Capítulo 4- Quiero disculparme por esa noche.

1605 Words
| ALEX | OCHO SEMANAS DESPUÉS ... —Estoy buscando un tesoro, cariño. ¿Puedo buscarlo alrededor de tu pecho? — Ruedo mis ojos... —Necesito más alcohol para esto— murmuro, llevándome mi vaso de ron y Coca-cola light a mis labios y tomando un sorbo. Idiota. Y no solo me refiero a la mala línea recogida. Mi bebida sabía horrible. Probablemente fue la ausencia de la Coca-cola cargada de calorías. El azúcar ayuda al alcohol bajar más fácil. Pero mis pantalones estaban un poco ajustados y eso siginficaba que necesitaba reducir los extras de la vida, hasta que mis Skinny jeans dejaran de hacerme rollos en mi vientre. Con un suspiro, tomé otro sorbo y casi me atraganto. Aparentemente, mis glándulas gustativas no sentían la combinación. Lo que sea. Era lo suficientemente adulta como para no forzarme a tragar algo que sabía horrible. Dejé caer el vaso en la parte superior de la barra y lo empujé, sacando mi teléfono de mi bolso con la otra mano. —Deberíamos de irnos— dice Victoria. —No sé por que nos molestamos— —Fue porque almorzamos el otro día sin interrupción— dije, curvando los labios ante su expresión de dolor. —Por supuesto, probablemente somos ingenuas al no darnos cuenta de que era porque el lugar estaba lleno de mujeres— —La casa del té, es uno de nuestros lugres favoritos y no solo porque servían te y bollos, si no porque era pequeño y acogedor y nos hacia sentir como si estuviéramos dentro de una novela histórica. La clientela tampoco era particularmente masculina. —Es la hora del almuerzo ahora— susurra Victoria. —¿Estos idiotas no tienen que trabajar?— —Aparentemente no— le susurro cuando otro se acerco a la barra y se acerco a mi amiga. Quién se alejo tan rápido que casi me tira del taburete. — Entonces ¿Te gustan las cebollas uh? — pregunta Victoria, y yo arrugo la nariz —¿A quién no?— el hombre respondió, con tanto aceite cubriendo sus palabras como cubriendo su cabeza. —Pero lo que realmente me gusta es esa camisa— sus ojos se deslizaron hacia abajo y se atascaron en el escote de Victoria, yo tuve la abrumadora necesidad de vomitar. No solo por su tono y su casi orgasmo sobre una simple camiseta. Si no porque el olor a cebolla rancia había golpeado mis fosas nasales. Me puse de pie, tapándome la boca con una mano. —Voy al baño— —Tan pronto como regreses nos vamos— dice mi amiga, miro al cantinero que casi se acerca corriendo. —Yo pagaré nuestra cuenta— dice Victoria. Asiento, dejando mi palma donde estaba, y corro al pasillo que conduce a los baños. Mi estómago se revolvió y me pregunto si me estaré enfermando. La última vez que me sentí así, débil, con nauseas y sudorosa; había tenido gripe. Desde entonces no me había sentido así. —¡Ouch!— mi mano se comprimío dolorosamente contra mi mandíbula cuando choqué con la pared. O más bien, lo que parecía una pared. En cambio esta pared era masculina y muy dura y... ¡Demonios! mi intestino se contrajo... Y es extremadamente parecida a Thor. ¿Qué demonios?. Mis entrañas se agitaron y empujaron las manos de Owen, que se habían levantado para estabilizarme. —Calma, tranquila— dice, y su voz se desliza sobre mi de la misma manera que esa noche ocho semanas atrás. ‹Dios› pienso mientras tiemblo de anticipación. ¿Qué esta mal conmigo, que me pasa? —¿Alexandra?—Saque la mano de mi boca, el estómago se asentó abruptamente mientras lo miraba. —¿Eso es una pregunta?— dije cáusticamente y me solté de su agarre. —¿O te cuesta recordar los nombres de todas las chicas con las que follas y dejas con las ganas?— — Alexandra yo…— Me inclino y siseo. —Tuve que terminar yo misma después de que me usaste como un juguete s****l para divertirte y luego saliste por la puerta— ¿Divertirme?— sus labios se arquearon y vi rojo. —Si, divertirte— mis manos encontraron mis caderas y aunque estaba un poco horrorizada por lo que estaba diciendo. Tuvo sexo conmigo y se fue sin despedirse. —Me dejaste desnuda en mi mesa de café— Continué. No había sabido nada de el en ocho semanas ¿y el estaba aquí en el bar diciendo mi nombre como una pregunta?. El sabía donde vivía, por el amor de Dios. ¿Tal vez pudo haber hecho una pequeña parada, y así tener un orgasmo reciproco? ¿No creen? Es solo un pensamiento. —Arruinaste lo que esperaba que fuera el mejor sexo de mi vida y...y en vez de eso, rompiste mi taza de café favorita. Se cruzo de brazos cuando pare de hablar, con el pecho agitado. —¿Terminaste?