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Casada con un canalla

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Blurb

Sus labios rozan mi mejilla, una mano recorre mi cintura y me estremezco, no tarda en llegar hasta mi pecho provocando que un gemido salga sin yo quererlo, al sentirlo entrar en mí no puedo evitar sentirme culpable, soy una horrible persona por disfrutar de él, por amar al hombre que se aprovechó de mi hermana mayor, al papá de mi sobrino.

Podría haceros un breve resumen de cómo llegué hasta aquí, pero entonces no me entenderíais y me juzgarías tan duramente como yo misma me estoy juzgando, así que solo os dejaré haceros una idea:

Mi hermana, Teresa, y yo crecimos con nuestro padre, mi mamá falleció por una grave infección en los pulmones, él siempre ha sido muy autoritario y exigente, con una tendencia machista, mi hermana no aceptó eso, se reveló, haciendo lo que quisiera, en el punto más crítico de su vida, conoció a Sebastián, se enamoró hasta la médula de él y quedó embarazada, cuando le dió la noticia él negó rotundamente ser el padre y cualquier responsabilidad, poco después falleció por la misma infección que mi madre años atrás.

Aquí entro yo, Carolina, aunque todos me llaman Lina, al fallecer mi querida hermana mi padre se negó a hacerse cargo del bebé, en su lugar me ordenó que buscase a su padre y le exigiese su apellido y una generosa manutención, puesto que aquí, en Teruel, todos nos conocemos y sabemos que proviene de una familia muy rica.

Eso hice, y sí, di con él y conseguí su apellido, a cambio de una condición la cual mi padre me obligó a aceptar, que me casara con él para mantener ciertas apariencias, no debía nombrar nunca a mi hermana, a partir de ese momento la mamá de mi sobrino era yo.

Sebastián

Una tal Carolina ha venido hoy exigiendo los derechos sobre su sobrino, dice que es mi hijo, o de mi hermano, en realidad ella solo conocía nuestro apellido, mi madre ha decidido, por todos, no montar un escándalo de todo esto, mi hermano está apunto de casarse con una mujer que nos beneficiará a todos, empezando por salvar nuestras deudas y la empresa familiar.

La única solución que se nos ha ocurrido es fingir que yo soy su padre, casarme con ella para callarla y no provocar chismorreos, aquí todos nos conocen, no es algo que quisiera precisamente ahora, estoy en el mejor momento de mi vida, no faltan amantes en mi cama y viajo cuando quiero y dónde quiero, pero he de reconocer que me gusta, la joven es atractiva, sus labios me invitan a besarla y estoy seguro que debajo de esa ropa holgada se esconden bonitas curvas, así que acepto el trato que me sugiere mi madre, continuaré con mi vida privada, mientras disfruto de la delicia de mi nueva esposa y a la vez, salvo a la familia, ¿qué podría salir mal?

