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Sueños eróticos con un delincuente

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Blurb

Marta es enfermera en una penitenciaria, una chica joven y hermosa, con una paciencia y dulzura innata, un día llega un preso, diferente, tierno y muy muy sexy que la persigue en sus sueños, Ignacio,esa atracción y fantasía pasa a la realidad creando una bonita historia de amor.

(Protagonistas secundarios de: La puta del mafioso).

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Un preso nuevo
—¡Sacar a esa rata de aquí! —gritó el médico de la penitenciaría de Barcelona, Quatre Camins. El preso se resistía a base de gritos y golpes, tuvieron que sujetarlo entre seis guardias y reducirlo con la porra, Marta en una esquina se mantenía alejada, estaba observándolo cuando el preso susurrando le pidió heroína al médico, el profesional se negó, intentó explicarle que era mejor para él dejarlo y que la dosis que estaba recibiendo le ayudaría a sentir menos el mono, pero no lo contentó con su respuesta. Ido y desesperado atacó al médico y a Marta exigiéndoles que se la dieran, a ella la empujó dándole un golpe en la cabeza y al médico le propinó un puñetazo, los dos guardias que vigilaban la consulta actuaron rápido pidiendo refuerzos y sujetándolo, una vez fue reducido lo trasladaron al pozo a espera de un castigo. El pozo es una celda oscura, sucia y húmeda en la que dependiendo de lo que hayan echo pasan más tiempo o menos, puede ser un par de horas como varios días. —¿Marta estás bien? —el médico la ayudó a levantarse. —Si, estoy bien, al final te acostumbras a esto.—dijo sonriendo para que no se preocupara. El médico la sentó y le curo un corte que le sangraba en la frente, no era nada grave. —Gracias, David. ,_le agradeció. Llevaban trabajando juntos ya dos años, el hombre de unos cincuenta años se mantenía en forma para que los presos se pensaran dos veces atacarlo, era muy agradable con Marta, la única enfermera que había aguantado ese trabajo y su mano derecha, las demás no aguantaban más de quince días, los presos las asustaban. Pero ella no, aprendió defensa personal y su tranquilidad al hablar, la ayudaban a salir airosa de todas las situaciones, había otra enfermera más mayor con la que hacía cambio de turno, pero ella en cambio destacaba por su rectitud y mal humor, para ella los presos eran lacra, mierda de la sociedad que no merecía vivir, así que si tenía oportunidad se lo dejaba claro. Muchas veces insistió en que despidieran a Marta, para ella la estimulación visual también era un regalo que no merecían, y esa dulzura natural de la chica la ponía furiosa. Después de una intensa jornada de ocho horas, Marta volvió a su casa agotada, vivía con sus padres mientras ahorraba para un piso, al llegar besó a su madre y saludó a su padre que miraba el fútbol. —¿Cómo ha ido el día hija?, ¿Y ese corte en la frente? —le preguntó su madre señalando la tirita que le había puesto David. —Bien mamá, nada nuevo, no es nada tranquila.—la calmó sonriendo. Aunque era un trabajo peligroso a ella le gustaba, era muy diferente a trabajar en un hospital, lleno de emoción cada día, conocía a drogadictos, asesinos, camellos, maltratadores…. Algunos agresivos, otros callados y otros que le sorprendían con su amabilidad, ella no sentía miedo, nunca lo sintió, no todos estaban allí por un crimen imperdonable. Algunos habían tenido una mala infancia, otros un mal momento que los arrastró a volverse adictos y otros, solo pretendían mantener a su familia y era el único camino que les quedaba. A sus padres no les gustaba que trabajara ahí pero mejor eso que nada, solían decir. Por la mañana salió a correr temprano, le gustaba aprovechar el día al máximo, después de una buena ducha salió a hacer recados y ayudó a su madre con las tareas de casa, a las tres volvía a la penitenciaría. Al llegar la misma rutina de siempre, revisión