—Que te jodan.— Su respuesta fue furiosa. Todo su comportamiento había cambiado. Se recostó, retiró el pie y se cruzó de brazos.
—Lo siento, no estaba seguro. Nunca había estado en una situación como esta.
—Eres muy amable. Me encantó tu compasión. Necesito dejar de sentirme como un amante inútil y, francamente, quiero un buen polvo. Vale.
—Está bien. ¿De verdad quieres una foto de mi pene?
—Sí, claro que sí. Puedo guardarlo en mi billetera y enseñárselo a mis amigas como si fuera mi novio.
—Estás bromeando.
Ella se rió. —Sí, es broma. Ahora toma esa foto, antes de que se quede flácida y tenga que ir al baño a aguantarme.
—Qué guarrilla—, dijo mientras se dirigía al baño de hombres.
Dave fue a un cubículo y se sacó la polla extendida, desprendiendo la piel del prepucio y apoyándola contra la pared de azulejos blancos para tomar la foto. Tomó cinco fotos únicas, así que tenía algo que le gustaría. Hizo pis y se lo guardó en los pantalones antes de volver a su asiento. Al cruzar la sala, vio que ella no estaba. Estaba en el escenario hablando y riendo con la cantante.
—Que se joda esa zorra.— Lo había abandonado, incluso se había llevado su copa de vino. Allí estaba, enfrascada en una conversación con el cantante...
Se sentó a la mesa, sintiéndose ridículo con las fotos de p***s en su teléfono. Consideró borrarlas. ¡Qué tonto había sido! Ella le estaba dando el rollo. Debería haberlo pensado mejor.
—Joder, joder, joder.— Estaba tan decepcionado; no podía entender si era el sexo que se perdería o porque realmente le había gustado la chica o porque ella era la segunda chica esa noche que lo humillaba.
De repente ella estaba allí, de pie en la mesa.
—Muéstrame tu pene—, dijo ella.
—Tomé algunas fotografías.
—Bueno, dámelas para que las mire.
Ella los repasó lentamente en su teléfono y con mucha concentración.
—Supongo que hacía tiempo que no me excitaba. Ya pasará, pero por poco.
—Eres un imbécil...
—Puta, asegúrate de no llamarme con la palabra P o se acabó todo.
—¡Qué pasada! Quítate las bragas para que pueda verte el coño.
—Está bien, iré a casa de damas.
—No, quítatelos aquí y ahora, quiero ver tu coño guiñándome un ojo.
—No, la gente lo notará.
—No, no lo harán. Haz lo que te digo y quítate esas bragas.
—¡Que te jodan!
—Bueno, los dejo con el cantante. —Se levantó, bebió el último sorbo de vino y se giró para salir del bar.
—Que te jodan, vale, pero ven y siéntate frente a mí para protegerme.
—De acuerdo.— Se sentó. Ella se movió en la silla y se pasó las manos por el trasero para sacarse las bragas. Llevaba ropa interior blanca de encaje que no le cubría las nalgas; solo le pasaba una tira de tela por el trasero y adornaba la parte superior de la cintura con encaje, con una pequeña V sobre sus partes íntimas. Si antes no estaba excitado, ahora sí.
—¿Estás seguro de que quieres esto? No me parece justo.
—La vida no es justa. Quítate esas bragas ahora o me iré por encima del músico.
—Bastardo.
—¡Ahora! Empezaste esto con las fotos de la polla. Quítalas ya y dámelas.
—Imbécil—, murmuró mientras terminaba de quitarse la ropa interior.
—Buena chica, ahora dámelos. —Frunció el ceño al pasarlos, acurrucándose bajo la mesa junto a él.
—Ahora voltea hacia mí y abre las piernas. Necesito ver que no eres un gorila peludo ahí abajo, si no, no hay trato.
—¿Quieres que te lo muestre en público?
—No es público. Abre las piernas para que pueda ver qué me toca esta noche.
Abrió los muslos un instante, dejando este hermoso montículo, sin que se viera nada, como medio melocotón al final de su torso. Él pensó: "Tengo ganas de ver más de esto y jugar con él durante horas".
