Estos días en Miami han sido una pasada, sexo y alcohol en vena, mi madre no para de repetirme una y otra vez que debo sentar cabeza, ¿acaso no es suficiente con que me haga cargo de los problemas de la familia?, precisamente acabé aquí por eso, un inversor estaba haciendo mal uso del patrimonio y nombre de mi familia, no es mi culpa si Belinda, o Susi, se han cruzado en mi camino y me han embaucado con sus firmes traseros y grandes pechos.
Desgraciadamente, es el último día aquí, hora de volver a la aburrida rutina y fachada de hombre serio, nada me apetece menos.
Después de bajar del avión me voy directo a una habitación, he quedado allí con una azafata increíble, me volvió loco cuando se desabrochó la blusa delante de mí, mi polla reaccionó al instante.
Entro en la habitación gracias a la tarjeta que me ha dado, por lo visto aquí se hospeda hasta ayer debe volver a España, ella está esperándome en ropa interior, yo me quito despacio la mia clavando la mirada en ella, la puedo notar temblar desde aquí.
Al llegar a la azafata, le bajó los tirantes del sujetador y disfruto de la visión de los pezones duros por el roce.
—No me gusta tu sujetador, estos pechos son para compartirlos —le digo con seguridad y sensualidad.
A las mujeres les vuelve locas eso, que les diga guarradas, lo poco posesivo que soy con ellas, sienten la triste necesidad de que las cele.
Le como la boca, no, no es una forma de hablar, la devoro, mi lengua busca la suya ansioso, tremendamente excitado.
No tardo mucho en colocarme entre sus piernas y follarmela, porque yo no hago el amor, ni siquiera creo que en eso, ¡pero dios!, ¡soy un fiel creyente del sexo!, la penetro con fuerza hasta saciarme, hasta eyacular en el condón que me he puesto sin que se dé cuenta, otro pequeño detalle, que crean que estás tan impaciente que no sepan si te has puesto el condón o no.
Al acabar consigo que se corra con los dedos, con lo caliente que está no es una tarea difícil, me levanto, voy al baño y me visto.
—¿No te quedas a dormir? —me pregunta la azafata colorada y el pelo revuelto.
—No, nena, tengo cosas importantes que hacer.
—¿Volveré a verte?
—No lo sé, depende.
—¿De qué?
—De si te vuelvo a ver.
—Puedo darte mi número...
—No, preciosa, si volvemos a encontrarnos será el destino —le digo sonriendo.
Ella me pone ojitos, pero se traga la parafernalia, aunque es posible que si la vuelvo a ver acabemos en la cama, no me importa repetir.
Salgo satisfecho, orgulloso de mi virilidad y con paso firme, salgo del hotel del aeropuerto y subo al coche último modelo que me espera con un chofer, de camino a casa leo les mensajes pendientes, reuniones sin fin, mi madre preguntando por cómo fue, mi hermano recordándome la celebración de su compromiso en unos días...
Llego a casa, subo a mi habitación, quiero relajarme un poquito antes de volver a trabajar, pero es imposible, mi madre entra sin llamar a la puerta y se planta frente a mi.
—Hay una joven con un bebé en la puerta, hay que arreglarlo, a ti las chicas se te dan bien —me dice, bueno no, me ordena que me haga cargo, es su forma sutil de hacerlo.
Suspiro y me levanto, solo quiero terminar cuanto antes y dormir, en Miami hice de todo menos eso.
Al bajar al salón, me sorprende la joven que está sentada en el sofá, no es como las chicas que estoy acostumbrado a manejar, es morena, pelo largo seguramente, no lo tengo claro porque lo lleva recogido, los ojos son marrones, brillantes, y los labios, ¡uf, que boquita!, me he sentido tentado de besarla allí mismo, sin presentarme ni nada, pero soy un Velarde, tengo un papel aquí, así que lo sigo como si tuviese un guión en mi cabeza.
Después de hablar con ella, no tardo en saber que no miente, ahora mismo no nos podemos permitir un escándalo, últimamente las cosas están difíciles, mi padre hizo una mala inversión.
Miro al bebé y confirmo mis sospechas, mi hermano ha hecho una de las suyas, ese niño es suyo, sin duda, es tan incapaz como yo de mantener la bragueta cerrada, y no es un secreto para nadie que no ama a su prometida, bueno si, la principal afectada parece estar ciega por él.