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El principio
Su aliento caliente roza mi mejilla, una mano sube por la cintura, es suave y firme a la vez, en este momento lo siento entrar en mi, su m*****o está tan duro que presiona las paredes de mi v****a y provoca que suelte un gemido, me sujeto a él con fuerza, clavo las uñas en el músculo de su espalda, entonces el empuja hasta el fondo, robándome otro gemido. Sé que me está mirando, que le pone como abro la boca y mis mejillas arder, sé que me desea, pero, ¿cómo he podido enamorarme del hombre que destrozó a mi hermana?, empecemos desde el principio. Hace un año. Teresa, mi hermana, me acaba de llamar por teléfono, parecía angustiada, estaba alterada, así que me monto en mi Ford fiesta del 89 y voy rapido hasta su pequeño apartamento. Yo, Carolina, vivo todavía con mi padre, estoy acabando un grado medio de auxiliar de enfermería para poder trabajar en residencias, un trabajo seguro en estos tiempos, mi hermana, en cambio, trabaja de camarera en un local muy lujoso desde hace tiempo. Llego al apartamento y abro con la llave que me dió, la encuentro paseando de un lado a otro en el salón, está llorando y muy nerviosa. —¿Qué te pasa, Teresa? —le pregunto preocupada mientras me acerco a abrazarla. —¡No sé qué voy a hacer!, ¡papá me va a matar! —grita asustada llorando. —¿Por qué?, ¿qué ha pasado?, ¿te han despedido? —¡No!, ¡peor! —dice volviendo a llorar muy intensamente. —¡Cálmate, seguro que no es para tanto! —intento tranquilizarla. —¡Estoy embarazada, Lina! —suelta de golpe, entonces si, si es para tanto, papá la va a matar, a menos que... —¿Y qué dice el padre?, ¡me imagino que hay un padre! —¡Claro que lo hay!, ¡pero no quiere al bebé!, ¡ni a mí!, yo creía que me amaba, que estaríamos juntos, ¡pero dijo que sólo fue una aventura! —me cuenta entre llanto y llanto. —¡Pero es el padre!, ¡tendrá que hacerse cargo del niño!, ¿no? Teresa me mira rota, desilusionada y destrozada. —No, Lina, no lo entiendes, no sabes quién es. —¡Entonces dímelo! —No, es mejor que nadie lo sepa, yo me haré cargo de mi bebé, trabajaré más si es necesario, pero prométeme que me ayudarás —me ruega cogiéndome las manos. —¡Claro que sí, también será mi sobrino! —le respondo con entusiasmo. Nos pasamos un rato buscando la manera de darle la noticia a mi padre, es un asunto complicado, es muy machista, según su opinión debemos servir a los hombres, cuidar de la casa, de nuestro marido llegado el momento, muy a la antigua usanza, cuando mi hermana se independizó enfureció con ella, desde entonces no sé hablan, pero ahora, ahora le va a dar un nieto, necesitará su ayuda cuando nazca, tal vez incluso mudarse con nosotros otra vez, así será más fácil. No le damos la noticia hasta pasados los tres meses de embarazo, Teresa no sé atrevía, y siendo sincera, yo tampoco. La espero en casa para hacerlo juntas, es más fácil aguantar su mal humor así, unidas. Entra en casa con la llave que lleva tiempo sin usar y la cojo de la mano, ambas tomamos aire antes de ir al salón, y soltar la bomba. —Papá —lo llama Teresa temblando, lo sé porque mi mano la sujeta con fuerza, dándole valor. —Vaya, qué raro tú por aquí —es la respuesta de mi padre. —Ya, bueno, tengo que hablar algo contigo —le aclara mi hermana muy seria. Bueno, mi padre se levanta, a llamado su atención, se coloca frente a nosotras muy serio. —Pues habla —la insta impaciente. —¡Estoy embarazada! —suelta de golpe, como el que tira de golpe del borde de una tirita para que sea rápido y duela menos. —¿Qué? —mi padre se queda pálido, literalmente, la pared es ahora más oscura que él. —Que... —va a repetir mi hermana cuando mi padre la corta con una bofetada que resuena en la habitación. La abrazo y la alejo de él, más de una vez nos ha dado una buena tunda, pero ya no somos niñas, no entiendo cómo puede seguir siendo así con nosotras. —¡Papá, no!, ¡está embarazada! —le grito por primera vez, jamás me atreví a levantarle la voz, ¡pero estoy tan furiosa!, miro a mi hermana mientras se acaricia la mejilla dolorida y roja, llorando. —¡Ya lo he oído!, ¡sabía que volverías preñada!, ¡debí casarte con el hijo de mi jefe!, ¡así no te irías abriendo de piernas por ahí! —le grita fuera de si. —¡Ya basta, padre!, ¡ya está hecho!, ¡es tu hija, por el amor de Dios! —le grito de nuevo. —¡Si, mi hija, y me avergüenzo de eso! —¡Por favor, papá! —le ruega Teresa. Mi padre sale muy cabreado de la casa y nos deja solas, aún tardo un rato en calmar a mi hermana, sabíamos que se enfadaría, pero