LIAM
El ambiente en la sala de juntas era limpio, ordenado, eficiente.
Todo como a mí me gusta.
Hasta que abrí la boca.
Y, claro, ella tuvo que abrir la suya también.
La presentación fue rápida.
Formalidades, credenciales, promesas legales bien decoradas con palabras como compromiso, seguridad jurídica, fidelidad al cliente.
Lo de siempre.
Matt escuchaba con atención.
Yo también, aunque lo mío era más por costumbre que por interés.
Hasta que empezamos a hablar de las necesidades operativas.
Y ahí me tocaba intervenir.
—Lo primero que tienen que saber —dije, sin rodeos—, es que hoy mismo voy a despedir a nuestro equipo técnico.
Un grupo de desarrolladores que no valen ni el café que se toman. Vamos a rehacer el departamento desde cero.
Silencio.
Todos tomaron nota o asintieron… excepto una.
Claro.
Saanvi.
Me miró.
Sin titubear.
Y con esa voz firme, seria, que siempre parece llevar un “y te lo voy a explicar con paciencia porque sé que eres un necio” escondido.
—No creo que sea la mejor decisión —dijo, cruzando una pierna con elegancia quirúrgica—. Despedir en bloque a un equipo completo en una empresa de tecnología puede generar inestabilidad jurídica, especialmente si alguno de ellos tiene contratos con cláusulas especiales, y más si no hubo advertencias documentadas de bajo desempeño.
La miré sin sonreír.
—¿Me estás diciendo cómo dirigir mi empresa?
—No. Te estoy diciendo cómo evitar demandas innecesarias.
Apoyé los codos sobre la mesa.
Me incliné un poco hacia ella.
Con calma.
Como quien se divierte viendo a alguien jugar ajedrez sin saber que ya está perdiendo.
—Saanvi, ¿verdad? —pregunté, aunque sabía perfectamente cómo se llamaba.
Ella no reaccionó. Solo asintió.
—Me encanta que cites el manual legal. Pero yo no tengo tiempo para tolerar incompetencia. Si contrato abogados nuevos es para que me limpien el camino, no para que me digan que lo deje sucio por si acaso se enojan los flojos.
Ella no pestañeó.
—Y yo estoy aquí para que entiendas que hacerlo mal rápido es más costoso que hacerlo bien despacio. Si uno solo de esos empleados decide demandarte por despido injustificado, y tu documentación no está en orden, lo que ahorres despidiéndolos lo vas a perder pagando compensaciones.
Su tono era impecable. Ni agresivo, ni sumiso.
Solo frío.
Legal.
Lógico.
Maldita sea.
Odiaba eso de ella.
—¿Y qué propones? ¿Que les dé otra oportunidad para que terminen de arruinar lo que queda del sistema?
—Propongo que primero evalúes caso por caso. Identifiques a quién sí vale la pena mantener. Y a quién no. Luego hagas la documentación correcta. Y despidas con protocolos sólidos. Sin dejar puertas abiertas.
Matt interrumpió antes de que el fuego creciera más.
—Me parece razonable —dijo, como quien media entre dos niños con cuchillos—. Liam, sabes que el sistema legal necesita estructura. Y Saanvi… sabes que Liam no es precisamente paciente. Lleguemos a un punto medio.
Ella lo miró y asintió con serenidad.
Yo también… aunque por dentro me estaba mordiendo la lengua.
No por perder.
Sino por cederle terreno a la única mujer que me ha retado en público sin parpadear.
Cuando la junta terminó, me levanté, recogí mis papeles, y antes de salir, la miré de nuevo.
Saanvi ya estaba guardando su libreta.
Sin verme.
—Buen punto, Devi —le dije.
Ella alzó la vista un segundo, y con una media sonrisa que no llegaba a los ojos, respondió:
—Gracias por la cortesía. Es un cambio.
Me fui sin decir más.
Pero no sin pensar en lo mucho que me irritaba.
Y en lo mucho que...
me divertía ese choque.
Después de que se fueron los del bufete, la oficina recuperó ese silencio cómodo que solo se da cuando el caos ya pasó, pero dejó su huella. Me serví otro café del termo que Matt siempre tiene en su escritorio —ese que solo él y yo usamos sin preguntar— y me tiré en el sillón frente a él como si fuera mi casa. Porque, en parte, lo es.
