CAPÍTULO UNO (EL INICIO DE MI DESGRACIA)
Desperté en medio de una crisis de tos, había estado resfriada durante dos semanas y todo a causa del estrés que había conllevado terminar mi tesis de grado. Mis defensas habían bajado.
Había dedicado un año entero de mi vida a esa pila de papeles que me abría las puertas al campo laboral. Y, aunque sabía que tendría un lugar asegurado en el estudio de arquitectura de mi padre, aquel que yo heredaría en su retiro, me había exigido mucho para que lograra ser una de las mejores en todo.
Así lo hice, pero, siendo sincera, tanto estrés había deteriorado mi salud en ese último año. Por fortuna, hoy ya todo se terminaba, porque en cinco horas sería la presentación de mi proyecto de grado. No tenía que ser adivina para saber que saldría con honores de ahí. Le había entregado todo de mí a esa investigación y había desarrollado ideas novedosas en tecnología y construcción. Esa era la temática que había escogido, no muchos la tomaban, porque cualquier otra cosa era más fácil.
Había ido al médico al menos dos veces esa semana y me habían recetado una pila de medicamentos, así que, tomé un par e intenté dormir, pero fue imposible. Me puse a dar un último repaso para mañana, esperando a que Morfeo se hiciera presente.
Mi madre tocó la puerta de mi habitación a las siete en punto para que despertara, pero a esa hora ya estaba lista para bajar a desayunar. Ella se acercó a mí con una sonrisa y me abrazó.
—Cariño, lo has hecho bien desde que dijiste tu primera palabra. Tu padre y yo estamos tan orgullosos de ti y de lo lejos que has llegado sola —correspondí a su abrazo de orgullo y la apreté bastante emocionada.
—Todo esto es gracias a ustedes, que siempre me han animado a ser la mejor —dije al borde de las lágrimas. Secó mis ojos aguados y yo sequé sus lágrimas, mientras me preguntaba si ya había tomado mis medicamentos. Cuando asentí, ella negó.
—Pues a mí me parece que no, porque no has mejorado nada en estas dos semanas que llevas resfriada.
—Es un simple resfrío, mamá. Nada de qué preocuparse —dije encogiéndome de hombros y restándole importancia, pero ella me dio un largo sermón típico de madres, diciéndome que mi resfriado, se debía a que pasaba todo el día en el computador y en el teléfono.
Me reí en su cara, porque una cosa no tenía nada que ver con la otra. Eso la puso furiosa, pero le di otro abrazo y la llené de besos para que dejara de discutir. Hoy era un día especial y todo tenía que estar perfecto, desde la armonía familiar en casa, hasta el camino al auditorio, en donde sería mi presentación.
Keelan Vlachos, mi padre, me saludó con un beso en la mejilla. Él no era, en lo absoluto, alguien que diese abrazos y no lo culpaba, ya que, el abuelo siempre había sido muy duro con él y jamás, siquiera, le había dicho que lo quería. Así que, su educación había sido muy estricta, por lo que, era un avance enorme que él me saludara con un beso en la mejilla. Yo, en cambio, sí lo abrazaba y lo hacía todo el tiempo que podía y, aunque mi padre correspondía a mi abrazo, jamás los iniciaba.
Entre conversaciones sobre mi futuro, desayunamos animados, yo estornudé un par de veces, no pudiendo ocultar mi resfriado.
—Artemisa, después de tu presentación, tu madre y yo te llevaremos a otro médico —dijo serio —. No es algo normal que estés tanto tiempo enferma —negué igual de seria que él.
—Después de mi presentación, iremos a celebrar, ya tenemos reservación, padre. Ya habíamos hablado de esto.
—Lo sé, pero cada día estás peor y me parece que tu salud es más importante que una celebración.
—¿Podemos posponer la ida al médico para mañana? —pregunté suplicando y haciendo los ojitos tristes a los que sabía que él no podía resistirse. Asintió enseguida y yo sonreí victoriosa.
—Le diré a Sevians que no te dejé beber una sola gota de alcohol, porque mañana te llevaremos al doctor —dijo sin más. Y mi sonrisa de victoria desapareció enseguida, porque, aunque Sevians era mi novio desde hace muchos años, el amor de mi vida y el ser humano que más me complacía en este jodido mundo, jamás desobedecía una orden de mi padre. Así que, sí, mi noche de celebración estaba completamente arruinada. Miré a mi madre en busca de ayuda, pero ella solo se encogió de hombros dándole la razón a mi padre.
Nuestro desayuno fue interrumpido por el timbre y yo no tenía que ser adivina para saber que era Sevians, así que, me levanté de la mesa y corrí para abrir la puerta y lanzarme a sus brazos.
