Saqué su pene con cuidado, sin apuro. Lo rodeé con una de mis manos y lo acaricié. Estaba tan caliente, tan duro, que parecía hecho de fuego. Mi otra mano lo sostuvo con suavidad mientras mis dedos jugaban con la punta, delineando con ternura lo que él ya no podía controlar.
Un gemido bajo escapó de su garganta. Cerró los ojos un instante.
—Mírame —le ordené, y lo hizo al instante.
—Mierda, Liliane…
—¿Te gusta?
—No tienes idea…
Me incliné despacio. Muy despacio. Mis labios rozaron apenas la piel. Mi aliento cálido lo envolvió. Hice un sonido suave, casi un hmmmm contenido. Una nota sensual que vibró entre ambos. Como una canción privada. Como un ritual.
No era una caricia vacía. No era solo deseo.
Era poder.
Mi poder.
Mathis respiraba como si estuviera al borde de un abismo. Su m
