Llegó a casa al mediodía, lo que no quería pasó, encontró a su madre en medio del living, esta bebía una copa de vino hasta el tope y reía por alguna estupidez que le decía el remitente al otro lado de la llamada que tenía. La verdad podía pasarse largo y tendido con un teléfono a la oreja, además de eso, las compras y las tontas tertulias que hacía con sus “amigas” se le iba la vida en tonterías.
—Eso es maravilloso, no me perdería por nada del mundo un compromiso así —le comentó en un impertinente chillido —. Me muero por verle la cara, no imagino que vestido usará, ¿tienes idea?
—He llegado —canturreó sin ganas de avisar en realidad, solo saludó a modo automático.
—ah, ahí estás —fue la contesta de su progenitora soltada de una forma despectiva.
Siguió, estaba acostumbrada a esa indiferencia, subió a su habitación y pudo respirar hondo. Cerró la puerta con seguro y empezó a cambiarse la ropa. Al menos la ropa de andar en casa no era confeccionada por la amiga de su madre, cada que se ponía alguna prenda que tenía en su armario, podía volver a sentirse ella misma, y no la rarita.
En el abisal de sus pensamientos, sí, profundos, arraigados y siendo también ese obstáculo que impedía el decurso y detenía el inicio de hacer sus tareas, se perdió en la profundidad de los hechos de aquel día. En todo momento, Burak apareció dibujando una serie de sucesos inimaginables, pero posibles solo en su cabecita ilusa. Entre tantas escenas absurdas, estaba el profesor besándola, tomando su mano y diciéndole cosas lindas.
¡Debía parar! Sabía que la oscuridad de esa imaginación no estaba bien, tiraría de ella hacia un lugar sombrío, era peligroso, tal vez demasiado, suficiente para prender las luces rojas y tomárselo una advertencia.
Ella no lo veía una amenaza, mientras nada ocurriera, no existía lo azaroso. Así que, no estaba tan mal después de todo pecar mentalmente.
“Burak” repitió en su mente, ese nombre la hacía desvariar, provocaba escalofríos en todo su cuerpo. Al final, se animó a indagar más sobre él en la internet.
Si él le había dicho algo a medias, en el navegador podría saber más. Sin más, se sentó frente a la laptop y comenzó a discar sobre el teclado ese nombre que tanto estaba robándose un protagonismo.
“Burak Ansarifard”
En un instante tuvo a su alcance mucha información, y no había nada que la tomara por sorpresa. Ya sabía que Burak habiendo prestado su imagen y siendo modelo, no podría ser tan anónimo. ¡Vaya! Pero si él había desfilado hasta para la semana de la moda en París, Italia; también había protagonizado varios comerciales. Acabó por clickear sobre esa página titulada: Burak, deja los tabloides para ser un profesor.
Había dado justo en el clavo. De inmediato empezó a repasar las líneas de la nota, estaba bastante interesante.
»El conocido modelo nacido en Emirates Árabe, y radicado en los Estados Unidos, ha sorprendido a todos sus seguidores al anunciar su retiro temporal del mundo del modelaje.
Conocido por ser imagen de marcas como: Gucci, Dolce & Gabbana, Dior, Valentino, entre otras, se aleja de las pasarelas para sumergirse en el mundo de la enseñanza.
Ha dejado boquiabierto a los más de cuarenta millones de seguidores que ha acumulado en su cuenta de i********:. El modelo, empresario y ahora profesor, dio declaraciones sobre el motivo de hacer un cambio tan drástico en su vida.
Citando sus palabras: “Necesito un tiempo para pensar, no me tomaré unas vacaciones largas, no, he decidido probar en otro campo, así que una mañana desperté y me dije, ¡oh vaya! Haré lo que un día soñé, daré clases. Después de todo, he estudiado para ello, lo del modelaje ha sido una oportunidad de oro que no desaproveché. No me estoy despidiendo de forma definitiva de las pasarelas, pasado un año volveré, por ahora ¡A vivir el momento que la vida es una sola!
Así terminó de declarar ante los medios, una impactante noticia que dejó sorprendido a muchos. Por otro lado, nunca mencionó el lugar donde impartirá clases.
¡Le deseamos lo mejor en esta etapa de su vida!«
Suspiró.
En pocas palabras, le dijo una verdad a medias. ¡Por supuesto que era popular! No entendía cómo de tener toda la atención, buscara un empleo a medio tiempo como profesor en Bradford. O sea, siendo modelo ganaba claramente una fortuna, como empleado en la secundaria solo un mísero salario que comparado con su antiguo salario, de seguro una tontera.
