LIAM El ascensor se detuvo con un suspiro metálico en el piso de Saanvi. Blake salió primero, con esa seguridad arrogante que siempre tiene, como si todo el edificio le perteneciera por derecho divino. Yo lo seguí, con una bolsa de comida en cada mano y el maldito brazo aún adolorido, aunque no lo iba a decir en voz alta. Blake, claro, llevaba vino, porque según él ningún encuentro con mujeres merece menos. El pasillo olía a detergente barato y a la cena de algún vecino. Nada que ver con los salones de mármol o las oficinas con vista a Manhattan. Aquí todo era más humano, más real. Y, joder, por extraño que sonara, yo lo prefería. Blake tocó la puerta con los nudillos, un ritmo despreocupado. Yo me quedé quieto, respirando hondo. No sé por qué, pero cada vez que me acercaba a Saanvi me