Sevians para mí lo era todo, lo había conocido en el primer año de la carrera y había caído rendida a sus pies, porque, aparte de ser guapísimo y un jodido dios griego, era el chico más tierno del mundo entero. Él, para mí, era la perfección hecha hombre. Con el pasar de los años se había vuelto un hombre más que atractivo, al que cualquier chica caería rendida a sus pies y yo lo tenía solo para mí. Era un año mayor que yo, así que, se había graduado antes y trabajaba para mi padre. Ya llevábamos cinco años juntos y con él lo quería todo. Absolutamente, todas mis primeras veces, fueron con él y, aunque no había experimentado con otra persona, consideraba que no era necesario, porque Sevians satisfacía cada una de mis fantasías, conocía cada parte de mí, sabía dónde tocarme, sabía absolutamente todo y para mí, estar con él era el paraíso.
Apenas abrí la puerta, me lancé a sus brazos y, aunque yo era pequeña en comparación a él, hizo maniobras para agarrarme con un solo brazo, porque en el otro tenía un enorme ramo de girasoles. Lo llené de besos que él recibió gustoso.
—¿Cómo amaneció mi arquitecta favorita? —preguntó mostrando mis flores favoritas.
Sonreí emocionada, porque amaba que él recordara estas pequeñas, pero importantes cosas, como mis flores favoritas. Me gustaba que él me llamara arquitecta, porque, aunque estaba a un paso de lograrlo, aún no lo era y él ya me llamaba así, sintiéndose orgulloso de mí. Así que, sí, era feliz, tenía una vida perfecta, un novio maravilloso, unos excelentes padres y una mejor amiga, que seguro, estaba más nerviosa que yo.
¡Demonios! Había olvidado llamar a Aurora. De seguro estaría muerta de los nervios y yo estaba sido una terrible mejor amiga. Le pedí a Sevians que me bajara y corrí a mi habitación para buscar mi teléfono. Tenía, al menos, una docena de llamadas perdidas de ella. La llamé y me disculpé enseguida.
—Soy una terrible amiga, ¡lo sé y lo siento! —dije apenas contestó. Ella estaba hecha un mar de lágrimas por los nervios. Así que, le hablé despacio, diciéndole que todo saldría bien —. Aurora, hemos hecho este ensayo un millón de veces, sé que podemos, sé que lo haremos maravilloso —dije con voz calmada y, aunque de calmada yo no tenía nada, porque por dentro estaba peor que ella, hice lo posible para tranquilizarla.
—¿Lo prometes? —preguntó sorbiendo su nariz.
—¿Cuándo te he mentido? —pregunté con media sonrisa, como si ella pudiera verme, mientras rodaba un poco los ojos.
—Nunca me has mentido, Artemisa.
—¡Exacto! ¿Recuerdas que nos hicimos esa promesa, cuando decidimos ser mejores amiga en el jardín de infantes? —volví a preguntar.
—Lo recuerdo. Jamás olvidaría algo como eso.
—Entonces, quédate tranquila y ponte hermosa que hoy es nuestro día, ¡colega! Pasaremos por tu casa para irnos en caravana y yo te daré un millón de abrazos, de esos que te calman.
—¿Sabías que eres la mejor amiga del mundo entero?
—Lo sé —dije orgullosa. Ella rio.
—Eres una egocéntrica, Artemisa.
Reí con ella admitiéndolo, porque siempre le decía que yo era lo mejor que le había pasado, aunque, en el fondo, era al revés. Aurora había llegado a mi vida para ser esa hermana y amiga que yo necesitaba. Agradecía haberla conocido siendo tan pequeña y haber disfrutado de casi todas las etapas de mi vida a su lado. Ella y Sevians, lo eran todo para mí. Los dos habían llegado a mi vida para hacerla tan perfecta como lo era ahora. Me consideraba la chica más afortunada del mundo entero.
Corté la llamada con Aurora, porque mi madre me había informado que el estilista había llegado para arreglarme en mi gran día. Sevians y mi padre se encerraron en la oficina de casa para hablar de trabajo y casi dos horas después, yo estuve perfectamente peinada y maquillada.
Cuando estuve lista, bajé las escaleras y un Sevians boquiabierto me esperaba. Me acerqué a él para darle un beso en los labios y me hizo girar sobre mi propio eje.
—Para mí, todos los días de mi vida, desde el día uno en que te conocí, has sido la chica más hermosa del mundo entero. Así que, te quiero decir, que hoy estás hermosa, como siempre lo has sido —sonreí como una tonta por sus hermosas palabras y le dije lo mucho que lo amaba. Él se sonrojó, como solía hacerlo, cuando algo le encantaba y, aunque yo le había dicho billones de veces que lo amaba, sabía que a él le encantaba que se lo recordara.
—Después de cinco años, alguien se sigue sonrojando como la primera vez —dije llenando sus mejillas de besos. Él asintió, respondiéndome que también me amaba.
