1. Primera impresión.
Una ceremonia familiar e íntima se acababa de efectuar bajo un manto de tonalidades rojizas cubriendo extensos campos de golf, a su vez, dichos colores que cada vez se tornaban más oscuros hacia la noche, se reflejaba en los diferentes lagos que se encontraban en aquel mágico lugar y con la Sierra Norte de Madrid a lo lejos como testigo.
Durante la recepción y después de haber hecho el tradicional baile de los novios, Charlotte y Liam Meyer saludaban paseándose de mesa en mesa agradeciendo a sus invitados por estar presentes durante ese día tan especial. La novia lucía radiante con sus ojos celestes destellando de ilusión, realzando su indiscutible belleza con un elegante pero cómodo vestido blanco adornado con brillantes y encaje en forma de hojas, su preciosa cabellera rubia caía en ondas sobre sus hombros y continuaba hasta su espalda. Mientras que el novio vestía un atractivo traje blanco, él mostraba su felicidad en su máximo esplendor con una genuina sonrisa de oreja a oreja, sintiendo que estaba soñando todavía porque aquella preciosa y elegante mujer ahora era su esposa. Hermosa por fuera, pero sobre todo única, genuina y con un corazón de oro que lo amaba incondicionalmente.
Liam llevaba cargado en sus brazos a un bebé rubio de ojos celestes de poco menos de un año de edad; recientemente, el pequeño Owen se convirtió en el hijo adoptivo de los ahora recién casados, luego de haber superado una tempestad y dolorosos momentos.
Para la cálida ceremonia fueron invitados Corina y Albert Bustamante, él era el socio principal de la empresa que dirigía Charlotte; adicionalmente, esta pareja de invitados forjó una bonita amistad con los Meyer. Los Bustamante viajaron desde Latinoamérica hasta España de último momento para compartir con ellos en ese día tan importante, con la grata compañía de su pequeña hija de poco más de dos meses de edad, Amelia. En aquella misma mesa también se hallaba instalado Alexander Moncada, junto a su esposa embarazada, Avril. Éste era un familiar en común que tenían Albert y Charlotte.
Las familias conversaban gustosamente, hasta que hubo un punto en el que Owen se hizo notar en los brazos de su padre, balbuceando una mezcla de palabras entendibles y otras que no se podían comprender mucho, Amelia había llamado su atención y tenía mucha curiosidad hacia la bebé de grandes ojos color miel que se posaron sobre él, ella también se empezaba a inquietar ante la presencia de los extraños recién casados y sobre todo, por la vocecita de ese niñ0.
—¡Oh! Pero ¡qué mal educados somos! —Exclamó Charlotte cuando notaron la intranquilidad de su hijo. —Les presentamos a nuestro pequeño, Owen. —Comentó orgullosamente mientras tomaba su manito con la suya.
—Es un rubio atractivo. —Manifestó dulcemente Corina, la madre de Amelia, a la vez que se puso de pie, se dirigió hacia ellos y pellizcó suavemente la mejilla de Owen. —¡Guau! Ustedes tienen características similares. —Dijo algo sorprendida refiriéndose a la apariencia física de Charlotte y Owen, pese a que no corría la misma sangre por sus venas.
—¿Impresionante, verdad? —Añadió Albert, ladeando una sonrisa, pero también extrañado. —¿Estás segura de que no es tu hijo biológico? —Continuó con sarcasmo.
Él solía ser un hombre tosco y se podía reflejar en sus comentarios.
—¡Albert! —Recriminó su esposa, apenada y haciéndole señas con la mirada.
—¿Qué? No dije nada malo. —Inquirió confundido.
Charlotte lo tomó sin cuidado, sabía lo áspero que podía ser Albert, lo conocía desde toda su vida; a su esposo tampoco le incomodó.
—No te preocupes, Corina. —Dijo entre risitas. —Así es el 'señor gruñón'. —Albert viró sus ojos con fastidio.
Ante la inquietud de Amelia, Albert se puso de pie con ella, se aproximó más hacia la familia Meyer y a su esposa para presentar debidamente a su hija.
—Ella es Amelia, nuestra chica. —Él habló luego de aclararse la garganta. —Nosotros también fuimos mal educados y no la habíamos presentado. —Admitió.
—Princesa, conoce a los Meyer... y en especial a un amiguito que tendrás por este lado del mundo. —Comentó Corina con ternura.
Liam acercó un poco más a Owen también, cuidadoso de que no fuera muy brusco con la bebé más pequeña que él; sin embargo, sorprendió al suceder lo contrario. El pequeño rubio se quedó mirándola intrigado para luego sonreírle, dejando ver su encía con escasos dientes y un hilo de baba colgando de su labio inferior; Owen estiró un brazo, sacó su índice delicadamente y acercó su manito lentamente, algo dudoso, pero antes de lograr hacer contacto, Amelia abrió desmesuradamente sus ojos, hizo un puchero y soltó un chillido, a la vez que le dio un manotón entre su movimiento casi involuntario. Aquello provocó que él se asustara y comenzara a llorar desconsoladamente, girándose hacia su madre y estirando sus brazos hacia ella para que lo acunara. Ahora los padres primerizos estaban un poco desconcertados, con ambos niños llorando ante esa primera impresión.
—Wow, creo que no fue un buen comienzo. —Afirmó Liam mientras pasaba a su hijo hacia los brazos de Charlotte.
—Calma príncipe, no pasa nada, solo te asustaste. Es una niña muy linda... —Lo acunó su madre, hablándole amorosamente. Owen hundió el rostro en su pecho sollozando.
—Ya tendrán todo el tiempo del mundo para que compartan, jueguen y se conozcan mejor. Apenas son pequeñitos. —Comentó Albert comprensivo arrullando a Amelia por su lado.
—Se llevarán bien... —Declaró Corina despreocupada.
—Serán buenos amiguitos. —También aseguró Charlotte con entera confianza.
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4 años después...
Los Bustamante, Moncada y Meyer se reunieron para festejar el cumpleaños número 35 de Alexander, las 3 familias estaban más unidas que nunca, estos no desaprovechaban alguna ocasión especial en la que pudieran reencontrarse, sin importar la gran distancia que los separaba.
Owen se había convertido en un tierno hermano y primo mayor de 5 años, era muy afectuoso tanto con su hermana Victoria como con su prima Caroline. Por otro lado, Amelia era una niña bastante amistosa, dulce y cordial con sus amigas y compañeras de juego; sin embargo, era todo lo opuesto con el niño de ojos celestes, ambos despertaban lo peor de sí cuando se enfrentaban, era como su "némesis". Las veces que Owen y Amelia coincidieron en el transcurso de aquellos tres años, no había manera de que ambos compartieran algún juego porque se peleaban ferozmente.
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Owen, Victoria, Caroline y Amelia se encontraban en el mismo espacio de juego acondicionado para ellos, Amelia jugaba muñecas junto a Victoria y Caroline, mientras que el chico lo hacía por su lado dándole la espalda a las niñas. Owen se entretenía rodando y haciendo sonidos con un auto de metal, tranquilamente, pero llegó un momento en el que perdió el interés ppr el objeto y lo lanzó hacia atrás sin mirar, para luego ir por un juguete diferente, manteniendo la distancia de las niñas y así evitar a Amelia.
El auto que Owen había lanzado hacia atrás rebotó en la frente de su pequeña rival, le lastimó e inmediatamente se frotó con ambas manos en el lugar del golpe; sin embargo, no lloró, en cambio miró a Owen con rabia, quien todavía estaba de espaldas a ellas, se dirigió a él decidida, con los puños apretados y a pasos agigantados, iracunda; en un santiamén le clavó los dientes en el hombro derecho con toda la fuerza de su mandíbula, provocando que él diera un alarido que se escuchó en cada rincón y luego se sacudiera para quitársela de encima.
