Los Velarde

2671 Words
Han pasado tres semanas desde que Teresa se marchó a una mejor vida, una en la que ya no llorará por el imbécil que me rompió el corazón, en la que no tendrá que enfrentarse a papá, en su lugar, lo haré yo. Mi padre aceptó que Juan viniera a casa con nosotros, yo no me puedo permitir mantener el piso de mi hermana, recogí sus cosas hace unos días y entregué las llaves a la casera, la cual no fue muy comprensiva cuando le dije que no podía pagarle el último mes de alquiler, posiblemente pronto me enfrentaré a una denuncia, eso dijo ella. —¡Yo no puedo manteneros a ti y al mocoso! —me grita mi padre interrumpiendo la lluvia de ideas en mi mente para seguir adelante. —¡Padre, estoy en ello!, ¡ya dejé las clases y estoy buscando trabajo! —le grito en su mismo tono de voz, una cosa que aprendí con el tiempo, a tener su mismo carácter para que me medio respete, sí, medio, lo que es miedo no le doy precisamente, pero a veces funciona y deja de gritar. —¡Una semana, Lina!, ¡o os iréis los dos de aquí! —me amenaza entonces. —¿Dejarías a tu hija y a tu nieto en la calle? —¡Ya eres mayor, no tengo por qué seguir cuidando de ti! —es su única respuesta. Pero en ese momento recuerdo algo, los Velarde, dudo mucho que reconozcan la paternidad, pero seguro que me dan una limosna para que me calle, eso me ayudaría un tiempo para cuidar a Juan. —Papá —lo nombro, él me mira —.El padre de Juan es el hijo Velarde —le cuento con la esperanza de que me ayude. —¿Qué?, ¿y lo dices ahora? —No quería llegar a eso, ¿y si nos quitan al bebé? —¡Mejor!, una carga menos —dice frío como el hielo. —¡No!, ¡es mi sobrino!, ¡tu nieto! —le grito, aún no entiendo cómo puede ser así, ¿es que no la quería ni un poquito? —Uno no vive de sentimientos, ya puedes ir y darles al niño. —¡No! —ahora me lamento de habérselo contado, debí guardar ese secreto conmigo. —¡O vas, o ya puedes ir haciendo las maletas! Lo mato, literalmente, con la mirada, miro a mi sobrino en el carrito que conseguí de segunda mano, aún siendo usado me costó buena parte de mis ahorros, pero lo uso de carrito de paseo, cuna y silla del coche, posesión que pronto tendré que vender también. —Está bien, ¡iré! Mi padre sonríe complacido y vuelve a su sofá con la cerveza en la mano, su rutina favorita. Salgo de casa con mi sobrino, lo subo al coche y me dirijo a la gran mansión Velarde, durante el camino pienso qué decir, cómo, pienso todo, no puedo evitar ponerme nerviosa, finalmente los voy a chantajear, aunque también el hijo Velarde debió ser más precavido, o caballero, y no preñar a mi hermana para luego abandonarla, me apoyaré en eso para no sentirme una persona miserable. Bajo del coche al encontrarme con un portón grande, hay un timbre de estos modernos a la izquierda, me acerco hasta el y llamo, una luz roja se enciende en el visual. —¿Quién es? —pregunta una voz masculina al otro lado. —Estoy buscando al hijo Velarde, tengo un asunto importante que hablar con él —le informo esforzándome para que no me tiemble la voz. —Un momento. Espero subida en el coche, imaginando que abrirán el portón, pero en vez de eso aparecen dos hombres vestidos con uniforme de seguridad, se acercan al coche y lo inspeccionan, esto me parece sobrenatural, no puede ser cierto que se tomen tantas molestias solo por una mujer. —Está limpia —dice por walkie uno de ellos. El gran portón se abre entonces y me indican que continúe, eso hago, al pasar veo un gran terreno que no da directamente a la casa, un camino asfaltado lleva hasta ella, una especie de plaza ejerce como entrada, en ella hay una figura de un león. Bajo del coche y saco a mi sobrino de su sillita, de aquí en adelante será más cómodo llevarlo en brazos, nos acercamos a la puerta y voy a llamar cuando una mujer la abre y me indica con la mano que pase al interior. —Espere aquí, señora... —Señorita Lisboa. La mujer desaparece, aprovecho para admirar la mansión, lo cierto es que es preciosa, las paredes son blancas con relieves formando flores, una lámpara de lágrimas de cristal cae en el centro, y una gran escalera negra lleva al primer piso, donde da la bienvenida un recibidor adornado con flores naturales, me pregunto quién colocará las flores ahí y si las cambiará cada día. —Por aquí —me asusta la mujer de repente indicando a la izquierda. La sigo, por el camino veo cuadros colgados en la pared, diría arte, pero no me gusta el nuevo concepto aplicado a esa categoría, para mí el arte antiguo merece ese título. Llegamos a un gran salón con dos sofás color arena enormes, una mesita de cristal en el centro y una