9.

889 Words
Ignoraba que Emil era víctima de ese par de monstruos. Y que todo cuanto pasaba ocurría en mi presencia, de haberlo sospechando siquiera, pero Emil no tenía forma, yo mismo me había encargado de dejarlo muy claro que yo no pensaba exponerme. Desde luego yo era un hipócrita, y él me amaba, y protegía. En la escuela, muchos no toleraban que los superase. En todo lo que Emil hacía los dejaba muy atrás y ellos no lo podían aceptar. Era superior a esa banda de ignorantes al que por entonces consideraba mis amigos. Siempre que no lo veía en los pasillos, o en la salida, lo encontraba en la laguna. —Max… lo estuve meditando… creo que ha llegado el momento… Emil se ruborizó intensamente y sus ojos se le humedecieron, sin embargo, una sonrisa se dibujó en sus labios. —Hazlo. Ámame. Tenía miedo… ya sabes… es la primera vez que… —enrojeció. En ese momento no me lo esperaba, no después de tanto insistirle. —Aquí ¿ahora mismo? —Sí, ¿por qué no? ¿No es nuestro lugar secreto? Hace tiempo que lo deseas hacer y yo… —Tengo muchas ganas…. Ya lo sabes… quiero que sea especial ¿Qué te parece luego de la fiesta? En ese momento alcé la vista y le vi sonriendo. —Me fascina la idea… eso es en dos días. Amor… no podré ir a la fiesta, mi abuelo está delicado y mi hermano no podrá cuidarlo, así que tengo que hacerlo yo. Eso me cayó mal, pero no se podía hacer nada al respecto. …. Ese día, desde que desperté sentía una fuerte aflicción, que con el transcurso de las horas trataba de ignorar, pero no era algo físico, era una molestia constantemente presente, y me advertía que algo muy malo iba a ocurrir. Pero estaba lejos de imaginar el grado. Ese día era la fiesta de fin de año, por lo que no había clases y había quedado ir con Emil por la mañana, pero al ver que había líos en casa tuve que regresar a casa. Aquello no era algo que me guste, pero no podía dejar que mis papás se lastimaran. No me quedaba tiempo para ir hasta la casa de su abuelo, tenía que estar puntual en la escuela para dar por inaugurado la fiesta y para las fotos. Estaba tan ajetreado que no me había fijado que tenía varias llamadas perdidas y un centenar de mensajes en el celular. Justo antes de entrar al salón de baile, donde todo el mundo esperaba vernos, revisé a la rápida el celular y fue cuando los vi. Quería leerlos, pero en ese momento las luces se encendieron y teníamos que entrar. Paty sonreía y se sujetaba de mi brazo. El baile duraría cómo mínimo cinco minutos y ya. Luego sería libre. Esa noche sería especial para Emil y para mí y lo festejaríamos juntos. Sentía su llamado, aquello me quemaba en el pecho, y jalaba hacia afuera con una urgencia alarmante, pero por no dejarla plantada delante de todos, tenía que quedarme al menos hasta que termine el primer baile. Mi mente estaba lejos. Estaba intranquilo. Nunca había deseado que el tiempo pase tan deprisa como en ese momento. Esos cinco minutos me parecieron una eternidad, una lenta agonía. Mientras Paty me miraba, pretendiendo adivinar mi secreto. Yo sonreía de labios para afuera. De repente ella me besó. Era tan inesperado e incómodo que no pude reaccionar a tiempo y solo cuando ella se apartó me di cuenta de lo que di a entender. Solo cuando ella se apartó lo vi parado en la puerta. Emil estaba solo y me miraba fijamente. Me había visto besándola. Traté soltarme de Paty enseguida pero no lo conseguía. Cuando la música cambió la solté con torpeza y me vi envuelto por un mar de personas que se disponían a bailar, y me impedían salir de ahí. Cuando llegué hasta la puerta ya no estaba. Emil se había marchado. Lo primero que se me vino a la cabeza era buscarlo en el arroyo. Allá no estaba. Esperé un largo rato antes de decidirme ir a su casa. Allá nadie me abría la puerta. Recordé los mensajes y me puse a leerlos. Abrí uno cualquiera era de Matías: “¿Dónde estás? Emil te necesita… 00:30 am” Ese era un mensaje de la noche anterior. Y recordé que había cancelado nuestra salida, por las insistencias de mamá. Luego abrí el siguiente. Era de Emil: "Perdoname. No pude evitarlo" ¿Pero qué era lo que pasaba? No tenía forma de saberlo. Llamé de inmediato a su teléfono. A la tercera, me contestó, pero no me decía nada, se limitaba a escucharme. —¡Emil! ¡Emil! ¿Dónde estás? No es lo que crees. ¿Me escuchas? Y colgó. Volví a llamar. Esta vez escuché una voz diferente. Era Matías quien me respondía. —Max, es demasiado tarde… Estaba ansioso y lo que más deseaba en ese momento era escuchar a Emil. —¿Para qué? Oye ¿me pasas con Emil? —Él no puede… lo siento… —Sólo pásamelo, ponle al teléfono. —No, no entiendes… él se ha…muerto.
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