8.

1247 Words
Mucho más tarde nos encontramos a orillas del arroyo. —Haré todo lo que me pidas. —contestó con esa voz suave, cortés y comedido. —Todo menos darme eso… Emil me abrazaba en silencio, me besaba en el cuello y yo en mi mezquindad lo torturaba con cientos de recriminaciones. —No me amas. —¡Qué dices! Te amo más de lo que crees. —Seguro tienes amantes, claro que los tienes. Ahora que eres el héroe de tu equipo. Lo obligaba a soltarme y me apartaba. Iba alejándome, y él venía por detrás, lloraba en silencio. Fui cruel, lo admito, estaba ciego con mis propios problemas y no me daba cuenta cuánto lo dañaba. Aunque pasábamos la mayoría de las tardes juntos, en la escuela apenas nos veíamos, siempre que lo veía, trataba de evitar cruzarme en su camino. Me incomodaba lo que se decía de él, fuera cierto o falso. Y cuando era inevitable todo aquello, sus amigos se quedaban mirándome, como si conocieran un secreto del que yo no tenía la menor idea. —Oh, amor, no lo odies, Matías no podría hacerte daño, él te ama. Mucho antes de que yo te conociera. —No es posible… le escuché hablarte mal de mí a mis espaldas. —Estaba dolido porque nunca te fijaste en él, pero ya entendió, llegará el momento para que puedan estar juntos… —Dices cosas bastante extrañas… a veces no puedo creerte. Como sea ¿dices que le gusto? —Desde luego que sí, él te ama y lo seguirá haciendo luego de que yo me haya ido. —No es posible. —¿El qué? —Que te vayas… no lo permitiré. —Amor, no suele funcionar de esa forma. Cuando terminó el otoño, mamá me engañó para que pasara el fin de semana en casa. Había invitado en mi nombre a Ana que volvía de Chile. Cuando la vi, me arrepentí por no devolverle al menos una de las muchas llamadas y de los tantos mensajes que me había escrito en el transcurso del tiempo. En cuanto a su salud, se veía delicada, parecía que cualquier sobresalto la mandaría al hospital. Esa tarde, parecía que el tiempo no avanzaba y lo único que podía hacer era escuchar la charla que ellas tenían y cada tanto afirmar algo. Era tedioso. Prefería estar en cualquier lugar menos ahí. Cuando su papá vino a buscarla, mamá me felicitó, me dijo que era todo un caballero, y al fin pude marcharme. Fui a la laguna para ver a Emil, pero no estaba, era sábado y los sábados iba a visitar a su abuelo, lo había olvidado. Me quedé un buen rato observando las aguas turbias, negras. Esa noche no había luna. Caminaba por la orilla sin rumbo, en ese momento, me parecía el mejor lugar del mundo. Me senté y cerré los ojos y puse en práctica el ejercicio que Emil me había enseñado. No sé cuánto tiempo lo hice, cuando unas frías manos me taparon los ojos. Era él. Ya sea coincidencia o no, estaba ahí. —Es la primera vez que me llamas. —Se aferró a mi cuerpo y nos besamos. Cuando regresábamos por la carretera, las luces del pavimento revelaron un par de moretones negros en sus brazos. —No es nada… uno que andaba buscándome pleito, desde hace tiempo lo humillé delante de todos. Y por más que le insistía no quería soltar los nombres. Luego de mucho tiempo Matías me contaría que desde principios de año, Nacho y dos chicos más de mi curso, lo molestaban cada vez que se lo encontraban, lo llamaban marica, entre otras cosas peores, pero Emil no se apocaba, y los humillaba de todas las formas posibles, pero con eso se había ganado el odio y el repudio de esos dos y conseguían hacerle maldades de las peores formas posibles. Todo eso Emil jamás me lo mencionaba, y yo nunca había notado, si siquiera sospechaba que pasaba eso a mí alrededor, claramente estaba ciego, no me lo perdonaría jamás. Cuando, tiempo después me lo contó Matías ya toda la desgracia estaba hecha. Una mañana antes de terminar las clases se me notificó que por elección de las chicas de mi aula se me había elegido como rey de la fiesta. Desde luego que yo no deseaba serlo, entre muchas excusas porque no sabía bailar. Era ridículo que no se me hubiese consultado, pero era como un deber que se acataba en silencio y resignación. La maestra de danza nos reunió a la salida. Paty, una chica tímida con la que apenas y había intercalado saludo ese año sería la reina. Y se la veía bastante nerviosa. No era para menos, pensé en ese momento que se sentía como yo. La maestra nos enseñó los pasos básicos y nos hizo practicar. Paty tenía las manos húmedas, y creo que temblaba, pero se estrechaba tanto a mí que llegué a sentirme incómodo, ella parecía una enamorada. En ese momento vi por la puerta a Emil seguido de Matías quienes iban de pasada. Matías debió vernos e hizo que Emil regresara para verme en esa situación incómoda. Más tarde, cuando le pude contar Emil abrió los ojos al momento de enterarse, no era algo que le gustara, no después de lo ocurrido antes. —Ya la envidio. —admitió con tristeza. —La verdad es que preferiría no ir… —Pero qué dices amor… ¿y plantarla? ¿Sabes lo feo que se siente eso? Ve y baila, cierra los ojos y piensa en mí y entonces será como si estuviera ahí contigo. —Serás el rey más atractivo del mundo. Pero era un fastidio, tenia que ir cada tarde a practicar el baile, y él, con sus prácticas, ya no nos quedaba mucho tiempo para estar juntos. Recuerdo que para el aniversario de la escuela nos llevaron de campamento a Temaiken, El curso de Emil iba también, me lo encontré en el restaurante que estaba destinado para la merienda, en el que llevábamos esperando alrededor de una hora. Yo iba acompañado con y x, ellos hablaban del súper clásico, me distraje al verle. —Y vos Castello, ¿vendrás o no? Ya se me habían agotado todas las excusas para no ir. —Supongo… —Perfecto, te llamo a las 8 para quedar. Oye, vamos ver qué onda con la comida… Y ambos se fueron. Parecía que las luces perdían intensidad. Emil se sentaba en una mesa del rincón, estaba con las manos apoyadas en la barbilla. Al verle rodeado de sus amigos, mi nerviosismo me resultaba patético. Le saludé con un gesto y él se me vino encima. Contuve el aliento. Pero él estaba distraído que no pudo darse cuenta. —No entiendo por qué tenemos que esperar. Vení Max. —su largo brazo me rodeó y me llevó con él. — ¿A dónde vamos? —Tranquilo, te gustará…, además me muero de hambre… Nos alejamos del resto, en el camino vi que nos miraban y me sentía patéticamente cohibido. Pero él siempre me contagiaba su alegría. —Solíamos venir seguido con papá, mira allá. Detrás de unos árboles, oculto de los ojos una pequeña cafetería estaba abierta. Pedimos lo único que servían a esa hora. Devoramos entre los dos una docena de sándwiches de miga, algo viejas pero deliciosas, quizás porque estaba con él.
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