LIAM El silencio después del fuego tiene su propio sonido. No es quietud: es un zumbido tibio, como si el avión respirara con nosotros. La manta nos cubre a medias; siento la piel de Saanvi pegada a la mía, húmeda, temblorosa en ese punto dulce entre la risa y el suspiro. Bajo la frente a la suya y me río bajito, sin razón concreta, solo porque existe este instante y no quiero que se acabe. —Vas a matarme —murmuro, todavía jadeando, con la voz rota de hombre que encontró agua en mitad del desierto. —Shhh —me acaricia la nuca con la punta de los dedos—. Nadie muere hoy. Hoy solo… vivimos. “Vivimos.” Qué palabra más simple y más perfecta. Me quedo quieto, escuchando cómo se calma su pecho. El mío va parejo. En algún lugar del jet, los motores cantan el mismo mantra; allá afuera, solo nu

