LIAM
El laboratorio estaba en silencio, salvo por el zumbido de los servomotores de los brazos robóticos al calibrarse. Ahora todo dependía de mí. Matt estaba con Evi en el hospital —lo cual entendía perfectamente—, así que la responsabilidad de avanzar con los ocho brazos que faltaban recaía sobre mis hombros. No había margen para errores, no había nadie más a quien mirar.
Tenía la mandíbula apretada, los nudillos tensos sobre la mesa de acero, repasando cada línea de código, cada conexión mecánica. Trabajar a solas nunca me había molestado, al contrario, me relajaba. Pero esta vez, con Saanvi lejos, en otro maldito continente, el silencio no era un refugio: era un recordatorio de lo vacía que se sentía la ciudad sin ella.
El celular vibró en mi bolsillo. Lo saqué con un movimiento bru