chimenea enfrente, a un lateral hay un mini bar lleno de copas, vasos y bebidas diferentes. —Espere, ahora vendrán —me informa antes de irse. Es gracioso que una familia tan adinerada sea incapaz de ofrecer un sencillo vaso de agua siquiera, ahora mataría por uno, tengo la garganta seca por los nervios. Me quedo pensando en por qué lo ha dicho en plural, vendrán, si solo busco al hijo Velarde. Me acomodo en el sofá para descansar del peso de mi sobrino, y vuelvo a observar, en la mesita hay revistas de moda, arquitectura, botánica, periódicos... La puerta por la que he entrado hace unos instantes se abre y entran dos personas, una mujer, creo que es la señora Velarde, ella sale en muchas revistas debido a sus negocios en moda y joyas, es muy elegante hasta en su casa, lleva un conjunto de falda y chaqueta marrón claro, y un moño perfectamente definido, a su lado, un hombre, el que imagino que es el hijo Velarde, he visto fotos suyas en las revistas también, pero no me parecía así, no lo sé, es diferente. —¡Buenos días!, ¿en qué podemos ayudarla? —me pregunta él acercándose a mí. Me pongo de pie torpemente para que no se me caiga el bebé y me siento intimidada por su altura, no soy bajita, más bien de estatura media, pero él si es alto, medirá metro noventa más o menos. —Me llamo Carolina Lisboa, soy hermana de Teresa, y este, es Juan, su hijo —suelto directa al grano. —¿Y? —me pregunta con cara de confusión. —¿Cómo que y?, ¡Tú estuviste con Teresa!, ¡es tu hijo! El hombre se gira hacía su madre e intercambian miraditas extrañas. —¿Quién te ha dicho eso? —me pregunta entonces volviendo a mirarme. —Mi hermana. —¿Y por qué no ha venido ella? —Un poco difícil eso, teniendo en cuenta que ha fallecido, pero seguro que lo sabías —le reprendo, saco ese carácter que heredé de mi padre, aunque si soy sincera, me tiemblan las piernas. —No, lo lamento, ¿hace mucho de eso? —No, apenas poco más de tres semanas. —¿Y que es lo que quieres? Vaya, él también va directo al grano. —¿Tú que crees?, que me ayudes con el bebé, es tu hijo. —¿Y debo creerme que es mío? —¡No te atrevas a ensuciar la memoria de Teresa!, ¡claro que es tuyo!, ¿por qué me hubiese mentido en su lecho de muerte? Vuelven a intercambiar miradas, de repente se acerca más a mi y me mira, más bien, me examina, parece que me va a poner hasta nota. —Haremos algo, voy a pagar para que nos hagan la prueba de A.D.N, si es mi hijo, con gusto me haré cargo de él, pero si no lo es, te olvidarás de nosotros y no volverás a insistir. Lo miro sorprendida, no esperaba esa solución. —Me parece bien, gracias —le digo justo cuando Juan empieza a llorar reclamando su biberón. Me acerco al sofá, lo acomodo en mis brazos boca arriba y saco el biberón con una mano de mi pequeña mochila, le doy su alimento mientras ellos me miran sorprendidos y un tanto indignados, al menos la mujer, supuesta abuela de Juan, ¿qué espera que haga?, ¿qué lo deje llorar? El hombre se acerca a mi y se sienta a mi lado, mira al bebé mientras éste succiona la tetina para sacar la leche, empiezo a sentir su mirada en mi, eso me pone nerviosa. —¿Cuánto tiene? —Tres semanas. —Entonces tu hermana falleció al dar a luz... —No, el parto se adelantó, pero mi hermana murió por una infección, la misma que se llevó a mi madre. —Me imagino que eso no habrá sido fácil para ti, lo siento. Lo miro con desconfianza, hace un momento era más frío que un cubito de hielo, y ahora sentía mi dolor. —Gracias, es... difícil —le respondo con cautela, ese hombre es el que se burló de mi hermana, sabe que es su hijo, y aún así es incapaz de reconocerlo, ¡y ahora pretende parecer amable? —¿Dónde estás trabajando? —No estoy trabajando, estaba estudiando, hasta hace tres semanas... —dejo caer para que entienda la situación, esperando piedad por su parte. —Entiendo, ¿qué estabas estudiando? —Auxiliar de enfermería. —¿Te gusta eso? —No especialmente, pero es un trabajo con futuro, eso es lo que importa. —¿Y qué te hubiera gustado estudiar a ti? No entiendo a qué vienen esas preguntas, entonces lo miro intrigada, quiero saber cómo me está mirando, si lo que siente es curiosidad o deseo, tengo cierto parecido a Teresa, podría ser eso tranquilamente, entonces mis ojos se encuentran con los suyos, y puedo entender a mi hermana, te atrapan, es... no sé explicarlo, tan sensual e imponente, vuelvo a mirar a mi sobrino para no caer en su hechizo, ahora sé porque tiene esa fama de mujeriego que dicen las revistas. —Ya ha terminado —le informo hablando de mi sobrino —.Avisarme cuando lo tenga que llevar a hacerse la prueba —termino