Culpabilidad robada

1229 Words
Ignacio llegaba a su casa después de la Universidad cuando vio en la distancia las luces rojas y azules, aceleró el coche al ver que provenían de su casa, la policía estaba deteniendo a su padre mientras su madre gritaba sujeta por unos guardias. —¡Es inocente! —les rogaba llorando. Cuando llegó a ellos les preguntó que ocurría y explicó a los hombres que eran sus padres. —Está siendo detenido por supuesto narcotráfico y asesinato.—le informó el policía. Ignacio empezó a dar trabajo a su cabeza para ayudar a su padre. Estaba estudiando abogacía y algo se le debía ocurrir, pero no salían las ideas, no entendía nada, su padre solo era cocinero, jamás cometería un delito. Para salir del paso y mientras se le ocurría como salir de esa situación se culpó —No fue él, sino yo, deben tener el nombre mal apuntado. —¡No hijo! —le rogó su padre viendo lo que su hijo pretendía, no soportaría verlo entre rejas. —No pasa nada papá, cargaré con las consecuencias de mis actos.—fingió para que sonara creíble mientras le hacía un gesto cómplice. Los policías se miraron confusos, uno de ellos tomó el informe y pensó que podía ser verdad, abrieron las esposas de las muñecas de su padre y se las colocaron a él, no puso la mínima resistencia y eso hizo todo más rápido y fácil, mientras se lo llevaban su madre lloraba sin parar, desconsolada. —¡Mi hijo no!,¿Porqué estáis haciendo esto? No recibía ninguna respuesta. Una vez el coche que lo llevaría a la cárcel estuvo en movimiento todas las patrullas se marcharon dejándolos solo con un policía, el cual les indicó donde lo llevaban y los horarios de visita, el hombre entendía que no debía ser nada fácil ver a un hijo en esa situación y se compadeció de ellos. Ignacio miraba por la ventanilla todo el camino, seguía pensando un plan, debía haber un error se dijo, cuando llegaron lo escoltaron hasta la entrada. Le quitaron todos los objetos que llevaba encima, escoltado por otros guardias, lo llevaron a un baño donde le hicieron ducharse y cambiarse de ropa, un pantalón naranja y una camiseta gris, también le dieron una blusa del mismo color que el pantalón, lo metieron en una sala y esperó ahí. La sala con una mesa y dos sillas tenía las paredes grises, era fría y sin vida, entró un hombre que se presentó como el abogado de oficio que le había asignado el juez que llevaría su caso. —Te han detenido por narcotráfico y supuesto asesinato de un hombre que vendía drogas,¿Es correcto? —preguntó el abogado mientras leía el informe, ni siquiera lo miraba a la cara. —No, me han detenido por eso, ¡Pero yo no he hecho nada!, ¡ni mi padre! —le contestó sincero intentando apelar a su profesionalidad. —Todos decís lo mismo.—contestó sin más el hombre, Ignacio lleno de rabia pero con autocontrol no se rebajó a su nivel. —¿Cómo ha llegado a mi padre esa acusación? —le preguntó, quería saber todo lo posible. —Cogieron a otro narcotraficante, sabemos que trabaja para Ricardo Lázaro, él nos dio el nombre de tu padre como autor de las ordenes. Al escuchar el nombre del padre de Alejandro empezó a juntar las piezas, “menudo canalla”, pensó, ahora sabía muy bien que había ocurrido, necesitaban un culpable y habían escogido a su padre. Un cocinero no era imprescindible, nunca le cayó bien ese hombre, si bien es cierto que antes de que él naciera, su padre y él eran amigos, al enterarse de que necesitaba trabajo le ofreció trabajar para él de cocinero, lo conocía lo bastante bien para saber que no aceptaría otro trabajo. Su padre vivía de forma legal y tenía demasiada conciencia y escrúpulos, con el paso del tiempo ocurrió algo que los distanció pero por alguna razón no lo despidió, tal vez la razón era esta, algún día lo usaría para salir airoso de alguna situación sin el mínimo miramiento. Ignacio desde el principio supo que el abogado asignado no tenía la menor intención de ayudarlo, solo quería que le dieran la condena y volver a su vida, sin importar si era inocente o culpable. También pensó que si se defendía y volvía a casa sus padres pagarían las consecuencias por parte de Ricardo, lo más probable es que los asesinaran en su ausencia para que no pudiesen hablar, así que optó por callarse y decir que era culpable de los cargos, sobreviviría unos años ahí y después se vengaría de Ricardo, tenía mucho tiempo para pensar en cómo. —¿Entonces fue usted o su padre? —le preguntó el abogado de nuevo. Después de volver a pensarlo unos instantes habló. —Yo, mi padre no sabe nada de esto.— mintió. —Perfecto, firma esta declaración donde te declaras culpable y el juez puede que reduzca tu condena.—le informó pasándole un boli y el papel. Ignacio observó el folio con su declaración escrita por ese abogado, una sarta de mentiras, pero como estudiante de abogacía, sabía que no habría investigación si el culpable se entregaba, esperaba que así Ricardo no tomara represalias contra su padre y su madre. Lo llevaron a su nuevo hogar, una celda fría, con una litera, una pequeña mesa con una silla y un retrete a un lado, se dio cuenta por la blusa en la cama y el libro en la mesa de que ya tenía compañero de habitación, solo rezó porque no fuera un asesino o un hombre de Ricardo, sabía por Alejandro que había varios allí. Una hora después los guardias volvieron llevándolo a la enfermería, tenían que hacerle un primer examen, le dijeron, al verlo educado y tranquilo los hombres fueron amables con él, aprobando su comportamiento, al entrar se sentó en la camilla y observó a la enfermera mientras leía el informe, respondió todas las preguntas y la dejó hacer su trabajo. Cuando le sacó sangre se dedicó a examinarla, “es muy joven”, pensó, los ojos cerrados marcaban sus pestañas sin maquillar, los labios eran bonitos, con la bata no podía hacerse una idea de su cuerpo pero aún así se sintió atraído , se preguntó porqué una chica como ella trabajaba ahí y cuántas veces habrían intentado violarla, era bonita sin duda, la chica lo devolvió a la realidad cuando terminó el análisis. —No me llames señora, me llamo Marta.—le dijo ella. “Marta”, se repitió el nombre mentalmente, se alegró de tener una persona dulce en ese sitio tan lúgubre y tenebroso, haría su estancia allí menos dolorosa. De vuelta en la habitación pensó en los labios de la enfermera, no supo como llegó a ese pensamiento pero imaginó como sería besarlos. Ensimismado no se enteró de que un hombre había entrado, era mayor y canoso, pero iba bien acicalado y afeitado. —¡Asi que tú eres mi nuevo compañero…! —dijo este con desconfianza—.Me llamo Josué. Su cara era tierna y su expresión simpática, así que Ignacio se presentó también, se preguntó por qué ese hombre estaba allí, pero no lo exteriorizó, con el tiempo lo averiguaría.
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