Tanto Clara como Agustín despidieron a Beatriz. El día era muy favorable, la temporada era seca, se presentaba un buen sol. Era más allá del mediodía. A Beatriz se le había ocurrido atravesar la playa sola, le apetecía despejarse un poco antes de ir a su residencia y, retroceder al hospital para observar la condición en la que estaba Fenicio. Sentía el impulso del viento, las olas chocar fuerte y la marea elevarse. La playa estaba escasa de gente y eso la hizo sentirse más ella misma. Estaba contemplando el mar y sospechó que un animal la perseguía. Sus pies descalzos se dirigían mojados por el agua. Y sus huellas se esfumaban prontamente por las olas. —¿Quién eres?— le dijo al desconocido animal, como si conversara con un crío —¿Acaso eres tú, Uriel?—advertió que era un delfín el que