pensábamos que también pensaría en la alegría de un bebé en casa, dicen que las personas cambian cuando son abuelos, bueno, pues aquí está la excepción. Mi hermana se negó despues a volver a intentarlo, y mi padre no dio el brazo a torcer, según el, solo tenía una hija, intenté muchas veces apelar a su corazón, pero no me permitió hablar de ello. Los meses pasan rápido, muy rapido, mi hermana ha llegado a los ocho meses de embarazo, le han obligado a coger la baja laboral ya y su vientre está enorme, a mi me encanta poner la mano y sentir a mi sobrino, que ya sabemos que es un niño, patalear dentro, incluso se puede ver la forma del pie o la manita. Desde que supe de su estado casi no me he separado de ella, lo justo y necesario, para hacer la compra, estudiar e ir a buscar ropa a casa de mi padre, he dormido aquí cada noche, y esta, es una especial, a partir de mañana pasaremos todo el día juntas, excepto cuando yo estudie, queremos aprovechar al máximo el último mes antes de que nazca el bebé, salir a ver los jardines botánicos, ir a ver el mar, no hemos ido hace ya cuatro años, ver una película en el cine y preparar la habitación donde dormirá y se nos caerá la baba con el chiquitín. Todo sueños, apenas nos ha dado tiempo a ver un jardín, esta noche, mientras dormía, mi hermana gritó pidiendo ayuda, cuando he ido se retorcía del dolor y estaba ardiendo de fiebre, como he podido la he ayudado a caminar hasta mi coche, al llegar a urgencias la han atendido muy rápido, pero a mí me han dejado aquí, en la sala de espera y muriéndome de los nervios. Han pasado casi tres horas y no sé nada todavía, he preguntado a un par de enfermeras, pero ninguna sabe nada, finalmente una tercera a la que he parado en el pasillo, me ha informado de que está delicada y los médicos están intentando ayudarla, que tenga paciencia, ¡cómo si eso fuera tan fácil! Ya es de madrugada cuando una enfermera, la misma que me dió la última información, se acerca a mi. —¿Carolina? —¡Si! —me levanto de un salto al ver que se refiere a mí, es fácil si tenemos en cuenta que soy la única persona. —Sigueme —me indica dando medio vuelta sobre sus talones. Obviamente, obedezco, la sigo por el largo pasillo y númerosas puertas donde indica que solo puede pasar por ellas personal autorizado, apenas hay luces puesto que la gente duerme, tampoco hay sonidos, silencio. Llegamos a una sala diferente, yo miro interrogativa a la enfermera. —Espera aquí —me ordena dirigiéndose y entrando en una habitación. Vuelve a salir, me hace un gesto con la mano indicándome que entre con ella, al hacerlo veo a mi sobrinito en una cuna, está tan arrugadito, guío mis ojos buscando a mi hermana, ahí está, en la camilla de al lado, siento como mis músculos se relajan al verla tan tranquila, tiene un tubo dándole oxigeno, me imagino que será por el esfuerzo del parto, ¡tanto para nacer pequeño!, pienso. —Está dormida, en un ratito la despertaremos para que vea a su hijo, preguntó por ti antes de quedarse dormida. —¿Ella está bien? —le pregunto a la dulce enfermera. —Es mejor que hables con él médico, tengo que irme —me responde, aunque no ha dado una respuesta en realidad, me deja intranquila, ¿acaso Teresa no está bien? Me siento en la butaca al lado de la cuna y me empano con mi sobri, ¡es tan dulce!, no quiero dormir, solo mirarlo, y eso hago hasta que empieza a llorar, no sé qué hacer, así que lo cojo en brazos para calmarlo, lo acuno y no se calma, mi hermana no se despierta por el llanto, ¿no lo oye?, la miro asustada. Con el bebé en brazos salgo al pasillo al borde de un ataque de pánico y con los ojos llorosos, llamo a la enfermera pidiendo ayuda, una aparece corriendo, no es la misma de antes. —¡Haz callar al bebé!, ¡va a despertar a toda la planta! —me reprende, la verdad eso me molesta, pero estoy tan acojonada que me pongo a llorar. —¡Mi hermana no se despierta!, ¿por qué no oye a su hijo?, ¿por qué no se despierta? —le pregunto con lágrimas mojando al bebé y mi camiseta. La enfermera entra en la habitación y de repente suena un timbre varias veces, no tardan en llegar dos médicos acompañados de dos enfermeras, se llevan a mi hermana otra vez, me dejan sola, bueno, sola no, con Juan, mi sobrino, nombre que decidimos mi hermana y yo estos días atrás. La enfermera del principio viene hacía mi, me da un biberón con leche, aunque parece agua, y se va, se lo pongo en la boquita al pequeño y éste lo agarra con desesperación, su boquita succiona impaciente, me da la impresión de que se va a ahogar, así