LIAM Salir del laboratorio con ella al lado era como atravesar un portal. Afuera, la noche tenía otra textura, menos hostil, como si el simple hecho de sentir su mano enlazada a la mía bastara para suavizar el aire helado. La tomé de la cintura, la acerqué contra mí y le di un beso suave en la mejilla, solo para escuchar la risa bajita que siempre me regala cuando finjo ternura exagerada. —Estás helada —murmuré, frotándole el brazo con la palma—. Y todo por venir a rescatarme. —Alguien tiene que cuidarte —respondió, arqueando una ceja—. Porque claramente tú no sabes hacerlo. Me reí, inclinándome para besarle la sien. —¿Y si me gusta que me cuides? —susurré—. Quizá es mi estrategia para tenerte cerca. Saanvi me empujó suavemente con el hombro, pero su sonrisa lo decía todo. Esa chispa

