Y me separo de él. De Viktor. Me mira con esos ojos que parecen hechos para desarmarme. Le acaricio el rostro con la yema de los dedos y suspiro, bajito, como si esa fuera mi única forma de soltar todo lo que llevo dentro. —Gracias, nene… —le susurro—. No quiero sentirme tan… tan... —Eres una perra —interrumpe Ana entre risas mientras me da un codazo suave. Me río también, aunque por dentro... por dentro hay fuego. Ese tipo de fuego que no se apaga con agua, sino con piel. Justo en ese momento se acerca Niklas, mi hermano, con esa mirada de “¿qué demonios está pasando aquí?” —Hola, Viktor. ¿Qué te trae por aquí? —Hola, cuñado —responde él, muy tranquilo—. He venido por tu hermana. Mis suegros me han dado el permiso de llevarla a mi casa esta noche. —¿A tu casa? —Niklas parpadea con