—¿Milenka? —llamaron a la puerta, su madre. Soltó un bufido, exasperada. No era bueno, jamás, la presencia de esa mujer.
—¿Qué sucede? —cuestionó devuelta.
—Sal de ahí, ahora. Necesitamos hablar —demandó. ¡Agh! Que molesta era su madre.
Cerró la ventana en la portátil y se dirigió a la puerta. Se llenó de valentía antes de abrir la puerta. Giselle, en su vestido apretado, elevados tacones, maquillaje demasiado marcado y el cabello como una fiera, estaba parada ahí, con su usual aire de dominio y poder.
—¿Qué pasa mamá?
—No has comido, ¿es que has estado comiendo en otro lado la porquería que sirven? Por eso estás tan gorda, ¿no? Comerás de forma sana conmigo, jovencita —señaló mordiente.
Herirla siempre había sido el blanco, y ella lamentablemente nunca daba fallidos. Era cierto que llegó y subió a su habitación, no tenía hambre, no había comido chatarra afuera y definitivamente no estaba gorda.
Desde que tenía uso de razón se dejaba aplastar por los rigurosos y restrictivos márgenes alimenticios que le imponía su madre, ella sí estaba escuálida, tan delgada que se le sobresalían los huesos de la clavícula y de otras partes. Ese régimen alimenticio que empezó a base de ensaladas y ejercicio, se volvió extremo al punto de llegar a la inanición, cosa a la que también intentaba meterla, pero Milenka sabía que dejar de comer era un grave error, así como también comer pequeñas porciones que no saciaban el apetito y mucho menos le otorgaba la energía que necesitaba.
Estaba sumamente cansada de aquello.
—No he comido afuera, no lo he hecho, mamá. ¿Por qué creerías algo así?
—Mírate, pareces una ballena, si sigues así nadie, escúchame bien, nadie se va a fijar en ti —señaló seria, en el enfado absurdo por ver cosas donde no hay.
—No estoy pasada de peso, mamá.
—Es lo que tú dices —insinuó segura de ello, ya no quería verle la cara, deseaba espacio, quedarse a solas y no mirar a un ser que en vez de proporcionarle estabilidad, solo le daba inseguridades emocional.
—Lo que tú digas, mamá —expresó sin energías de seguir con una disputa que no llevaba a ningún sitio —. ¿Algo más?
—Ya he dicho que vengas a comer, también me acompañarás a mi rutina de ejercicios, ¿bien? —demandó.
—Tengo que hacer tareas —se quejó.
—No es mi problema, y yo no quiero a una obesa en la familia —rugió mordaz, tanto veneno en dosis le arrinconaba el corazón y tiraba a un foso su autoestima.
Al final terminaba por hacerla sentir como si no valía nada, y la verdad, ¿qué tenía sentido la vida si no habían propósitos? Sus palabras, como un fragelo, esa forma de decir las cosas eran lanzas, estocadas y todo lo que fuera capaz de dejar heridas en el alma, incluso tan graves que no existía la sanación.
La acompañó a su almuerzo “saludable” la comida, que consistía en una elaborada ensalada verde y más verde, eso era todo, ni siquiera una fina milanesa de pollo, eso sobre su plato no le daba apetito, para nada, y fue lo único que llevó a su estómago. Lo peor era el vaso de vidrio que retenía aquel batido asqueroso que a duras penas se tomó hasta la última gota. Mientras tanto, Giselle sonreía, un gesto de satisfacción por involucrar a su hija en su casi ritual a la hora de comer.
—Quince minutos, luego vamos al jardín, y ya quita esa cara que solo busco ayudarte, Milenka —añadió furiosa por verla hundida en su asiento, con el rostro apagado.
—Yo solo quiero mejorar en la secundaria, pero no lo lograré si me quitas el tiempo haciendo todo eso contigo —se atrevió a decirle.
—No me interesa, eres una gorda y holgazaneando vas a empeorar, ¿es que no te importa tu salud?
—Sí, por supuesto que sí —se levantó de la silla, no se dejaría tirar más flechas y siquiera no hacer el intento de esquivarlas —. Sucede que quiero estar bien, exageras mucho con todo esto, mamá.
—Oh no, señorita —negó con la cabeza y sonrió maliciosa —. No quiero que hables del tema, me vas a acompañar sí o sí.
—No puedes obligarme —escupió desafiando a la mujer, esta abrió los ojos de par en par.
