Punto de vista de Maximiliano
Sentir el cuerpo y los labios de Mateo contra los míos me vuelve completamente loco. Toda mi cordura muere en el instante en que su boca se abre bajo la mía, entrelazo mis dedos en su cabello, lo tiro suavemente hacia atrás y beso su cuello, dejando pequeñas mordidas que marcan su piel, es mío. En este momento no existe nadie más en el mundo.
Le levanto los brazos y le quito la polera, dejándola caer al suelo sin cuidado. Su piel es una tentación: cálida, suave, perfecta. Recorro su pecho con mis labios y sus reacciones son una melodía deliciosa. Se arquea, gime, tiembla. Me mira con esa mezcla de deseo y ternura que me rompe y me enciende al mismo tiempo. El piensa que tal vez no lo deseo, pero no sabe que me estoy conteniendo para no perder la cabeza. Quiero que este momento sea bueno para él, que lo disfrute, que lo recuerde.
Comienzo a desvestirme sin apartar los ojos de Mateo. Su mirada arde, su labio entre los dientes amenaza con hacerme perder el control. Me lanzo sobre él de nuevo y lo beso con ese hambre que solo él despierta. Cada parte de él me reclama y yo estoy dispuesto a darle todo, cuando finalmente lo hago estremecer y perderse entre mis manos, lo miro. Está hermoso, respirando agitado, con una luz nueva en los ojos. Me sonríe, y siento que quemaría el mundo entero por esa sonrisa.
Lo beso despacio, un “te amo” silencioso que se desliza entre nuestros labios.
Punto de vista de Mateo
No puedo creer que este hombre, este dios caído del Olimpo haya sido capaz de hacerme sentir algo tan intenso. De repente todo tiene sentido: por qué nadie más me llamaba la atención, por qué jamás había deseado a nadie. Era él. Siempre fue él.
Sé que lo nuestro es complicado, quizá hasta prohibido, pero en este momento no quiero pelear contra lo que me llena el alma. Quiero entregarme, quiero sentirlo, quiero que este amor me cubra completo, me aferro a su cuello, lo beso, jadeo. El roce de nuestros cuerpos me enloquece. Max, hazme tuyo le susurro, sin poder ocultar mi necesidad. Su mirada cambia, hambre, fuego, posesión. Si el infierno existiera, creo que hasta el diablo huiría de este deseo, me pregunta si estoy seguro.
Sí respondo, aunque ni siquiera puedo hablar bien, lo único que deseo es a él.
Maximiliano es cuidadoso, dulce, protector. Me habla al oído, me calma, me guía. Mi cuerpo tiembla, primero por nervios, luego por un placer que no conocía. Su voz grave se mezcla con mis suspiros, y siento que me derrito entre sus manos.
Cuando finalmente me abraza por completo, me dice lo que jamás imaginé escuchar:
Te amo, mi osito, el mundo se detiene.
Me pierdo en ese sentimiento, hasta que sus movimientos comienzan a volverse intensos, profundos, llenos de un deseo que me arrasa. Su respiración se quiebra contra mi cuello, y la mía se mezcla con la suya.
No te contengas, le digo, y estas palabras lo desatan. Sus besos, su fuerza, su entrega, todo él me envuelve. No sé cuánto tiempo pasa antes de que ambos nos quedemos sin aliento, temblando, abrazados.
Max cae sobre mí y yo quedo contra su pecho, escuchando cómo su respiración se calma. Me acaricia la espalda, suave, como si yo fuera algo sagrado.
Mi osito hermoso, eres mío. Nadie te va a separar de mí. El que lo intente, morirá en el intento, murmura con una ternura que no debería existir en alguien tan peligroso. Y aun así, esa mezcla de amenaza y amor me envuelve como un abrazo cálido. Cierro los ojos, feliz.
Ojalá esta felicidad durara para siempre, pero lo sé: no será así.
Porque aunque él dice que quemaría el mundo por mí, ¿quién lo protegerá a él?