10.

828 Words
Desde ese momento mi vida no es la misma. No puedo terminar de escribir aquello que me parte el alma. Incluso diez años después me resulta imposible asumirlo. Pienso que sólo está molesto y todo es parte de un castigo… Luego de aquello, no recuerdo cómo llegué a su casa. Me veo como en tercera persona. Subiendo las escaleras. Ese escenario ya lo había visto yo… ¿dónde? El agua de la tina lo inundaba todo, su mamá postrada de rodillas suplicando le llamaba, ¡Emil, Emil! Ahogué un grito. Emil estaba… Al verle pálido perdí la conciencia. Si me preguntas qué pasó luego, no puedo explicártelo, no lo sé. Desperté en el hospital con un suero en los brazos y nadie, por más que exigiera por más que destruyera todo al paso me permitían salir. Estaba preso, secuestrado en esas paredes. Quería ver a Emil. Sea cual fuera la pregunta que me hiciera yo contestaba. “Quiero ver a Emil” Mi situación no mejoraba. Mis padres lloraban, me exigían, me suplicaba que reaccione. Y yo: — ¡Quiero ver a Emil! Un día Matías vino a verme. Le pregunté por qué no venía Emil. Su silencio me trastornaba. Rompía todo, llegué a golpearlo, pero de igual forma volvía a visitarme. —Quiero ver a Emil. —¿No lo entiendes aun? Se ha ido. —Traérmelo de vuelta. Es tu amigo. —No puedo. ¿No lo entiendes? ¡Está muerto! Su mamá me contó que tú lo viste. —¡Eso no, no es cierto! ¡MIENTE! —Es la verdad, ¿por qué no lo aceptas como todo el mundo? —¡MIENTES! ¡MIENTES! Me sedaban para mantenerme tranquilo, pero eso no era suficiente, en cuanto la lucidez volvía, volvía el dolor. A principios del siguiente año volvió. Entre mis divagaciones pude escucharle decir que se iba para Francia. Me hablaba con cariño, como si alguna vez me hubiera estimado. —¿Tú sabes por qué lo hizo? —Perdóname, pero tu mamá me pidió que no te lo mencionara. —Por favor te lo suplico… necesito saber. —No puedo… los doctores me dejaron entrar a verte solo si me comprometía a no tocar ese tema… pienso volver a verte si no mejoras… pero si quieres saber lo que le pasó, debes salir de aquí, cúrate. Eres fuerte. Una parte de mi prefería quedar en la ignorancia, asumir que Emil me había abandonado. Que se había aburrido de mí. Pero la otra, la que lo necesitaba no me dejaba en paz. Tuve que buscar la fortaleza y asumir que tenía como mínimo aparentar cordura. Que lo había asumido. Aceptaba que él había… Lo tomé como un papel de teatro. Actuaría de Max restablecido. Bastaba con eso. Tres meses tardé en convencer al mundo de que había vuelto en mí. Pero cuando saqué un pie del hospital, un miedo me embargó. Temía saber. La necesidad de saber lo que había pasado se disipaba por el miedo a confirmar que era yo el responsable. Tardé un mes en dar el siguiente paso. Llamé a Matías. Se sorprendió al escuchar mi voz. Nos citamos en un restaurante. Pero me arrepentí en cuanto entré. Salí huyendo de ¿qué? de mí mismo, talvez. Deambulé por horas, hasta que, por el ruido característico, me di cuenta que había llegado a nuestro arroyo. En un arrebato de emociones caí de rodillas, lloraba. Emil, Emil. Apretaba los ojos con la ilusión de que al abrirlos lo tendría al frente. Nada tenía sentido ya. Mi vida estaba vacía. Decidí que tenía que irme con él. Comencé a entrar al arroyo, ese que tantas veces nos acogía, y que era testigo de nuestro amor. Esta vez no estaba él para impedirlo. Moriría. Una fuerza que salía del arroyo me empujó hacia atrás, era como si el arroyo rechazara darme el abrazo. Volví a intentarlo. Pero entonces pude escuchar una voz en la lejanía. —No lo hagas Max, ¡no me dejes! Esa no era la voz de Emil. Giré hacia atrás y le vi. Era Matías que me abrazaba para impedirme aquello. Tal era su expresión de dolor que me detuve. Como si hubiese olvidado lo que hacía allí, me detuve. —¿Por qué lloras? ¿Qué haces aquí? Matías me abrazaba en silencio. Y dejé que me sacara de ahí. Tenía el carro a la orilla. Me hizo subir como si fuera un niño. En ese momento estaba seco por dentro. Era como si todo sentimiento me hubiera abandonado. Matías me miraba a los ojos. Y vi su tristeza. —Te vi saliendo del restaurante y te seguí. Casi no llego a tiempo —su voz se quebraba, pero ¿por qué? ¿Por qué le importaba lo que me pase? Ya no podía sentir dolor. No sentía. Mi mente estaba en blanco. —Supongo esperas que te cuente…
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD