6.

926 Words
Una tarde, cuando estaba solo, Hugo y Nacho, con los que solía reunirme para pasar el rato antes de conocerle se me acercaron. —Es raro verte por acá, Castello, oye… no hace mucho nos llegó un rumor, que te reunías con un marica de tercero… ¿tienes algo que decirnos? ¿Te gustan los putitos? Aquello me tomó por sorpresa. Alcé los hombros desentendiéndome del asunto. —Son inventos… —Me lo imaginaba, te conocemos desde la primaria y jamás vimos nada raro en tu comportamiento. Si fuera tú, haría algo con esos rumores, suelen ser perjudiciales a largo plazo. Quizás te dé una mano con ese asunto, después de todo somos amigos, ¿no es así? Nos estamos viendo. En ese momento estaba lejos de entender que, con esa pequeña charla había marcado mi destino y el de Emil. Recuerdo que en una de las muchas conversaciones Emil me decía “Puedes mentirle al mundo, y eso está bien si es tu elección, e incluso puedes mentirme a mí, si lo deseas, pero mentirte a ti mismo es como estar muerto. Llegado el día esa verdad que tanto quieres ocultarte saldrá y se pondrá como ahora mismo hace el sol en tu rostro. Será inevitable que lo haga” Cuán ciertas y certeras eran sus palabras, pero entonces yo no comprendía, me sentía perdido, todo aquello era nuevo para mí y temía las repercusiones. Ambos medíamos igual, va, uno o dos centímetros de diferencia, Emil era dos años menor que yo, y era mucho más maduro que cualquiera de mi entorno. Tenía un aura diferente, un misterio le rodeaba, eso era lo que lo convertía en el objeto del deseo de muchos, yo lo deseaba en todas las formas posibles. —Cuando me necesites y no tengas el celular con batería, cosa que te pasa a menudo, sólo debes pensar en mí y llamarme con el corazón. Yo te escucharé y de cualquier forma llegaré a ti. —¿Esté en dónde esté? —yo como siempre tenía mis dudas al respecto y no me lo creía. —Así es—respondía muy seguro de si. —¿Y si estuviera en j***n? —Muy probablemente tardaría un poco más en aparecerme. Pero me tendrás ahí. Me enseñó una técnica, según él, infalible. —En realidad es ciencia, nada más. —me decía, pero cuando yo lo practicaba no funcionaba. Siempre las discusiones eran de dinero. Mamá lloraba encerrada en su dormitorio y papá le gritaba. En una de sus tantas peleas me enteré que estábamos a punto de perder la casa, por las malas decisiones de papá. La situación era insostenible al punto de que muy pronto ya no podrían pagar la mensualidad de la escuela. Ante esa crisis mi mamá no soportó el peso y un par de días más tarde intentó quitarse la vida. Papá y yo la encontramos con las venas abiertas dentro de la tina. Nunca voy a olvidar, la tina inundada con su sangre. Papá la llevó al hospital y me obligó a quedarme en casa. Encerrado en esas paredes me sentía inútil. Mamá se moría en un frío hospital. En ese momento odiaba a mi padre por obligarme a quedarme solo. Quería verla. Lo único que podía hacer era distraerme, pero cuando nada tenía sentido para mí, apareció Emil, en la puerta. No necesitaba contarle nada, él me daba su amor y calor incondicional sin esperar nada, ni una sola palabra. Subimos a mi habitación, era la segunda vez que lo tenía ahí y lo único que yo podía hacer era llorar como un nene chiquito por mamá. Pero su calor, su cercanía hizo que me sintiera bien. De repente, volvía a ser un adolescente, me sentía atraído hacia él. Emil bajó su mano hasta ese lugar, no hice nada para evitarlo. Me tocó por primera vez. De repente estaba excitado, ahora era yo quien recorría con fervor cada parte de su cuerpo, al mismo tiempo que él me tocaba. Sentía unas fuertes ganas de hacerle el amor. Emil me contuvo. —Detente… no puedo… —No importa, lo quiero… —Yo… nunca antes lo hice. —Siempre hay una primera vez… dámelo… Emil me abrazaba, pero yo quería hacerlo. —Si me tomas, solo te pido que pase lo que pase desde hoy jamás me dejes. —Bien, eso es un hecho. Entonces su hermoso rostro se oscureció. Parecía estar muy lejos de aquí. —Es una promesa. Max, nunca me dejes, si lo haces me quitaré la vida. Yo creía entenderle, pero la verdad era que estaba lejos de comprender la agudeza de sus palabras. Me manejaba la pasión, pero al verle tan entregado a mí, me contuve. Ardía en deseo, quería hacerle el amor en el medio de mi habitación, mientras mamá se debatía entre la vida y la muerte, pero Emil merecía más que eso. Le desnudé para deleite mío. Y nos abrazamos. —Emil… —¿Amor? —Te mentí… aquella vez…tenía razón, lo sentí, sentí esa cosa blanca que me llevaba contigo, pero yo… El me cerró la boca con un beso, alegremente. —Sabía que me mentías… te amo para siempre, somos almas gemelas, lo supe el mismo momento en el que te vi la primera vez. No me dejes nunca Max, pase lo que pase, yo estaré contigo. ¿Por qué me resultaba tan difícil mostrarme al mundo tal como me nacía ser? Porque sentía miedo. He vivido gobernado por el miedo desde que tengo memoria. Temía hacer llorar a mamá, temía despertar la cólera de papá. Temía ser el hazme reír de mis compañeros. No vivía. Temía. Y eso no era vivir.
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