Tomo la decisión, primero me aseguraré de que las sospechas y lo que afirma la joven es cierto, y después, no lo sé, tendré que buscar la manera de mantenerla calladita para que este matrimonio no acabe antes de empezar.
Al irse, me quedo solo con mi madre, está muy centrada en mí.
—¿Qué? —le insto a soltarlo.
—Si es cierto, podría fastidiar todo.
—Lo sé, mamá, ¿crees que no me he dado cuenta?
—Si ese bebé es de tu hermano, tendrás que casarte con ella —me dice como si nada.
—¿Qué?, ¡no hace falta llegar tan lejos!
—Lo será, necesitamos a la familia de Ariadna, su dinero, sin esta unión, estaremos en quiebra, en cambio con su nombre y su dinero, limpiaremos el nuestro.
—Pero hablar de matrimonio es muy drástico, con un pequeño soborno será suficiente.
—No lo creo, pero confiaré en ti, solo mantenme al tanto.
—Si, madre.
Desde luego no voy a casarme con ella, no la conozco de nada, su forma de vestir es vulgar, sin contar que no tengo la menor intención de atarme a una mujer el resto de mi vida, ¡ni loco!
Después de llamar a la clínica, quedo con mis amigos, hombres similares a mi, alguno casado, precisamente por eso sé muy bien lo que no quiero en mi vida, me pongo al día de todo lo ocurrido en mi ausencia, de las nuevas chicas en la ciudad y conozco ya alguna.
Lupe, ella es una bomba hecha mujer, sus curvas hacen competencia a la misma diosa afrodita, unos pechos de infarto, una carita de ángel pervertido, que en otra ocasión, hubiese hecho gemir, pero hoy no, hoy tengo en mi cabeza a la joven sentada en mi sofá, no escucho lo que me dice Lupe, puede que ya se haya insinuado y yo ni me haya enterado, frustrado, vuelvo a la mansión.
La noche no va mucho mejor, se entromete en mis sueños, es como un puñetero hechizo, la imagino sin esas ropas tan poco favorecedoras, si debajo de ella se esconden curvas o una tabla de planchar, me excito ante la idea de su cuerpo desnudo y finalmente me despierto al amanecer con la polla como una piedra, suerte que siempre tengo una caja de pañuelos al lado de mi cama.
No dudo en acabar con esto lo antes posible, el problema es que ella me responde, me lleva la contraria y me detesta, ¡me pone a mil esa actitud!, ¿lo hará por eso?, según la enfermera me saca sangre la observo fijamente, le gusto, lo sé por como me mira y se ruboriza, como aparta la mirada con timidez.
Al salir de la clínica intento persuadirla para comprarle ropa, pero está fatal de la cabeza, ¿qué mujer en su sano juicio se niega a que le regalen ropa?, ella, Lina, la joven de ropa ancha, y aunque ella no lo sabe todavía, mi futura esposa.
La llevo a almorzar mientras esperamos con la excusa de que quiero que esté ahí para saber el resultado, pero solo quiero estudiarla, tantear el terreno y llevármela a la cama, ella no será la excepción.
Según hablo con ella descubro algo interesante, algo que no había visto antes, esa mirada de amor cuando mira a su sobrino, me enternece, como de golpe se ha convertido en madre y lo acepta sin más.
Por fin me llaman para darme el veredicto final, el gran momento que esperaba, y si, las sospechas son ciertas, es hijo de mi hermano, mi sobrino, ayer no pensé en hacerla mi esposa, estaba seguro de que un dinero sería bastante, pero de repente la idea me resulta apetecible, tenerla en mi cama cada noche a la par que protejo a la familia, poder seguir con mi vida y dejar de escuchar a mi madre cuando sentaré cabeza, las palabras salen solas de mi boca.
—Y ahora, tal como yo lo veo, solo hay dos opciones —le digo muy serio.
—¿Cuáles?
—La primera, te tienes que casar conmigo y fingir que eres su madre, dos, te haces cargo sola del crío.
La veo reírse con mi propuesta, es gracioso porque otras matarían por estar en su lugar, pero no me molesta, al contrario, se ha convertido en un reto.
Ella se va sin una respuesta, le doy como mucho dos días, no más, cuanto más tiempo tenga para pensárselo es más posible que se niegue.
Estos dos días se han hecho eternos, volví a ver a Lupe, pero no sé porqué mi amigo no reaccionaba como debía, parece que solo reacciona ante el recuerdo de Lupe, así que la curva de mi sonrisa se agranda cuando por fin me llama, y para mi sorpresa, acepta.