Tanto Corina como Charlotte se acercaron apresuradas para ver qué sucedía, ambas madres palidecieron cuando vieron a sus hijos. Amelia tenía una herida en la frente, que empezaba a sangrar más tras frotarse desesperadamente por la molestia, la niña estaba con el entrecejo fruncido y malhumorada, mientras que Owen tenía algunas marcas de sangre sobre la playera celeste que usaba y lloraba por el dolor. Cada una de las madres corrió hacia sus hijos y los levantaron en sus brazos.
—Solo los dejamos 2 minutos. —Comentó Charlotte mientras buscaba revisar la herida debajo de la playera. —Algo empieza a decirme que no se llevarán tan bien como esperábamos. —Dedujo.
—Son niñ0s, en algún punto serán buenos amigos. En un futuro, estas serán solo anécdotas que contarán como chistes. —Aseguró a la vez que trataba de limpiar con su vestido la escandalosa sangre de Amelia para poder ver qué tan grave era su herida.
—Cuánta convicción la de ustedes, espero que lleguen completos hasta entonces.
Charlotte terminó de descubrir la herida y Owen. Amelia había dejado marcados la mayoría de sus dietes en el hombro de Owen.
—Carajo, creo que esto dejará marcas. —Analizó Charlotte en voz baja.
—Cielos, creo que esta también. —Admitió Corina al notar que la de su hija era pequeña pero profunda.
Ambas madres tenían razón, esas heridas provocadas durante los escasos minutos fuera de sus vistas les dejaría las primeras “marcas de guerra” de los dos rivales. Ya era hora de tomar previsiones y poner ciertas reglas para los próximos encuentros, como un intento de evitar que se lastimaran más.
Los dos niñ0s estaban sentados frente a sus madres en unas pequeñas sillas de madera, Amelia con un pequeño apósito cubriendo la herida de su frente y Owen con su torso desnudo, tenía uno más grande cubriendo la suya en el hombro. Corina comenzó a desplazarse lentamente de un lado a otro con el ceño fruncido a la vez que acariciaba su gran panza de casi 9 meses, pues, estaba a la espera de su segundo hijo. Por otro lado, Charlotte se mostraba rígida con sus brazos cruzados frente a su pecho y con los ojos fijos en aquel par.
—Regla número uno, deben hacerse responsables de sus actos, desde ahora. —Inició Corina dirigiéndose a los dos. —Cada acto tiene consecuencias, niñ0s. Poco a poco irán dándose cuenta de eso, empezando por las cicatrices que se dejaron hoy y que verán por siempre.
—Número dos, no involucren a sus hermanos ni primos. —Indicó Charlotte severa. —Por ningún motivo pueden arrastrar a los demás a sus diferencias, ni ponerlos de algún lado. Estaría mal, muy mal. Esta regla apoya la primera de hacerse responsables de sus actos.
—No queremos que las familias terminen enemistadas por sus diferencias, chicos, es lo que nos preocupa, ¿ustedes quieren que todos se pelee como ustedes? —Negaron cabizbajos.
—Lo ideal sería que ustedes se llevaran bien, es lo que más deseamos en estos momentos. —Ellos se miraron de pronto con los ceños unidos, con rabia y de brazos cruzados; ante las palabras de Charlotte. Ella resopló exasperada y posando sus ojos preocupados en Corina. —Ok, al menos respeten las reglas. —Ordenó resignada.
—Número tres y no menos importante, prohibido lanzarse cosas, golpearse, morderse ni hacerse daño.
Aunque eran niñ0s de pocas edades, sus madres fueron severas cuando les hablaron. Esas normas se les repitieron una y otra vez hasta quedar completamente claras y plasmadas en sus memorias, salvo que la última era la más difícil de cumplir.
Los Meyer no tenían muchas esperanzas de que ambos se llevaran bien, mientras que los Bustamante creían ciegamente que en algún punto de sus vidas todo cambiaría, lo cual desconcertaba bastante a los Meyer, preguntándose por qué tenían tanta seguridad en ello.