El señor Velarde vuelve a sentarse y habla con el médico, al igual que antes, ignorándome, como si yo no estuviera presente.
—¿Cuándo podrás tener los resultados? —pregunto informalmente, total, si ellos no tienen educación, yo tampoco.
—Esta tarde.
Me sorprende la rapidez que promete, estuve anoche buscando información al respecto y ponía que se solía tardar al menos veinticuatro horas, supongo que el dinero también acelera esto.
Después de firmar unos papeles de exclusión de responsabilidad y despedirse del doctor, salimos de la consulta.
—¿Tanta prisa tienes en chantajear a mi familia? —me pregunta de repente.
—¿Cómo dices?
—Pregunto por tu insistencia con los resultados.
—¿Insistencia? —me río alucinando con su hipocresía —.Solo he preguntado una vez, teniendo en cuenta de que era invisible, es un milagro que me escucharais.
—Bueno, qué quieres que te diga, soy un Velarde, mientras que tú...
—¿Yo qué, eh?, ¿no soy nadie?, ¿eso ibas a decir?, ¡dios, como se puede ser tan egocéntrico!
—No, cariño, no soy egocéntrico, sino realista, podría quitarte al bebé, incluso podría pagar para alterar los resultados de las pruebas, y tú, pequeña, no podrías hacer nada.
Esto es subrealista, ¿de verdad acaba de amenazarme?, me río.
—¿Y por qué no lo haces?
—Porque tengo otros planes para ti, pero cada cosa a su momento, cariño.
—¡No me llames así!, ¡para ti soy Carolina, o la señorita Lisboa!, elige cualquiera... —le grito furiosa resistiendo las ganas de golpearlo, ¡una bofetada bien dada me daría un gustazo ahora mismo!
—Como desees, pequeña —me susurra acercándose mucho a mi y pegado a mi oído.
Su olor es increíble también, es odiosamente perfecto, me aparto para no caer en la telaraña Velarde, y camino rápido para poner una distancia razonable entre él y yo.
En la calle se vuelve a acercar a mi, se asoma a mirar al bebé, Juan está dormido, al menos eso hará durante una hora más, es como un reloj, no falla, me mira de nuevo a mí.
—Vamos —me ordena autoritario.
—¿Dónde?
—De compras.
—¿Encima querrás que te haga compañía mientras me restriegas tu buena suerte? —me vuelvo a reír.
—¿Crees que mi fortuna se debe solo a la buena suerte?
—Claro.
—Pronto descubrirás que tener mucho dinero, también conlleva muchas responsabilidades.
—Lo que tú digas, me voy, llámame cuando estén los resultados —me despido.
—No, quiero que estés conmigo cuando llame el médico.
—¿Así que es eso?
—No entiendo tu pregunta.
—Aún crees que estoy mintiendo y estás deseando darme la patada en persona.
Por alguna razón que desconozco, se empieza a reír a carcajadas, yo levanto el ceño evidentemente intrigada por eso.
—No, estás equivocada, no sé si estás diciendo la verdad, pero estoy deseando que el resultado sea positivo, y ahora deja de comportarte como una niña mimada y ven, os compraré algo de ropa —me dice con mirada de desaprobación mientras me examina otra vez, a este paso sabrá hasta cada peca que tengo, no sé qué planea, ni entiendo porqué quiere que sea su hijo, tampoco me atrevo a preguntar.
—¿Qué le pasa a mi ropa? —pregunto en cambio, sorprendida por su gesto.
—No es de tu talla, ¿de quién es?
—Es mía —respondo evasiva, si es cierto que tal vez me va un poco grande, me la regaló una vecina, a ella me empezó a quedar chiquita y sabía que yo no podía permitirme ese gasto, mi ropa no era el problema de mi padre, gracias a pequeños trabajos que realizaba en verano pude ahorrar para estudiar.
—¿Y antes?
—¡No es asunto tuyo!, ¡tampoco voy a ir contigo para que me humilles!
Vuelve a reírse, me saca de quicio cada vez que lo hace, parece que se esté burlando de mi con esa estúpida y preciosa sonrisa.
—¡No quiero humillarte!, ¡solo ver qué tal quedarías con ropa de tu talla, pura curiosidad!
Decido callarme para dejar de hacer el ridículo, cada vez que hablo tiene algo para responder, tampoco lo sigo como me está ordenando.
—¿A qué esperas? —me pregunta al darse cuenta de que sigo estática en mi sitio.
—Estás loco si crees que te voy a seguir, no soy una marioneta, que quede claro.
—Eso está por ver —me dice amenazante.
Ya es la gota que colmó el vaso, la ira puede conmigo, así que me doy media vuelta dándole la espalda y me dirijo a mi coche dispuesta a no volver a verlo en la vida, desgraciadamente me alcanza en dos pasos, el lado negativo de hacerte cargo de un bebé.
—¡No te vas a ir ahora! —me dice muy serio.