que se lo aparto un poquito. —¡Más despacio chiquitín! —le susurro acercando de nuevo la tetina. Al terminarse todo el biberón lo acurruco contra mi pecho con cuidado de no mover su cabecita, algo que le vi hacer a una mamá en la calle hace tiempo o en películas, en pequeño suelta un eructo y me vomita encima, pero no me importa. Cuando se queda dormido de nuevo lo acuesto en su cunita y espero a tener noticias, poniéndome de pie cada vez que escucho pasos acercarse, mas nunca entran aquí, sin darme cuenta me quedo dormida. Una mano me zarandea suavemente un rato después. —¡Señorita!, ¡señorita! —me llama una voz femenina. —¿Si? —pregunto abriendo despacio los ojos aún medio atontada. —Su hermana quiere verla —me informa entonces. Me levanto con rapidez y restriego los ojos para ver bien, la enfermera es otra distinta esta vez, no sé cuánto he dormido, miro hacia la cunita y me siento más tranquila al ver que el bebé sigue ahí, miro hacia la camilla, creyendo que ya han traído a mi hermana, pero la cama está vacía, miro con cara interrogativa a la enfermera. —Acompañame —me indica saliendo de la habitación. Voy detrás de ella, nuevamente pasillos blancos hasta llegar a otra sala. —Espera aquí —me dice ahora la sanitaria volviendo a perderse. Solo pasan segundos cuando un médico sale y se dirige directo a mi, ya sé que tiene malas noticias por la expresión de su rostro. —¿Carolina? —Si. —Lamento mucho darte así la noticia, Teresa no ha logrado vencer, está en sus últimos momentos. —¿Qué? —me sujeto a la pared cuando todo empieza a dar vueltas, me siento cansada de repente, muy cansada, como si llevase una mochila con piedras durante horas y recién me la quitase de los hombros. —¿Alguien en su familia ha sufrido de Síndrome de Marfan? En cuanto escucho esas palabras entiendo lo que está pasando, ya no necesito que me explique más, el médico me sujeta al ver que me tambaleo. —Si, mi madre murió por esa enfermedad —le cuento empezando a dejar que las lágrimas caigan por mis mejillas. El médico me mira con lastima, no me extraña, yo también me tengo pena ahora mismo, estoy a punto de perder a dos familiares, los más importantes, por esa puñetera enfermedad. —Ha ido directo al corazón, ¿notaste que tuviese algún problema de visión? No sé para qué sirve que me pregunte esto ahora, acaba de decir que es tarde, igualmente, respondo. —No, estaba bien, hasta anoche. El médico hace un sonido con la garganta y apunta algo en un papel, luego me guía hasta la habitación donde está mi hermano conectada a un montón de aparatos diferentes. —Os dejaré solas un rato, no te preocupes por el bebé, las enfermeras lo cuidarán mientras tanto —me dice el doctor, yo asiento con la cabeza pero no lo miro, no puedo apartar la vista de Teresa, que ahora parece tan frágil, tan..., cerca de la muerte. El médico se va dejándonos intimidad, me acerco a ella y le cojo la mano. —¡Teresa! —le ruego que luche con un llanto. —No llores —empieza a decirme con voz débil —.Te quiero, Lina, cuida muy de Juan, ahora solo te tiene a ti. —¡No digas eso!, ¡debes luchar, por él!, ¡por mi!, yo no puedo hacer esto sola. —Si puedes, escúchame —hace una pausa y se quita la mascarilla. —¡No!, ¿qué haces? —intento detenerla, cojo su mano para impedir que siga bajándola, apenas puede ni hablar, ¿cómo va ha respirar? —Tranquila, esto no va a impedir que me muera, ya estoy muerta, escúchame, por favor —me ruega con la voz cortada, yo la miro e intento controlar el impulso de llorar —.El padre del bebé es un Velarde, tienen mucho dinero, pueden ayudarte. Su confesión me ha dejado petrificada de nuevo, un Velarde, la familia más rica de Teruel, tienen múltiples empresas y han ido heredando propiedades y fondos de las anteriores generaciones, ¿cómo acabó mi hermana con un Velarde? —Vale, lo buscaré, pero ahora descansa, estás muy débil, aún estás a tiempo de vivir —le digo a modo de ruego, con fe de que así sea, de que no me deje sola. Pero en vez de eso, ella sonríe y cierra los ojos despacio, parece tranquila, ¿cómo puede estar tan tranquila mientras yo me estoy derrumbando por dentro?, ¡estoy tan asustada! La mano que tiene abrazada a la mia, se desliza suavemente, inerte, sin vida, Teresa se ha ido, y me ha dejado con su bebé. Lloré y lloré hasta el cansancio, el personal médico no me metió prisa, me dejó el tiempo que necesité para despedirme, para asimilar mi nuevo futuro, adiós Teresa, y con ella, adiós estudios, adiós futuro, adiós familia.

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