La oficina estaba en silencio, el sonido de los papeles al deslizarlos sobre el escritorio era lo único que llenaba el espacio. Mi atención estaba fija en los documentos que tenía frente a mí, cada palabra parecía pesar toneladas. Mientras revisaba los números, sentía la presión de los días acumulados sobre mis hombros. Eduardo y yo habíamos aprendido a movernos en las sombras, a esconder lo nuestro detrás de miradas furtivas y silencios cómplices. Pero las grietas comenzaban a mostrarse, tanto en su vida como en la mía. El ruido abrupto de la puerta al abrirse con fuerza rompió la calma. Levanté la mirada, y ahí estaba Sofía. Su expresión era de puro descontrol, sus ojos brillaban con una furia que no había visto antes. Avanzó hacia Ada, quien estaba en una esquina revisando su agenda, s

