Llegamos a casa de Mathis y sentí cómo el aire cambiaba. Era más denso, más cargado. Ana me miró con esa sonrisa traviesa que solo ella sabía usar, esa que decía más de lo que decía en voz alta. —Te quedas aquí, nena —dijo con una palmada en mi muslo—. Me llamas cuando quieras que te pase recogiendo. Sabes que te cubro, ¿sí? Y si alguien pregunta dónde estoy, di que fui al spa. Lo necesito… de verdad. Justo cuando me bajaba del auto, vi el carro de Mathis estacionarse justo delante. Respiré profundo. —Perfecto timing —murmuré, más para mí que para ella. —Diviértete, perra —dijo Ana, guiñándome un ojo antes de alejarse con su perfume caro flotando tras de sí. Entré a la casa sin mirar atrás. Todo se sentía tan silencioso, tan íntimo… tan distinto a la última vez. No había luces encendi

