Cuando Emil me llevó a su casa nadie me veía con asco, cuando me presentó a Lucila, su mamá, ella me abrazó.
—¡Eres tú! Emil no deja de hablarme de ti, ya siento que eres mi hijo. Ven aquí pequeño.
Su familia era cálida, amorosa. La otra cara de la mía. En la mesa no discutían, eran risas contenidas. Cálidas conversaciones de todo y de nada.
Ahí me enteré que Emil tenía dos hermanos mayores y uno de su misma edad. Camil, su hermano gemelo, del que casi nunca hablaba, aunque vivía con su abuelo, no se llevaban bien.
De sus hermanos mayores, uno estaba en el ejército y el otro era alguien muy conocido en el ambiente de la música, del que no viene al caso mencionar. Sus fotos cubrían gran parte del living de su casa. Emil lo admiraba y se mantenían comunicados. Su papá había fallecido cuando todavía no nacía. De manera que su mamá trabajaba doble turno para costear todos los gastos y la escuela a la que íbamos era de las más caras de ese entonces.
Más tarde se unieron a la cena un par de sus amigos, Matías y Bruno. Este último le miraba diferente, eso me molestaba, sabía que sentía algo por Emil. Estaba seguro.
Pero Emil me tomaba de la mano aferrándose a mí, sin importarle nadie más. Siendo dos años menor que yo, se mostraba maduro y seguro, admiraba la manera en que enfrentaba todo aquello, si tan sólo hubiera tenido la décima parte de su valentía, jamás habría dejado que ocurra lo que sucedió en los siguientes meses.
—¿Me amas?
—Sí.
—¿Cuánto?
—El tamaño del universo.
Me llenaba de besos. Sus ojos vidriosos, libidos, me miraban con deseo. Me sentía amado. Emil me amaba más de lo que yo supe amarlo. Él se merecía el mundo entero, pero a cambio, el malévolo destino me puso en su camino.
—¿Existe alguna manera de evitarlo?
—No estoy seguro.
—¿Tenías alguna forma para evitar el futuro que dices tenemos?
Emil se quedó pensativo y luego de un breve silencio.
—No haberte hablado nunca. Eso jamás me lo perdonaría. Lo que tenemos es mágico ¿no lo crees? ¿Dime cuántas personas conoces que se amen como nosotros? Prefiero tenerte a mi lado y vivir tu amor, lo que vaya a pasar pasará, pero nada podrá robarme este dulce momento contigo.
—¿Incluso si luego se cumple ese presagio?
Emil me abrazaba con todas sus fuerzas, con desesperación, como si resistiera a soltarse.
—Te amo. Elegí tu amor.
—¿Qué será de mi sin ti?
—Serás feliz. Lo sé.
—¿Cómo puedes decirme esto?
—Estaré aquí, en tu corazón cada vez que me recuerdes, que me necesites. ¿No es perfecto? Ya nada podrá separarnos.
Todo aquello me enfermaba, ¿cómo podía decirme todo aquello sin verse afectado? Cada vez que lo mencionaba sentía que me moría. Sin él yo ya no era nada. Apenas un alma en pena. Luego, venía su silencio. Ya no lo toleraba. Necesitaba estar solo. Pero él no me soltaba y me seguía a donde fuera.
Mamá regresó a casa a la semana, nunca tocaba el tema. Era como si nunca hubiera pasado nada. Ella se mostraba alegre, aunque algo distante y siempre que podía me hablaba de Martina. Luego entendí que el motivo.
Desde que la agencia de papá se había independizado, había ido, paulatinamente en picada, ya sea a malas decisiones y también debido su vicio, su única opción para sacarla a flote era que volviera a ser socios de los exitosos López. Y Qué mejor forma de acercarse que por medio de su hija Martina.
Mamá sabía que yo le gustaba, y cada que podía la llevaba a casa, yo con una u otra excusa solía huir. Una de esas veces me dijo:
—Sal con ella, sería una buena excusa para encontrarnos con los López.
Pero no era algo que quisiera hacer por iniciativa propia, ya ni me acordaba de ella, pero si con eso ayudaba a mi familia, lo haría.
Martina y yo salimos, la llevé al cine, eligió una película romántica en la que me pasé cabeceando, más allá de eso no pasó nada fuera de lo normal.
Mi esfuerzo trajo un acercamiento entre nuestros padres.
Por otra parte, siempre supe que le agradaba a la mamá de Martina, recuerdo que cuando éramos pequeños las escuchaba emocionada planificando nuestra boda.
Ahora todo aquello estaba de nuestra parte.
Como yo lo veía, salir con Martina no era algo importante, era algo que se tenía que hacer, una obligación familiar, un acto de presencia y poco menos, no sentía que traicionaba a Emil. Ya que entre Martina y yo jamás hubo besos, y en algún punto no parecía que yo le agradaba. Por encontrarse en la misma situación incómoda que yo, la trataba con amabilidad y nada más.
Un viernes, en la escuela, todos estaban reunidos en las canchas de futbol, se disputaba la final del campeonato y el equipo ganador se iría de viaje a Punta del Este, entre otros premios.
Nunca me habría enterado que el equipo de Emil era uno de los finalistas, si no fuera que sentí su llamado.
Era como la primera vez, la luz blanquecina me fue envolviendo y esta vez me dejé llevar. Una vez más me arrastró hasta la cacha de futbol.
Y de repente, por un instante, que me pareció eterno Emil, que tenía la pelota entre los pies, se detuvo al verme llegar.
Me miraba fijamente como si nada a nuestro alrededor existiera.
El partido se había detenido.
Emil no escuchaba los reclamos ni el pitido de los árbitros. Su atención estaba centrada en mí y yo me sentía atraído hacia él, como si tuviera un imán.
Recuerdo que murmuró algo que no llegué a entender, solo entonces, volvió a moverse y se reanudó el partido.
¿Por qué me quería tener ahí en ese momento?
Vi el marcador, el escore estaba empatado, faltaba tan solo cinco minutos y si ninguno de los equipos anotaba un gol se irían a penales.
Emil estaba concentrado en ganar la pelota. Era el delantero de su equipo. La pelota volvió a llegar a sus pies, y en cuestión de segundos, me miró de vuelta. No hacía falta nada más para entenderle. Anotaría un gol y lo hacía para mí.
La tribuna gritó GOL y el partido terminó.
Solo entonces vi a Nacho en el otro equipo que se retiraban de la cancha amargados, mientras, el equipo de Emil festejaba.