LIAM
El cansancio me cayó de golpe, como si el dolor del brazo y la tensión de las últimas horas hubieran estado esperando a que bajara la guardia para saltarme encima. El jet tenía ese cubículo con una cama matrimonial que parecía un lujo demasiado grande para este viaje de huida, pero no me iba a quejar.
—Voy a dormir un rato —dije, pasándome la mano por la nuca, y me levanté de la mesa sin esperar respuesta.
Saanvi me miró con preocupación, como si quisiera seguirme, pero yo le sonreí apenas.
—Quédate tranquila, estaré bien.
Cerré la puerta detrás de mí. El silencio era tan distinto al rugido de mis pensamientos que por un segundo me mareó. Me desabroché la camisa con torpeza, los dedos manchados de vendaje seco, y la dejé caer sobre la butaca. Los zapatos siguieron el mismo camino
