Muñequita rota (Josué)

1664 Words
Josué despidió a su hija con un abrazo cuando esta se iba al instituto, —¿Qué te apetece comer hoy?, tengo el día libre y me apetece cocinar.—le preguntó animado. Josué trabajaba en un almacén de electrodomésticos. —¡Pollo a la naranja!—gritó ella, su comida favorita, a su padre se le daba genial. —Pues pollo a la naranja entonces, vamos vete o llegarás tarde.—le dijo riéndose. Su mujer era enfermera y le tocaba turno de veinticuatro horas, así que le guardaría su ración para el día siguiente, él aprovecharía su dia de descanso para consentir a su niña y seguir leyendo un libro sobre psicología, empezó los estudios pero al poco tiempo su esposa le dio la noticia de que estaba embarazada, no dudó a la hora de dejar los estudios para trabajar, ellas eran su prioridad. La chica salió lista para otro día de estudios, un día más como cualquier otro, allí prestaría atención en clase para superar el último curso y estaría con sus amigas planeando cosas para el fin de semana, ir al cine, patinar, lo típico de los jóvenes. Pero ese día…, no fue el típico jueves, Sara, salió del instituto, se despidió de sus amigas y caminó hacía su casa, miraba el móvil, ya que estaban escribiendo en un grupo de w******p que tenía con sus amigas. Empezó a sentir que la observaban, pero no le dio la mayor importancia pensando que era producto de su imaginación, se equivocaba, un tipo la seguía desde que salió del instituto, poco a poco se acercaba a ella, en cuestión de minutos el tipo se abalanzó sobre ella, le tapó la boca y la arrastró mientras vigilaba que nadie los estuviera mirando, la metió en una furgoneta que tenía aparcada justo en esa calle, debía haberla vigilado antes, pensó ella asustada, aunque gritó nadie la escuchó, sintió con pánico como se paraba el automóvil, el tipo la sacó forcejeando, pero él era más fuerte. La metió en una casa desconocida para ella, la subió a rastras a la cama y la desnudó impaciente mientras pataleaba, el hombre la golpeó para que se callara. —Estate quieta o te mataré .—la asustó mostrándole una navaja que tenía en el bolsillo, entró en shock cuando se dio cuenta de que no tenía escapatoria, lo que iba a hacerle era inevitable, se cebó con ella, sin piedad. La tocó, pellizco, pegó y la trató como si fuera una muñeca de trapo. Sara lloró y soltó algún grito, pero no se resistió más temiendo que cumpliera su amenaza, cuando acabó con ella la dejó un rato en la cama, dolorida, sangrando y sin un ápice de ganas de seguir viviendo, ¿Cómo podría volver a sonreír después de eso?. No se movía, le dolía cada músculo, semi inconsciente volvió a por ella y la sacó de la casa en brazos, la llevó a un descampado y la tiró allí como quién tira una bolsa de basura, Sara miró al cielo hasta que se desmayó. Josué llevaba horas llamando a Sara ,al no llegar al mediodía, pero no cogía el teléfono, pensó en salir a buscarla, fue al instituto, recorrió exactamente el mismo camino que hacía ella cada día, llamó a sus amigas, nadie sabía nada de ella, llegó a casa de nuevo y estaba a punto de salir para ir a la policía cuando su mujer lo llamó —¡Josué, nuestra pequeña!, ¡nuestra niña está aquí! —le dijo ella llorando desconsolada. Supo inmediatamente que había ocurrido algo grave, desesperado cogió el coche y fue directo al hospital, su hija estaba en una camilla sedada, llena de moratones y cortes. —¡La han violado Josué!, ¡La han violado! — su mujer lloraba con el corazón destrozado. Miró a Sara con tristeza y roto por dentro, la irá aumentaba cada vez que pensaba en cómo habría sido, ¿! Qué le habían hecho a su pequeña!?. Pasaron horas hasta que su hija despertó. — Papá. —susurró llamándolo. —¡Estoy aquí princesa!—,le respondió él poniéndose a su lado y cogiéndole la mano. —¡Lo siento, lo siento tanto!—, lloró ella sintiendo como la vergüenza se apoderaba de sus pensamientos. —no cariño, no, tu no tienes la culpa de esto—, le respondió llorando mientras acariciaba su mejilla con cuidado, tocarla le daba miedo, podía hacerle daño por algún golpe recibido por aquel monstruo. Pasaron los días con interrogatorios de la policía y los cuidados de Sara, la trasladaron a casa, pero ella no se atrevía a salir de su seguro hogar, temía que si lo hacía el tipo volviera a llevársela. Los meses corrieron de la misma manera, Josué y su esposa veían como la juventud de su hija volaba con el miedo, sin vivir como una adolescente. Un día consiguió convencerla para dar un paseo, juntos los dos, no le soltaría la mano, prometió, ella accedió, al principio lo llevó bien y agradeció sentir el sol en su piel, el aire fresco de la mañana, pero empezó a temblar de repente muy asustada. —¡Sara!, ¡Háblame!, ¿Qué ocurre?