—Ahora, cuando el camarero venga a sustituirnos las bebidas, asegúrate de actuar como lo hacías cuando llevabas bragas.
—No haré lo que tú digas.
—¡No discutas, lo hiciste! Quiero que vea ese coño desnudo.
—Mierda, eres un completo imbécil.
—Vaya, vaya, primera pelea de amantes. Ya te mereces una buena tunda por tu comportamiento anterior, y ahora va a peor. Quizá tenga que buscar una cuchara de madera, no la palma de la mano.
—ojalá.
—¿Otra copa, amigos?— El camarero había regresado como si hubiera oído la conversación. Dave se dio cuenta de que el camarero se había colocado sobre su hombro, lo que le permitía una vista espléndida entre las extremidades de su compañera. Le hizo una señal para que se abriera. Ella lo miró con expresión sombría. Volvió a hacer una señal, y ella obedeció. Sonrió. Tenía la victoria, todo el control, fantástico. Sus piernas se separaron, revelando ese maravilloso montículo blanco. Podía oír el silbido a través de los dientes del camarero.
—¿Tienes lo que necesitas?— Le preguntó al chico.
—Sí señor, gracias señor.
—Un placer.— Dave le sonrió a su compañera. Ella volvió a fruncir el ceño.
—Genial, otra vez, cuando lo entrega. Le dio un subidón; creo que va a volver a frotarse.
—No esperaba poder hacerlo, pero vaya si reaccionó al ver mi coño. Creo que tienes razón. Él también quiere follarme. La próxima vez le echaré un buen vistazo.
—Buena chica, eres fantástica cuando recibes un pequeño empujón.
—¿Podemos irnos cuando terminemos este vino? Estoy bastante emocionada, no necesito que me animen más.
—Claro, sólo dale al camarero otra buena mirada.
—Eres un sucio cabrón.
—Sí.
Le costaba entender por qué se comportaba así con esa joven; no sabía nada de ella, ni siquiera su nombre. Se habían enganchado como si se conocieran de años. Dave pensó que su actitud de indiferencia provenía del fuerte rechazo de Terresa. Ella se habría marchado disgustada si él le hubiera pedido que se quitara la ropa interior en público, y sin duda quería fotos de su pene. Rompieron de una forma tan horrible que puso fin a su relación.
No estaba dispuesto a invertir nada en una nueva relación. Demasiado pronto, lo habían echado de una relación. Pero vaya, esta chica era divertida. Sigue siendo un imbécil y verás adónde te lleva. Nada que perder, se dijo.
—¿Cuál es el plan?—, preguntó su compañero. —¿En mi casa y ver a dos maricas follándose el culo, el suyo o el suyo?
—La mía también podría ser interesante, ¿sabes?—. Dave rió. Casi quería contarle su historia, pero no necesitaba compasión. Decidió que si Teresa y John seguían allí, iría al dormitorio. Si no, no importaba. Le encantaría que entraran y lo acompañaran azotando a su nuevo amigo en el sofá.
—¿Entonces por qué dices eso?— preguntó ella.
Se inclinó, la besó y le dijo: —No me preocupa lo que será. Es mío, pero es mi casa, mis reglas, y te voy a dar una paliza.
—Ojalá —rió ella mientras se levantaban—. Tengo ganas de orinar, espérame en la puerta.
—De acuerdo.— Quién sabe qué nos deparará la vida, pensó mientras cruzaba la habitación hacia las puertas dobles de madera. Lo sabía. Sería más abierto y diría lo que pensaba con más frecuencia, diciendo lo que realmente pensaba, en lugar de encerrarse en el mundo de su anterior relación. Este era un viaje divertido, y quería que siguiera siendo divertido para siempre.
Esperaba que el viaje en taxi a casa fuera igual de divertido y sin sorpresas al llegar a su piso. Se daría cuenta de que su vida nunca volvería a ser la misma, que ella cambiaría por completo su perspectiva y la de muchos otros. Realmente se llevó la palma. No podía creer lo rápido que se le había metido en la piel.