Matt no dijo nada por unos minutos. Solo revisaba su agenda en la tablet, aunque sé que no estaba leyendo nada. Lo conozco demasiado bien. Ese silencio que maneja no es casual. Es quirúrgico. Espera. Analiza. Estudia.
Finalmente, dejó la tablet sobre el escritorio, se acomodó contra el respaldo de la silla y me miró con esa maldita neutralidad que solo él puede sostener sin parecer hostil.
—¿Qué pasa con Saanvi?
La pregunta me cayó como una piedra en el café. No me sorprendió, pero me incomodó. Alcé una ceja y bebí con calma, como si eso pudiera disimular el hecho de que me había tocado un punto sensible. No contesté de inmediato. Solo lo miré, esperando a que dijera algo más. Y claro, lo hizo.
—No reaccionas así con nadie —añadió—. Ni con idiotas, ni con abogados. Y ella no es ninguna de las dos.
—No nos llevamos bien. Punto —dije, encogiéndome de hombros. Lo mantuve seco, sin adornos, como quien quiere cerrar el tema antes de que empiece.
Matt no se tragó la respuesta. Me observó un par de segundos más y luego entrecerró los ojos como quien empieza a hacer cálculos mentales.
—¿Eso es todo?
Suspiré, no por cansancio, sino por fastidio. Porque sabía que no me iba a soltar. Y porque, aunque no lo dijera, Matt ya intuía que había más. Siempre lo hace.
—Trabajamos juntos en el juicio contra James —admití al fin—. La traté mal. Ella me aguantó. Al final del caso me disculpé… como sé hacerlo.
Matt ladeó un poco la cabeza. Sabía exactamente qué significaba eso.
—¿Te la cogiste? —preguntó, con esa naturalidad que solo él maneja para temas incómodos.
—Sí. Una vez. Después de un par de tragos. Fue sexo, no fue nada —respondí, directo, sin adornos. Porque con Matt no hacía falta mentir. No servía.
No hubo sorpresa en su rostro. Solo una pausa reflexiva, como quien repasa los datos antes de seguir con el algoritmo. Lo vi tragar un poco de café, apoyarlo con cuidado, y luego levantar la mirada.
—¿Ella lo sabe? ¿O estaba demasiado ebría?
Reí por lo bajo, sin alegría.
—Créeme, no soy inolvidable. Me dejó salir por la puerta sin pedir explicaciones. Le dejé una nota. Se acabó.
El silencio volvió por un momento. Pero esta vez no era incómodo. Era uno de esos silencios donde Matt organiza las piezas antes de moverlas.
—¿Puedes trabajar con ella? —preguntó entonces—. ¿O querés que busque otro bufete?
Eso no me lo esperaba. Matt no es de abrir puertas alternas. No es de ofrecer salidas fáciles. Pero ahí estaba, dándome la opción de elegir. Dándome la chance de irme por la vía cómoda si no podía con esto.
Apreté la mandíbula un segundo, no por molestia… sino por orgullo.
—Puedo manejarlo —dije finalmente, con voz firme—. No hay drama. No hay historia. Solo dos personas que se pisan profesionalmente. Yo con mis formas, ella con las suyas.
Matt asintió. No era un gesto de alivio, ni de aprobación. Era aceptación. Sabía que no mentía, aunque también sabía que no estaba diciendo todo.
—Bien —dijo al fin—. Porque va a estar más tiempo aquí. Y necesitamos estructura legal sólida. No podemos repetir lo de la demanda anterior.
—Lo sé —respondí, con un trago de café.
Matt se reclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre el escritorio. Me miró con esos ojos grises que no acusan, pero advierten.
—Y no la trates como mierda, Liam.
La frase no fue dura, pero sí directa. Matt pocas veces se mete en cómo trato a los demás. Solo lo hace cuando le importa que no la cague.
Lo miré un segundo, sin molestia. Solo con una sombra de respeto.
—No lo haré —dije.
Porque tenía razón.