—le rogó Josué al ver su carita de pánico. —¡Fue ahí papá! —gritó angustiada. Josué miró la siguiente calle, ¿El tipo la había llevado a una de esas casas?, se preguntó. —Cariño, sé que es difícil, pero indícame qué casa es. —le pidió dulcemente agarrando fuerte su mano. —La marrón y gris que tiene la furgoneta negra, me llevó en esa furgoneta.—le contó recordando cada detalle—.¡Por favor, papá!, ¡Me quiero ir a casa! —le rogó. —Claro pequeña, vamos. Dieron media vuelta y Josué empezó a planificar cómo atrapar a ese mal nacido, daba gracias por que fuera tan estúpido como para no vendar los ojos a su hija. Durante varios días vigiló la casa mientras armada un plan, al principio pensó en acudir a la policía, pero estaba seguro de que los años que le caerían de condena no serían los suficientes para vivir en paz su familia, quería que pagara, que no pudiese volver a dañar a una niña, no era justo que su hija tuviese que vivir el resto de su vida con ese recuerdo mientras él descansaba en la cárcel, no, no era justo. Esperó a que se hiciera de noche, cuando vio que el violador estaba en su casa se acercó sigiloso, lo observó por la ventana mientras este veía la televisión, en su ausencia había trucado la puerta trasera para abrirla sin esfuerzo, ni ruido. Entró y lo adormiló con cloroformo, lo había comprado en la ferretería con la excusa de que lo necesitaba para un mueble viejo. Ya atado en una silla, en su propia casa, procedió a torturarlo, había cogido utensilios de su trabajo, tenazas y demás cosas con las que arreglaban los electrodomésticos dañados, empezó por arrancarle las uñas de una en una, el tipo amordazado no podía gritar y emitía gemidos de dolor con la garganta. —¡Vas a pagar por lo que le has hecho a mi hija!, ¡Hijo de puta! —le soltó con rabia Josué, después de destrozarlo se aseguró que no volviera a tocar a nadie más. Con un cuchillo de carne le cortó la garganta de lado a lado y observó cómo moría con satisfacción, esperó a que no tuviera pulso y se marchó, se deshizo de los guantes y todo el material tirándolo en contenedores diferentes, no sentía culpabilidad, haría lo que fuera por su hija, lo que fuera. Días más tarde la policía acudió a su casa para interrogarlo, por qué encontraron cabello de Sara en la cama de una habitación, se marcharon después de responder a todas sus preguntas y mentir en la mayoría. Como posible sospechoso la policía buscó huellas, ese día había sido muy cuidadoso pero no cuando trunco la puerta, no cayó en ponerse guantes ese día, y eso los llevó hasta él, lo detuvieron. Cansado confesó que había sido él, y añadió que lo repitiera si fuera necesario, durante el juicio despues de toda la investigación, fueron piadosos con él al cotejar la muestra de semen que habían cogido de Sara durante su examen médico después de la violación, confirmando que había sido el hombre que había matado Josué el que la había violado brutalmente. Le cayeron veinte años de cárcel por asesinato, sin fianza y con buena conducta, si no serían treinta, le había explicado el abogado. Después de diez años conoció a Ignacio en la cárcel, el cual apeló el juicio volviendo a abrir el caso, luchó para liberarlo, apelando al juez y a los presentes en que pensarán. —¿Qué hubieran hecho ustedes si hubiera sido su hija?, ¡Solo tenía quince años!, ¡Por el amor de Dios!, ¡Creo que Josué a pagado más que suficiente por defender a su pequeña!—les dijo con firmeza, poniendo sentimiento, a la gente se le ponía la piel de gallina. Dio el resultado que Ignacio esperaba, la jueza asignada lo liberó dando por justo el tiempo pasado en la cárcel, recordando que hay que acudir a las autoridades y confiar en la justicia. A día de hoy Josué se encontraba celebrando la boda del hermano de Ignacio, el cual había hecho posible todo aquello, gracias a Alejandro había podido continuar su carrera convirtiéndose en él mejor abogado de la ciudad. Miraba a su mujer y a su hija, algo que no había podido hacer durante mucho tiempo, vio mediante las visitas semanales como su hija pasaba de ser una adolescente a convertirse en mujer, al mirarla ella le sonrió. Por su experiencia vivida estudio hasta el cansancio para convertirse en psiquiatra y poder ayudar a más personas a superar traumas como el que había vivido en primera persona.

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