levantándome. —Muy bien, hasta pronto, Carolina. —Hasta pronto, señor Velarde—le despido con formalidad para que sepa y quede bien clara mi antipatía hacia él. Su madre no pronuncia ni una sola palabra, ni un adiós, pero mira con cierra curiosidad a mi sobrino, parece molesta, seguramente sea por el parecido entre su hijo y el bebé, aún siendo recién nacido, es evidente. Vuelvo a casa pensando en todo esto, empezando a estar segura de que no fue una buena idea ir, no lo sé, es un mal presentimiento, un nudo en el estómago me quita el aire al recordar los ojos del hijo Velarde. Al llegar, mi padre no tarda en buscarme para enterarse de todo, seguramente por el dinero, eso sí le mueve, yo le hago sufrir, se lo merece, y lo esquivo fingiendo que estoy distraída, desesperado, me agarra con fuerza y me es imposible mantener la ley del hielo. —¡Dime qué te han dicho de una maldita vez! —me grita enfadado. —Nada importante, le van a hacer al bebé una prueba de paternidad, cuando salga positivo me ayudarán. —¿Ha reconocido su paternidad? —No, si lo hubiera hecho no pediría esa prueba. —¿Y cómo estás tan segura de que es él?, ¡tú hermana pudo mentirte!, ¡era una manipuladora! —¡No!, ¡a mi no!, ¡ni bajo tierra la dejas descansar! Enfurecida me voy con Juan a dar un paseo, necesito salir de esa casa, saco el móvil al sonar mi tono de notificación, miro quién es, pero es un número privado, me pienso so contestar, pero si son ellos, los Velarde, sería un error no cogerlo. —¿Si? —pregunto. —Mañana, a las diez de la mañana, clínica Las Torres. —¿Hola, no? —le amonesto al hijo Velarde, su voz es inconfundible. Pero él no responde, cuelga directamente, miro la pantalla indignida, que poca educación. No he dormido nada en toda la noche, entre las tomas cada tres horas de Juan y mi cabeza, no he podido, nada de nada, así que tengo unas ojeras y un cansancio monumental. Me doy una ducha fría para espabilar, hoy más que nunca necesito los cinco sentidos, seis si es cierto lo que dicen de las mujeres, me pongo un vestido de verano, ya se buena mañana hace calor, no quiero imaginar más tarde, me peino y lista, no tengo ni ánimos, ni ganas para maquillarme o arreglarme. Después de darle el bibe a mi sobrino, me regurcita encima, miro la hora y me doy cuenta de que ya no me da tiempo a cambiarme, no importa, lo importante es la prueba y esa supuesta ayuda que me darán, así que salgo como un cohete para estar puntual. Llego de milagro, entre sacar a Juan de su sillita, hacer malabares para montar el carrito con él en brazos y coger mi bolso, llego medio corriendo y con la lengua fuera, en cambio, él, el señor Velarde, está impecable con un traje de vestir azul oscuro, el pelo exquisitamente peinado a un lado y sus brillantes zapatos de piel negros. —¿La puntualidad no es tu punto fuerte, no? —me pregunta muy serio. —¡Solo he llegado dos minutos tarde!, ¡ocúpate tú de tu hijo y luego hablas! —le respondo yo molesta, ¡menuda cara tiene! —Vamos, nos están esperando y no me gusta la impuntualidad. —¡Uf! —refunfuño sabiendo que no va a ser un buen rato. Lo sigo hasta el tercer piso, allí una enfermera nos pide que nos sentemos en una salita y esperemos un poco, el médico está por llegar. —¿No que no te gustaba la impuntualidad? —me mofo de él con una sonrisa irónica. Él no responde, se queda callado y recto como un militar, mirando a una pared desnuda. El doctor encargado de las pruebas aparece por fin con un maletín n***o, nos da los buenos días y entra en su despacho, dos minutos más tarde nos hacen entrar también. —¿Es el bebé? —le pregunta al hijo Velarde. —Sí. —Muy bien, enfermera, sacale una muestra de sangre a la criatura. —Se llama Juan —le informo molesta por como me ignora, como se nota quién pone el dinero aquí. Entonces noto la mirada de su padre encima de mí, me imagino que te recriminatoria por no estarme calladita, imagino porque no me atrevo a mirar, ya sé lo que pasa cuando me cruzo con esos ojos marrones. Le entrego el bebé a la enfermera, ésta lo tumba en la camilla con dulzura, y le saca sangre hábilmente mientras sonríe enamorada por el recién nacido, cuando acaba me lo vuelve a entregar a mí. —Y ahora al señor Velarde —le ordena el doctor según hace apuntes. Él se levanta y se coloca donde estaba el bebé, pero de pie, extiende el brazo y le sacan sangre también. La enfermera tiembla al pinchar la vena, creo que no soy la única a la que intimida, pero él no la mira, me mira a mí fijamente, estoy segura de que le encantaría saber que estoy pensando, si supiera...
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