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Flores para Olivia

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La historia trata sobre una joven despistada que no tiene la menor idea de los tratos que tiene su familia y la llegada de un extraño que vendrá a alterarlo todo sin que ella tenga la menor idea de por que

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¿Por qué tiene un arma?
Creo que Samuel va a besarme, sería lo justo, esta es nuestra segunda cita. Desde la primera vez que lo vi corriendo por el campus me pareció lindo, tiene una sonrisa dulce y su mirada es sincera, es de esas que te inspiran confianza; da la impresión de ser un buen muchacho. Tal vez muchacho no es la palabra correcta porque ya tiene 23 años, tres más que yo, así que ya es un hombre. Mi corazón aporrea mi pecho y mis manos se sienten húmedas por el sudor. Damos vuelta en mi calle, cuando detenga el auto llegará el momento definitivo. Si me besa, significa que le gusto tanto como él a mí; si no, voy a convertirme en una monja... de acuerdo, tal vez no, pero sí voy a estar bastante decepcionada.   Samuel baja la velocidad del coche y mis latidos se aceleran en proporción. ¿Qué me pasa? Tampoco es la gran cosa, con ese cabello rojizo que parece de paja y la barba de leñador, tiene aspecto de hipster de Starbucks y ese normalmente no es mi estilo, pero me escucha cuando hablo y me hace reír a carcajadas. No se le puede poner precio a algo así, realmente escucha lo que le digo y no solo busca quitarme del camino como lo hace mi familia.   –Bueno, llegamos –dice Sam con voz tímida.  –Sí, aquí vivo –respondo intentando parecer relajada. Desvió la mirada, debo calmarme, no quiero que mi respiración me delate. Veo por la ventana mi casa color ladrillo, la más grande de la cuadra en una de las mejores colonias de la ciudad. Hay luces encendidas en cada uno de los cuatro pisos, mi mamá debe de haber perdido algo y seguro está corriendo de arriba abajo por las escaleras alfombradas dando gritos y culpando a alguna de las señoras del servicio por el extravío. O tal vez mi papá tiene visitas, no es raro que traiga gente a la casa. Conocemos de vista a la mayoría de los hombres que lo visitan, son gente que trabaja con él en las numerosas florerías que tiene por toda la ciudad. Nunca hablamos con ellos, pero por fuerza de costumbre se vuelven conocidos de vista de tanto que están ahí. Mi mamá los apoda “los intrusos”, porque llegan y se van sin avisar con su aire misterioso, siempre visten de traje y la mayoría nunca quita cara de pocos amigos. Mi papá odia que hablemos con ellos, nos ha prohibido explícitamente tener cualquier contacto con los intrusos. No tengo la menor idea de por qué, pero así es y le hemos seguido la corriente para llevar la fiesta en paz.  De cualquier modo, por la razón que sea, mi casa ahorita está activa y eso no es bueno para mí. Le dije a mis padres que saldría con Miranda, mi mejor amiga desde la secundaria, si me ven llegar con alguien más van a molestarse. Tal vez es mejor decirle a Samuel que se vaya, pero no quiero despedirme todavía y él baja del coche para abrirme la puerta. Quiero detenerlo, pero ¿cómo le explico la situación sin quedar como una perdedora? Tengo 20 años y aun así tengo prohibido salir en citas. No es que mis padres sean religiosos ultra conservadores o algo por el estilo; es más un tema de control, simplemente les gusta tenerme vigilada y dentro de los confines que ellos aprueban. Siempre fueron así y la situación empeoró bastante cuando mi hermano Nicolás fue asesinado hace un año; eso los hizo quererme controlar todavía mucho más de lo que ya lo hacían, hasta el punto de que la situación se ha vuelto insoportable.  Samuel abre mi puerta y yo salgo de un brinco. Camino por delante con prisa para llevarlo hasta la parte del pórtico de entrada que sé que no puede verse desde ninguna ventana en el interior. Él parece desconcertado, pero me sigue. –Me divertí mucho, gracias por todo –le digo con prisa.  –Yo también, en verdad eres simpática cuando te relajas, Olivia –contesta. –¿Cuándo me relajo? –pregunto con el ceño fruncido. –Sí, es que la primera vez que salimos parecías muy tensa, mirabas para todos lados… como si alguien nos estuviera vigilando, pero eso ha cambiado esta vez –me explica.  ¿Cómo explicarle que temía encontrarme a algún conocido que pudiera delatarme con mi papá? Sin embargo, esta noche me olvidé por completo de eso, solo me dediqué a disfrutar de la compañía sin pensar en las consecuencias.  –Tal vez porque me siento muy cómoda a tu lado –le contesto con voz coqueta.  –Me alegra, yo también me siento muy cómodo contigo. En mi interior doy saltos de felicidad, pero mantengo una apariencia serena.  Sam se inclina, va a besarme, lo sé. Inhalo profundo y cierro los ojos. Estoy lista para nuestro primer beso. Yo también le gusto ¡Qué alegría! Siento sus labios rozar los míos, pero súbitamente se aleja.  –¡¿Quién te crees, pedazo de pacotilla?! Abro los ojos de golpe y encuentro a Samuel de rodillas sobre el suelo, mi papá lo tiene agarrado del cabello con una mano y en la otra sostiene una pistola. ¡¿Por qué tiene una pistola?!  –¡Oiga! ¡¿Qué le pasa?! –grita Samuel.  –¡Papá, por favor, suéltalo! –le pido mortificada. –¿Crees que puedes venir a mi casa y pasarte de listo con mi hija? –pregunta sin hacerme caso. Mi papá arroja a Samuel con fuerza, este cae de bruces contra el pavimento. Antes de que Sam pueda incorporarse, mi papá lo patea por el costado y vuelve a tomarlo del cabello. Un grupo de intrusos salen de le casa, por un momento me siento aliviada pensando que van a detener a mi papá, pero no hacen nada, se limitan a observar la escena con expresión de desinterés en sus rostros.  –Tranquilo señor... –balbucea Samuel confundido, su nariz comienza a sangrar por el golpe contra el pavimento.  –Papá, no es lo tú crees. Por favor, déjalo ir –le suplico con voz temblorosa.  –Entra a la casa, Olivia –me ordena.  Mi papá toma la pistola y la mete en la boca de Samuel a la fuerza. Siento el estómago en la garganta, ¡lo va a matar! Voy a abalanzarme sobre ellos, pero alguien me toma por los hombros y me detiene en mi lugar, es uno de los intrusos. –Mejor no te metas, muñeca –me susurra al oído con calma, como si la escena fuera de lo más normal. Temo tanto por la seguridad de Sam que dejo pasar el hecho de que este extraño me acaba de llamar muñeca. Muy inapropiado viniendo de alguien que trabaja para mi papá, pero no es una prioridad en este momento.  –Escúchame bien, si te vuelvo a encontrar por aquí o si se te ocurre comunicarte con mi hija o siquiera pensar en ella de nuevo, desearás no haber nacido, ¿entiendes? –amenaza mi papá. Samuel no deja de temblar aterrorizado, pero logra asentir. Mi papá lo suelta y Sam cae de boca contra el pavimento otra vez. No doy crédito a lo que acaba de suceder. Bajo la mirada con ganas de morirme, no puedo creer que mi papá haya hecho esto.  Samuel se pone de pie, se tambalea con paso inseguro unos cuantos metros y sube a su coche. Debido al temblor de sus manos, le toma varios intentos poner el vehículo en marcha. Mi papá no le quita la vista de encima; los intrusos asomados desde el pórtico, tampoco. Mi mamá nos mira desde una de las ventanas, sin hacer nada.  El intruso que me sostiene afloja su agarre, me alejo de él y entro a mi casa corriendo. Los demás se abren a mi paso. Me quedo congelada en el vestíbulo, sin poder creer lo que sucedió.  –Olivia, ve a tu cuarto. Ya hablará tu mamá contigo –dice mi papá a mis espaldas.  Asiento y subo las escaleras en silencio, estoy demasiado desconcertada para siquiera discutir con él. Escucho como los intrusos regresan al comedor, platican entre sí con naturalidad, como si no acabaran de ver a un hombre desquiciado amenazar de muerte a un chico indefenso. No entiendo qué les pasa, acaban de ver cómo su jefe amenazó a un inocente con una pistola, ¿por qué no están sorprendidos?  Llego a mi cuarto y me desplomo sobre el suelo. Me echo a llorar sin poder digerir lo que acaba de suceder. Mi mamá entra al cuarto y me toma del brazo para que me levante.  –No seas dramática, Olivia, levántate del suelo –me dice en tono de fastidio.  –¿Viste lo que sucedió? Fue horrible –le digo entre lágrimas.  –Sí, pobre muchacho, se veía aterrado –comenta mi mamá como si estuviera hablando del clima–. Ya sabes cómo es Víctor, le gusta demostrar quién manda.  –¿Ya sabes cómo es Víctor? ¿De qué hablas? ¡Lo encañonó! Eso no es demostrar quién manda, ¡eso es un delito! Jamás lo había visto hacer algo así –exclamo sin poder contener mi enojo.  –Lo sé, Víctor normalmente se abstiene de hacer cosas de ese estilo en casa –comenta mi mamá conteniendo un bostezo. Abro los ojos como platos. No entiendo a qué se refiere con “en casa”, ¿significa que acostumbra a hacer cosas así cuando no está aquí? ¡Es absurdo! Mi papá siempre ha sido un hombre de poca paciencia, pero jamás había amenazado a una persona desarmada e inocente. –¿Qué quieres decir? –le pregunto confundida. –Olvídalo, tu padre está bajo mucho estrés y se desquitó con la primera persona que pudo. Solo esperemos que tu amiguito sea lo suficientemente listo como para no denunciarlo. No había pensado en esa posibilidad, pero Samuel estaría en todo su derecho de acudir a la policía. ¡Podría estar levantando la denuncia en este momento! Me preocupa la posibilidad de que mi papá vaya a la cárcel, a pesar de ser un hombre fuerte y sano, tiene 65 años. No lo parece, pero ya es viejo y la cárcel sería demasiado para él. Todo el enojo en contra mi papá se esfuma, me siento mortificada ante la idea de verlo en la cárcel. Tomo mi celular, si por algún milagro Samuel contesta mi llamada, le diré que mi papá es senil, que no es responsable por sus acciones. Tomará otro milagro para que me crea, mi papá está lejos de parecer un anciano indefenso cuya mente ya no está lucida.  –¿Qué haces? –pregunta mi mamá al verme marcar. –Le pediré a Samuel que no vaya con la policía… Ella me quita el celular de las manos. –No seas boba, Víctor fue muy claro al respecto, no quiere que se vuelvan a comunicar. Deja de buscar más problemas –me advierte. –No puedo quedarme de brazos cruzados, si meten a papá a la cárcel… Mi mamá suelta una carcajada seca. –No seas absurda, quien debe preocuparse si hay una denuncia es tu amigo. Víctor tiene demasiados conocidos poderosos, no pisaría la cárcel ni un día. Me siento al borde la cama, confundida. Sé que mi papá tiene bastante dinero, jamás está desocupado y mucha gente lo respeta, es un hombre importante dentro de los negocios, pero no hasta el punto de poder burlar a las autoridades. –Lo mejor será que nos olvidemos de este desafortunado incidente. Con un poco de suerte aquí se acaba todo –dice mi mamá con ese tono de voz que conozco tan bien. El que significa “fin del asunto” y no podemos volver a tocar el tema, una vez que mi mamá lo utiliza no hay vuelta atrás, estamos obligadas a seguir adelante como si nada hubiera sucedido. Samuel, como tantos otros temas, está ahora bajo tierra. Asiento con pesar y mi mamá me dedica una de sus sonrisas fingidas que tanto odio antes de salir de mi habitación. Me recuesto sobre la cama sintiéndome abatida. Me es imposible conciliar el sueño, el tema puede estar bajo tierra, pero las imágenes están nítidas en mi cabeza. Pasan las horas mientras lloro y doy vueltas en la cama temiendo lo que Samuel piensa de mí, lo que les dirá a sus amigos. Sus ojos llenos de temor me duelen, pero más me duele mi situación. Puede que por fuera parezca una persona normal, pero en realidad estoy aprisionada por mis circunstancias. Hace un año dejé la universidad para estar más tiempo con mis padres, la familia pasó por un momento muy duro al morir mi hermano Nicolás y yo creí que era mi deber de hija estar con ellos y apoyarlos. Paso casi todo el día en casa, a pesar de que mis padres me ignoran el 90% del tiempo que estoy aquí. Solo puedo salir de casa si voy con nuestro chofer Iván o en compañía de Miranda, la única amiga que mis padres aprueban. Cero citas, cero amigos, cero escuela, siempre vigilada, pero ni eso parece complacerlos…  parece que nada de lo que hago está bien ante sus ojos. Temo nunca darles gusto. Muchas veces he pensado en irme y quitarles ese poder que tienen sobre mí; vivir sin guiarme por sus opiniones, pero no puedo. Son mis padres y jamás podría darles la espalda, no soy esa clase de persona ingrata que abandona a su familia. En resumen, estoy atrapada. 

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