LIAM El primer rayo de sol se coló por la persiana mal cerrada y me obligó a entreabrir los ojos. Sentí calor antes que luz: el de su cuerpo encajado en el mío, la tibieza de su piel enredada con mis brazos. No me moví. Me quedé quieto, respirando el mismo aire que ella, escuchando ese ritmo suave que me recordaba que, por una noche al menos, los demonios se habían quedado callados. Cuando finalmente se removió, lo hizo como una gata. Estiró las piernas, murmuró algo entre sueños, y recién entonces abrió los ojos. Me miró un segundo, medio dormida, medio despierta, y soltó un “buenos días” tan simple que me atravesó. Nadie me había dicho esas dos palabras con tanto peso en la vida. —Buenos días, Kali —le respondí, acariciándole el pelo. Se rió bajito, ese sonido que me jode porque me d