—¡Tú no eres quién para decidir eso!, ¿sabes qué?, ¡qué te den!, ¡ya buscaré la manera de criar al niño yo sola!
—¡Está bien!, nada de compras, pero al menos déjame invitarte a almorzar, no tardarán en llamar —me ruega suavizando sus expresiones.
Después de pensarlo, cedo, en realidad lo que he dicho a sido un bulo, no tengo forma de cuidar de Juan sin matarlo de hambre, y dudo mucho que mi padre haga de niñera.
—Vale, ¡pero cómo vuelvas a meterte con mi aspecto, me iré! —le aviso muy seria.
—Trato hecho —concede sonriendo.
Me lleva hasta una cafetería cercana, nos pedimos un par de sándwiches de jamón y queso, acompañados de un zumo de naranja y un café, nos sentamos en una de las mesitas, a Juan lo coloco a mi lado, no tardará en pedir su biberón.
—¿Querías mucho a tu hermana, verdad? —me pregunta de repente.
—Claro, era mi familia, una buena hermana —respondo sin dar más detalles, una estupidez, siendo que insiste en hacerme un interrogatorio.
—¿No tienes más familia?
—Si, mi padre, pero no hay una buena relación —contesto cortante mientras muerdo el sándwich calentito.
—¿Por qué?
—Haces muchas preguntas, no quiero hablar de eso —le digo justo cuando el bebé se apiada de su mimosa tía y se pone a llorar parar que le dé de comer.
Lo saco del carrito y lo acomodo en mis brazos, saco el biberón y se lo ofrezco, no puedo evitar sonreír al mirarlo, es sorprendente lo rápido que nace el amor con un nuevo familiar.
—Serás una buena madre —me dice el señor Velarde, cuando levanto la cabeza me está observando con una sonrisa extraña.
—No tengo intención de ser madre, ya tengo bastante con mi sobrino.
—¿Nunca?
—Bueno, tal vez algún día, cuando conozca la persona adecuada.
—¿Tienes un prototipo de hombre?
—¡Claro!, y añadí uno ayer —le informo sabiendo que va a preguntar.
—¿Cuál?
—Que no sea como tú —le digo sonriendo con sarcasmo, sintiéndome victoriosa por una vez.
—Tu te lo perderías, te podría dar mucho placer en la cama —suelta no corto mi perezoso.
Eso provoca dos cosas, la primera, que me ría, la segunda, que me moje, me traiciona mi sexo.
—No, gracias, podré vivir sin ello si así no tengo que aguantarte —le digo disimulando el calor repentino en mi mejilla y entrepierna.
Él sonríe, es una sonrisa diabólica, extraña, me pregunto qué pasará por esa mente perversa.
Su móvil suena cortando esta incómoda conversación, lo coge y asiente varias veces, le da las gracias y le dice que más tarde pasará por los informes, al colgar me mira muy serio.
—Era de la clínica.
—¿Y? —le pregunto impaciente.
—Es mi hijo —dice sin más, no parece molesto o enfadado.
—Ya, si te lo dije, Teresa nunca me mentiría.
De repente su cara se transforma, es oscura, es como si hubiese tardado en asimilar la noticia.
—Y ahora, tal como yo lo veo, solo hay dos opciones —me dice poniendo pose de empresario.
—¿Cuáles?
—La primera, te tienes que casar conmigo y fingir que eres su madre —no puedo evitar reírme con su propuesta —.Dos, te haces cargo sola del crío.
—¿No estás hablando en serio, no?
—Yo no me estoy riendo, estoy hablando muy en serio, piénsalo, tienes dos días.
—¡Eres un c*****o! —le grito furiosa.
—Un c*****o con dinero y poder.
—¿Y qué pasa si decido hablar de esto a la prensa?, no sé, imagina, los titulares, Velarde deja en la estacada a su hijo con una joven difunta —lo amenazo fingiendo que está el titular delante de mí.
—¿Crees que no estamos preparados para eso?, te hundiría, no volverías a estudiar, ni encontrarías trabajo, sin contar con la demanda que te mandaría.
Vale, está bien, es mejor chantajeando que yo, al lado de su amenaza la mia es un juego infantil.
—Lo pensaré —le digo poniéndome de pie con mi sobrino en brazos y colocándolo en el carro.
—Recuerda, tienes dos días, ni un minuto más.
Lo miro con rabia, odiándolo y sin contestar al aviso, y salgo de la cafetería.
Llego a casa, por suerte mi padre se ha quedado sin cervezas y debe haber ido al súper por más, subo a mi habitación llevando al bebé conmigo, lo dejo en la cama y me tumbo a su lado, lo miro con dulzura y cariño.
—Yo cuidaré de ti —le digo decidida, y tal vez más entusiasta de lo que debería, tomé la decisión en cuanto la pronunció, jamás me casaría sin amor, muchísimo menos con él, no se puede confiar en un Velarde.