—Mis padres quedaron de vernos allá, están muy orgullosos de ti y otra vez preguntaron que cuándo nos casaríamos. Y, aunque nuestros planes son maravillosos, ¿por qué no nos escapamos y nos casamos hoy mismo? —preguntó con media sonrisa.
—Porque tus padres y mis padres nos matarían. Somos hijos únicos y ellos llevan años esperando esta boda. Creo que mi padre me desheredaría.
—Es un buen punto. A mí me despediría —dijo riendo. Me acurruqué a él contándole que estaba nerviosa.
—¿Artemisa Vlachos nerviosa? —preguntó con media sonrisa. Asentí y él empezó a reír —Pues no pareces esa chica que me abordó el primer día y me robó un beso —me encogí de hombros.
—Sabía que serías para mí, no había por qué retrasar lo inevitable.
—¡Vaya! ¿Es que me marcaste como un ganado desde la primera vez que me viste? —reí.
—Llámalo como quieras, pero gracias a mí es que estamos aquí. Llevabas todo el día mirándome y no te me acercabas. Al paso que ibas, todavía no seriamos ni novios —él se unió a mi risa y mis nervios internos desaparecieron.
—Gracias por haberte presentado y por haberme robado un beso —dijo él besando mi frente.
—De nada —le respondí orgullosa. Mamá nos interrumpió para decirnos que debíamos irnos o llegaríamos tarde.
Fuimos a casa de Aurora y yo me bajé para darle un abrazo que ella correspondió gustosa. Sus padres me saludaron y nos dieron un discurso sobre lo orgullosos que estaban de las dos y que esperaban que nuestra amistad perdurara toda la vida. Y yo no tenía dudas de ello, Aurora seguiría siendo mi mejor amiga hasta en el más allá, de eso estaba completamente segura.
Durante mi presentación, sentí mucho dolor de cabeza, pero no podía prestarle atención a eso, tenía que concéntrame y así lo hice. Aurora hizo su presentación y para cuando nos dieron el “aprobado con honores”, yo traía una terrible cara y no pude disfrutarlo en lo absoluto. Aurora me abrazó emocionada y yo correspondí a su abrazo.
—¡Felicitaciones, arquitecta Artemisa Vlachos!
—¡Felicitaciones para ti también, arquitecta Aurora Mitchell! —dije dándole un beso en su mejilla.
Las dos fuimos hechas sándwich por nuestras familias y solo, cuando me dejaron sola con Sevians, le pedí que tomara de mi bolsa una pastilla para el dolor de cabeza, pero lo amenacé con que si se lo decía a mis padres me iba a enojar mucho con él. Así que, fue sigiloso y con sumo cuidado haciendo de James Bond, mientras nadie lo miraba, tomó la pastilla de mi bolso y me la dio como, cuando las abuelas te dan dinero en días festivos. Fue un poco gracioso y no pude evitar reírme. Eso era mi Sevians, un cómplice que me hacía reír y me amaba. ¿Qué más podía pedirle a la vida?
Mi padre abrió botellas de champagne para brindar por Aurora y por mí, pero Sevians negó para que no tomara, porque había tomado un medicamento un poco fuerte, así que, asentí y solo mojé mis labios, ya que, mi padre tenía la teoría de que, si no bebías en un brindis, todo saldría mal. Yo no creía en esas supersticiones, así que, cambié de copa con Sevians para que así mi padre no me dijera nada. Aurora fue la única que se dio cuenta de todo y nos apartó para interrogarnos.
—¿Estás embarazada, Artemisa? —Sevians y yo nos miramos y reímos al mismo tiempo, porque, aunque teníamos mucho sexo, existían cero posibilidades de que yo estuviera embrazada.
—A Artemisa le dolía la cabeza, tomó un analgésico un poco fuerte y por eso no bebió su champagne —dijo él, entendiendo todo enseguida.
Ella respiró aliviada y nos dejó solos, los dos nos miramos y sonreímos, porque habíamos planificado casarnos, cuando yo cumpliera treinta años, recorrer el mundo y volver para tener al menos tres hijos, ya que, ambos éramos hijos únicos y, aunque la experiencia no había sido desagradable, tener hermanos era algo que nos habría encantado vivir.
Los treinta, eran un acuerdo al que Sevians y yo habíamos llegado, porque él quería que primero me concentrara en el ámbito laboral. Quería que yo viviera esa etapa y que la disfrutara al máximo, porque sabía cuánto me apasionaba mi carrera y, aunque aún faltaban cinco años para mis treinta, yo ya me imaginaba hasta cómo serían mis hijos con él.
Después de sacarnos un millón de fotos, nos fuimos a almorzar para celebrar, pero yo comí poco, porque seguía sin sentirme bien. Tanto fue mi malestar, que decidí cancelar los planes de esa noche. Sevians se quedó a mi lado y, aunque Aurora también quería quedarse, yo la animé a que se fuera a divertir. Le dije a Sevians que me dolía mucho el cuello y eso fue lo último que recuerdo.