Y porque, aunque ella me sacara de quicio, no se merecía eso.
Y yo… yo todavía intento no convertirme en uno de esos hombres que usan su poder para pasar por encima.
A veces lo olvido.
Pero Matt siempre me lo recuerda.
SAANVI
Salir de esa junta fue como quitarse un tacón que te está enterrando el alma.
Me dolían los dientes de tanto apretarlos, pero por fuera… ni un parpadeo.
Como buena hija del deber.
El aire frío del lobby me dio en la cara como una cachetada de realidad.
Voy a tener que trabajar con ese idiota.
Ese, con su voz de arrogancia profesional, su maldita seguridad en todo lo que hace, y esa forma tan suya de mirar como si el mundo le perteneciera y todos estuviéramos de visita.
Liam Ashford.
El cabrón que me dejó una nota después de acostarse conmigo.
Una.
Puta.
Nota.
"Gracias por la cerveza. Y por salvarnos el juicio. Te debo otra ronda. – L.A."
No sabía si darle un golpe o una factura.
Salí del edificio como si el pavimento quemara. Subí al Uber sin hablar, sin mirar, sin respirar.
Solo pensaba:
"Esto va a ser una maldita patada en los huevos... y ni siquiera tengo huevos."
Al llegar al departamento, Georgia ya estaba en la sala, en ropa interior y con una copa de vino blanco en la mano.
Su ritual de bienvenida.
—¿Y bien, mi reina del derecho? ¿Cómo estuvo la junta?
No contesté. Solo me dejé caer en el sillón, dejé la bolsa tirada en el piso, y cerré los ojos como si así pudiera rebobinar el día.
—Fue con él —solté al fin.
Georgia se enderezó, con la copa en el aire.
—¿"Él" tipo Él, el que te la metió con disculpas y se fue como si te hubiera pedido un Uber?
—Ese mismo.
—¿Y qué hizo? ¿Te ignoró?
—Me trató como si nunca me hubiera visto desnuda. Como si solo hubiéramos trabajado juntos y ya.
Como si mi cuerpo fuera una sala de reuniones que olvidó agendar.
Georgia se carcajeó mientras se llevaba la copa a los labios.
—Y dime, ¿le arrancaste los huevos en público?
—Casi. Me discutió una decisión operativa frente a todo el equipo. Le tuve que dar una lección legal con guantes de seda… y puños de hierro.
—¿Y ganaste?
—Por supuesto.
Georgia se rió otra vez, orgullosa.
—Entonces ya está. Cerveza, orgasmo y humillación profesional. Es el ciclo completo, nena.
Yo no reí.
Me incliné hacia adelante, los codos en las rodillas, y solté un suspiro largo.
Ese que viene desde el fondo del alma cuando algo te remueve más de lo que querías.
—Voy a tener que trabajar con él, Geo. A diario. Verlo. Escucharlo. Y fingir que no recuerdo su boca en mi cuello y su nota de mierda en mi cartera.
Georgia me miró. La risa se le bajó.
Se levantó. Se sentó a mi lado. Y me quitó la copa de las manos.
—Saanvi… escúchame bien.
La miré.
—Tú no viniste hasta aquí para temblar por un cabrón. Viniste a hacer tu camino. A romper con tu historia. A demostrarle al mundo —y a tu familia— que nadie más decide por ti.
Ni Liam.
Ni tu papá.
Ni Anil Patel con su sonrisa de político adorable.
Nadie.
Bajé la mirada.
Porque sabía que tenía razón.
Porque aunque me sienta fuerte, a veces se me olvida por qué empecé.
Georgia me tomó la cara con ambas manos, como si me estuviera sosteniendo desde adentro.
—Ese tipo no vale tu energía. Si vuelve a intentar algo, le das la vuelta. Y si no lo intenta, mejor. Pero que no te saque del foco. Este es tu momento, Saanvi. Y no lo vas a ceder por nadie.
Asentí. No como un acto reflejo, sino como una decisión.
Una promesa.
A ella.
Y a mí misma.
Un año más. Solo uno. Y después, nada ni nadie va a decirme qué hacer con mi vida.
Y mucho menos un Ashford con problemas de ego y exceso de libido.