—Pero, ¿qué pasa aquí? —irrumpió Lilian, la fémina que se había encargado de ejercer el papel que Giselle nunca interpretó “la de una madre”
Desde que Milenka tenía tres años de edad, la señora Lilian, en ese entonces de solo cuarenta y tres, ahora ya con sesenta y dos años seguía cuidando lo que podía de ella. Sobre todo cuando su pequeña se encontraba ante la fiera de su madre biológica que solo daño sabía hacerle.
—No te metas, Hanaford —despotricó la castaña echando humos, mirando a la envejecida Lilian con odio puro —. ¿Es que no deberías de estar limpiando?
—Así como Milenka debería de estar estudiando y no sometida por tus tontas normas alimenticias, cada vez vas peor Giselle, esto se está saliendo de control, y no eres capaz de mirarlo, porque no quieres —la encaró, sucedía a menudo.
Por alguna extraña razón, Giselle nunca se había atrevido a ponerla de patitas en la calle, aunque si hubo amenazas de ese tipo, pero todo se quedaba ahí, sin pasar a mayores. Lilian con su forma protectora se acercó a Milenka y la abrazó sobre su hombros.
—Gracias, Lili —emitió reconfortada por aquella mujer, era como un ave perdido bajo aquellas alas que le brindaban una tranquilidad mágica.
—No estoy enferma, en cambio ustedes dos sí, demasiado —se defendió hasta retirarse.
Lo peor de todo es que no aceptaba estar mal. Ella, aunque no lo aceptará, padecía de ortorexia, un trastorno psiquiátrico clasificado como obsesivo compulsivo por comer saludable. La finalidad es estar lo más sano posible, restringiendo los hábitos de comida hasta el punto de poner en peligro su vida.
»Al padecer de esta patología la comida se convierte en el centro de su existencia, lo que a su vez conlleva a un aislamiento social. Es decir que, en el esfuerzo por mejorar su calidad de vida, se convierte en una obsesión la alimentación sana, lo que se debe o no comer y lo que está totalmente prohibido. Además, las personas que la padecen hacen lo posible por evitar en su alimentación sana los colorantes, conservantes, pesticidas, ingredientes modificados genéticamente, grasas saturadas, sal o azúcares. También evitan comer carne, huevos y pescado. Optan siempre por comer platos totalmente naturales y ecológicos.
Además, siempre están pendientes de la preparación de los alimentos, evitan comer por fuera para no sentir culpa y seguir estrictamente su dieta saludable y no escatiman en tiempo o en dinero para planificar sus comidas«.
El taconeo dejó de escucharse y ambas respiraron tranquilas. Al fin libre de esa presencia maligna.
—Estoy harta de ella, me dice un montón de cosas, en serio trato de no tomarle importancia, pero me duele, cada día es peor. Me hace sentir como si no valgo nada, mi propia mamá me denigra y eso es realmente horrible, Lili —susurró recorriendo a sus brazos, al llanto al mismo tiempo.
—Oh no, mi niña. Sabes que Giselle no está bien de la cabeza, lo niega, se niega a creer que necesita de ayuda, esto no está bien, preciosa. ¿Quieres que te prepare un té?
—No, gracias. Ahora debo ponerme a hacer mis tareas.
—De acuerdo, voy a estar para ti si me necesitas, no dudes en llamarme.
—Sé que contigo puedo contar. ¿Sabes que deseo a veces? Bueno, la mayor parte del tiempo —admitió bajito, con la voz en un hilo quebradizo.
—¿Qué es lo que tanto deseas, Milenka? —la animó a seguir, mientras tomaba su rostro, cariñosamente.
—Estar lejos de todos, de ti no, por supuesto, pero sí de mamá, de Nolan y de su hijo. Si tan solo tuviera a dónde ir, porque aquí no soy feliz y temo que nunca lo seré —confesó con una marea de emociones en el pecho, tan fuerte la oleada que le impedía respirar con normalidad.
—Oh, cuanto lo siento. Odio que no seas feliz, que vivas esto, pero quiero pensar que todo esto va a cambiar y que tarde o temprano Giselle va a ser esa mamá que debió ser al principio.
—¿Por qué depositas la esperanza en una persona que no dará nunca su brazo a torcer? Ella es así, y lo seguirá siendo, no tengo fe en que cambie, porque soy realista. Ya solo quiero acabar mis estudios, conseguir un empleo y lo antes posible encontrar mi propio lugar —soltó franca.
Lilian la miró con tristeza, nadie se merecía ser tratada como ella, y sinceramente solo quería avisar otro panorama, no más invierno, no más frío desapacible, ya era hora de que viniera el verano y quitara del frío corazón de Giselle, esa capa de hielo que situaciones y cosas inexplicables, habían forjado en su órgano vital.