de seguridad, tanto a ella como a su bolso, la escoltaban hasta la enfermería a los gritos de los presos, la mayoría groseros decían burradas tipo, “te llevaría a un vis a vis”, “como te coja te voy a romper”... En su consulta tenía una taquilla donde se ponía una bata blanca, casi siempre iba vestida de la misma forma, pantalones anchos y blusa cerrada hasta el cuello, a veces cuando hacía mucha calor se permitía desabrochar un par de botones, al principio le dijeron que no era buena idea, esos hombres pasaban mucho tiempo sin ver ni estar con una mujer, pero cuando vieron que se sabía defender y no insinuaba como para alterarlos se lo permitieron, sino la pobre chica acabaría asfixiada por las temperaturas altas. Había visitas de las que se encargaba sola, para inyectar insulina a los diabéticos, sacar sangre, hacer un primer examen a los nuevos y demás, no necesitaba la presencia de su superior. El guardia llamaba a los presos por el orden de la lista, mientras leía el informe del paciente entró el siguiente. —¿Ignacio verdad? —preguntó sin mirar. —Si.—respondió el preso seco. —¿Alguna enfermedad crónica que deba saber?,¿Alergias?—volvió a interrogar. —Ninguna de las dos. —Muy bien.—contestó mientras apuntaba en el informe de Ignacio. Cerró la carpeta y fue hacía él, levantó la vista y sintió como si un escalofrío la recorriera, disimuló, nada de emociones, se recordó, el hombre era alto con ojos oscuros y tenía un poco de barba, también se veía que se cuidaba ya que estaba en buena forma, le cogió del brazo y le tomó la tensión. —Está bien.—le informó mientras miraba el resultado de la prueba. —¿Fobia a las agujas o la sangre? Esperaba su respuesta mientras sacaba la aguja de su bolsita. —No señora. —respondió educado. —No me llames señora, no soy tan mayor, me llamo Marta.—sonrió ella. Pensaba que un trato más personal haría que ellos la considerarán más cercana y no una extraña, así la respetarían como a una más de ese lugar, aunque no siempre funcionaba. —Yo Ignacio.—se presentó el preso. —Si, lo sé.— se rió ella señalando el informe y siendo que le había preguntado minutos antes. Él se reía también, cuando le cogió el brazo para meter la aguja y tocó su piel sintió algo que no podía explicar, no solía ponerse nerviosa, pero ese hombre si lo hacía, podía presentir que la estaba mirando mientras le sacaba las muestras, acabó rápido y dejó todo en su lugar. -¡Pues ya está Ignacio! —dijo amable. —Puedes volver fuera, cuando tengamos los resultados te informaré de ellos, si en algún momento necesitas ayuda médica no dudes en solicitarla a los guardias. Siempre tenía que decir eso a los nuevos, los cuales solían volver con algún golpe o fisura por las peleas, Ignacio asintió con la cabeza agradecido y salió. Marta siguió su rutina hasta que llegó el fin de su jornada, como siempre cogió el autobús y volvió a casa. Esa noche fue diferente al resto, sin ser muy consciente de ello soñaba con Ignacio, él la acariciaba despacio, el peligro de que un delincuente la tocará la excitó más, no tenía sentido para ella, pero no importaba, la humedad entre sus piernas era la que llevaba el mando, en su sueño estaba sola en la enfermería con Ignacio, le había desabrochado la bata y para su sorpresa no llevaba más que la braguita, el preso la miraba con un brillo lujurioso en los ojos, se despertó a las cuatro de la mañana muy caliente, siguiendo el sueño en su mente, apartó los pliegues de su v****a y se acarició con las yemas de los dedos, gemía en la oscuridad de su habitación, se corrió quedándose relajada y volvió a quedarse dormida. Cuando despertó por la mañana con el sonido de la alarma, recordó lo sucedido y se quedó tumbada más de lo habitual preguntándose desde cuándo se había vuelto tan turbia y sucia. El sueño que aún recordaba, era peligroso, morboso y ella se había excitado sintiéndolo.

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