— solté un suspiro y comencé a empujarlo para pasar. —Si. Ya he terminado— Owen esperó hasta que le di la espalda antes de inclinarse y susurrarme al oido. —No quería irme— —Si, claro — Arrugué la nariz cuando un olor me golpeo y no era agradable. Casi amargo, hizo que mi estómago se retorciera de nuevo. —Tenía una llamada de trabajo muy importante que necesitaba tomar— —Así es como le llamas a eso— digo —lo tengo, alto y claro— —Alex— me tomó del brazo, me giro para enfrentarlo. Me habría irritado la forma que tomo mi brazo si el olor no hubiera sido tan horrible y omnipresente. ¿Qué fue eso? Mi cerebro lo estaba procesando como basura podrida, leche en mal estado y aliento a cebolla, todo envuelto en un paquete repugnante. Me atragante, mis ojos en el pasillo, buscando la fuente del olor. No pude encontrar nada. Excepto Owen. —Eres tu— se me revuelve el estómago y me aparto de él, corriendo hacia el baño de mujeres. —¿Qué soy yo? ¿Alex?— el agarró mi brazo de nuevo, y me liberé de un tirón, empujando hacia el compartimiento único. No tuve tiempo de preocuparme de que la puerta se cerrara, y mucho menos de que se trabara, apenas llegué al baño y regresé todo mi desayuno. Las lágrimas corrían por mis mejillas, mi garganta ardía y las nauseas no disminuían era todo lo contrario. Mi cuerpo lanzo un ataque proverbial durante varios largos minutos. Finalmente, cuando parecía que había terminado, me recosté sobre mis talones, incline la cabeza hacia el techo y busqué a ciegas la manija para descargar el inodoro. Unos dedos cálidos me ganaron bajando la manija enviando el desorden por el desagüe. Mis ojos se abrieron y, por supuesto, Owen estaba allí. A diferencia de mi, se había agachado, salvando su impecable traje de la sucia baldosa del bar. Mis jeans estaban probablemente arruinados. —Toma— dice y me entrega una toalla de papel húmeda. La tomé, apartando la cabeza mientras me limpiaba los ojos y luego las comisuras de los labios. Me puse de pie, necesitando enjuagar mi boca en el lavabo. —¿Estás bien?— Escupo y tomo otro sorbo del grifo para hacer buches. No, definitivamente no estaba bien. Acababa de vomitar frente al hombre mas sexy que jamás había visto, el mismo que me había visto desnuda, que había tenido sexo conmigo, y que aún así decidió que su llamada de trabajo era más importante que terminar lo que había comenzado. —Estoy bien— Girándome, me dirijo a la puerta, solo para que Owen me detuviera de nuevo. —Lamento lo de esa noche— dice. —Yo también— —No quería irme— Con un encogimiento de hombros, solté su mano y me dirigí a la puerta. —Vete Owen— —Tuve que irme— —Entiendo eso, alto y claro— Tiro de la manija y salgo al pasillo. Owen se para frente a mí y se inclina para que su cara estuviera cerca de la mía otra vez. Ese olor amargo se enrosco alrededor de mis fosas nasales de nuevo, filtrándoselo y haciendo que mi estómago se revolviera. —Atrás— espeto. —Hueles horrible— su boca se abrió. —¿Qué yo qué?— Levantó una solapa de la chaqueta de su traje, inclinó la cabeza hacia abajo y olió. —Huelo bien— Me llevo una mano a la nariz y doy un paso atrás, mis palabras se escuchan levemente nasales cuando digo: —Si tú lo dices— inhala hacia el otro lado. —Es solo mi desodorante— el me mira. —Quería disculparme por esa noche. Estaba fuera de juego y en medio de una gran confusión. No tenía por qué irme a casa con nadie más en ese momento— sus ojos se encontraron con los míos. —No era mi intención dejarte...— —¿con ganas?— un destello de algo cruzo su expresión, pudo haber sido ¿Calor? ¿Frustración? ¿Arrepentimiento? Como ya había estado íntimamente familiarizada con esas emociones durante los últimos meses, sonreí. —Que tengas un buen día— Entonces me di la vuelta y me alejé. Mi salida fue casi lo suficientemente buena como para hacerme olvidar que había soltado mi desayuno junto con mis intestinos frente a él. digo que casi, porque Owen seguía siendo el hombre más hermoso que jamás había visto. Y pues eso no se olvida fácilmente.
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