirientes él me escuchaba con atención. —Eso es imposible, jamás podría… —trataba de excusarse, de convencerme del error, pero mis oídos estaban cerrados a sus palabras. Yo quería que sintiera mi dolor, el dolor que me había causado. Sueño o no, él era el responsable. —Me aburre escucharte. Vete, déjame en paz. No quiero volver a verte… —Perdóname, mi intención jamás fue lastimarte. —Con paso seguro se fue acercando para abrazarme, yo quería decirle que me soltara, pero no me salían las palabras. Mi boca parecía sellada. —Ahora veo el dolor que sientes, si pudiera sacártelo de encima lo haría. Aunque tengo que admitir que me alegra saber que sientes lo mismo por mí, que correspondes al amor que te tengo. Max… yo te amo. —Sus labios eran como agua fresca en el desierto, seguido de una paz relajante. En sus brazos me sentía bien. Era un sentimiento genuino, ¿lo amaba? Emil, Emil. Me dolía el corazón. —¡Basta de mentirme! Estoy seguro que les dices a TODOS lo mismo. —Pero no era capaz de abrirme y contarle el infierno que vivía sin él. Cuando estábamos juntos, mi mundo se reducía a él. El tiempo, un tesoro esquivo, que deseaba retrasar para tenerlo a mi lado. Emil tocaba el violín en la orquesta de la escuela. Cuando practicaba, sus acordes atravesaban las paredes y me llegaban al alma. Me traían su imagen, su figura. Era imposible concentrarme en nada. Emil tocaba para mí. Yo lo sabía mucho antes de que me lo confesara. —Cuando estás cerca, y sé que mis notas van a llegarte, toco con el corazón, pienso en vos y entonces mi música eres tú, es el amor que te tengo y te siento, mi mente se concentra en vos y deseo, suplico que mi música sean mis manos, que te toquen y acaricien. Emil era extraño. Era único. Todo el que lo conocía lo sabía, en torno a él se creaba historias disparatadas. Cosa que yo trataba de mantener a raya. Un día escuché que tenía el poder de seducir con su violín. Otro día un chico decía que le había visto pelear con chicos de otros cursos, y que incluso a uno de ellos le había roto la nariz. Cuando le pregunté si todo eso eran inventos me contestó sonriendo. —No me gusta pelear. Lo que a él le encantaba más que tocar el violín era jugar fútbol. Pero a él, el violín le abría las puertas del mundo. Por entonces yo no sabía que varios conservatorios nacionales e internacionales tenían puestos su interés en él. Más tarde su abuelo me contaría que por esas fechas tenía que decidirse por uno y él se negaba a hacerlo. Emil jamás me contaba cosas de ese estilo, hablábamos de muchas cosas, pero jamás de cosas tan mundanas como esa. Desde que recuerdo me conmovía los conciertos de violín, a los quince, insistí hasta el cansancio para que me inscribieran en alguna escuela, pero papá decía que eso no era para hombres y a mamá no le importaba. Al final mamá contrató un maestro privado y venía cada tarde por medio, pero yo, a pesar de que me esforzaba no parecía contar con suficiente habilidad, y eso sumado a los constantes comentarios de papá “¿Por qué mejor y te buscas un verdadero pasatiempo?” “Espero que la música no te vuelva demasiado sensible” Con todo ese arsenal diario, al mes renuncié. No era bueno, lo sabía, pero aun así amaba los conciertos de violinista. Por eso, cuando lo escuché la primera vez, aun cuando aún no lo conocía de nada, su música me cautivó. Yo jamás le conté sobre aquello, era imposible que lo estuviera inventando. Quizás era cierto y él era la otra mitad de mi alma, mi alma gemela. —Siempre me ha encantado el futbol, pero algo en mi corazón me decía que tenía que amar la música, en especial este instrumento. Aprendí a tocar el violín gracias a mi abuelo, él pagó para que aprendiera. Emil me arrastró al salón de música. Ahí tenía su violín. Se paró en frente del escenario, e hizo una venia. Interpretó el soneto de Tartini, el grito del Diablo. Lo hacía a la perfección. Yo sabía que era un soneto muy difícil de ejecutar, y él lo hacía con bravura y pasión. En ese momento su mirada adquiría una pasión descontrolada. Tal fue la emoción que sentía al escucharle que me quedé pasmado, una violenta emoción me despertó al verle sumergido en la interpretación, cada nota era perfecta. Lo amaba y le tenía envidia. Quería besar sus manos, sus labios. Emil poseía el arte en su sangre. Con Emil no necesitaba palabras, no necesitaba elaborar temas de conversación. A veces el silencio nos bastaba. Caminábamos muchas tardes por la orilla de aquella laguna, en el que hace mucho había intentado acabar mis días. Y había días negros en la que sacaba, injustamente con él todo el resentimiento que tenía hacia el mundo. —El mundo está cambiando, y los cambios suelen asustar, es normal… —El cambio es inevitable, nadie puede evitarlo. —¡Yo no cambiaré! No pienso hacerlo. Seré la misma persona que soy hoy cuando tenga cuarenta —era la primera vez que le habría mi corazón—. Mis papás se divorcian, ya jamás los tendré juntos. En un mes voy a cumplir dieciocho, y quiero seguir viviendo en la casa que crecí. Pero ellos la venderán para dividirse el dinero. Son unos egoístas. Él no dijo nada en absoluto, pero no hacia faltan, se apoyó en mi hombro, en ese momento sentía que el dolor se adormecía y se desvanecía. —El amor no es eterno. No existe algo así. —Yo te amo ahora. Ámame hoy y deja de pensar en el mañana. Esta es la vida. Esto no cambiará mañana. No me queda tiempo. —Lo dices a menudo “Se me acaba el tiempo” En ese instante Emil soltó un suspiro, como si sintiera algún peso encima. —Dejaré este mundo antes que llegue la navidad. —¡Qué dices! No andes inventando cosas. No podía estar hablando en serio, nadie era dueño de su futuro, no de esa forma. No le creía. Cuando en nuestras salidas coincidíamos con alguno de mis conocidos simplemente me mantenía en silencioso, a Emil le quedaba claro que aquello me incomodaba, sino era que me avergonzaba de tener algo con él. Pero jamás le escuché quejarse. —Sé que prefieres mantenerlo en secreto… no hay problema, seré discreto. Lo que me importa es estar contigo y sobre todo que te sientas bien. Pero, oye, mira el año en el que estamos, esto debería ser normal para cualquier persona, sin embargo, no podría presionarte, esperaré hasta que sientas que es el momento. Y yo sacaba mi veneno al verme sobrepasado por su bondad. Me portaba frío, mezquino y le recriminaba. Que me guste un chico no era algo que quería exponer ante el mundo. —Todo esto resultaría mucho más fácil si fueras mujer. Emil se mantenía callado, resistiendo mis insultos y agresiones. Eso enardecía mi egoísmo, hacía que me sintiera poca cosa a su lado. —¿Por qué me soportas? –le preguntaba cada vez que me arrepentía tras herirlo. —¿Por qué debería no hacerlo?
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