Tensión prohibida

1732 Words
La puerta se cierra detrás de mí con un suave clic, pero la imagen de Eduardo, de su mirada tan profunda y su voz tan envolvente, persiste en mi mente. Camino hacia mi escritorio, pero mis pasos son lentos, arrastrados por una sensación extraña y opresiva que no puedo describir con claridad. Algo dentro de mí sabe que esa conversación marcará un antes y un después. La línea entre lo profesional y lo personal, tan delgada y fácil de cruzar, ahora parece haber desaparecido por completo. Mi corazón late con fuerza, y la sensación de su mirada sigue gravitando sobre mí, como si todavía estuviera en la misma habitación. Cada vez que me siento, miro hacia la puerta de su oficina, y por un instante, parece que su figura aparece en mi mente. Me pregunto si él también siente lo mismo o si soy solo una distracción pasajera en su vida. Pero, más allá de la confusión, algo en mí no puede dejar de desear más. El resto del día pasa de forma casi mecánica. Mis manos trabajan, pero mi mente sigue perdida en lo que sucedió. Cada vez que veo a Eduardo en el pasillo, siento que su mirada se clava en mí, y el aire entre nosotros se vuelve denso, cargado de una tensión que no se puede ignorar. Como si, a pesar de las palabras que no se dijeron, estuviéramos jugando un juego peligroso. Finalmente, después de lo que parece una eternidad, llega la hora de salir. El reloj marca el final del día, y me siento agotada, no solo físicamente, sino emocionalmente. Mientras recojo mis cosas, un suspiro escapa de mis labios. No puedo dejar de pensar en lo que Eduardo me propuso, en lo que me dijo, en las puertas que se abrieron en mi mente y en mi corazón. Salgo del edificio, sintiendo el aire fresco acariciar mi rostro. El mundo exterior es mucho más tranquilo que la tormenta que se desata dentro de mí. Aun así, me siento vacía, como si algo me estuviera llamando, algo que sé que no puedo rechazar. Llegar a casa no mejora mucho la situación. Entro en mi apartamento, y la familiaridad de las cuatro paredes no hace nada para calmar mi mente. Me dejo caer en el sofá, y por un momento, todo parece quedarse en silencio, pero entonces, el teléfono vibra en mi bolsillo. El nombre que aparece en la pantalla me hace el corazón dar un brinco. Es mi amiga Laura. Respondo casi de inmediato, como si necesitara hablar con alguien, con alguien que me entienda. — Hola, ¿cómo estás? — Su voz suena cálida y reconfortante, exactamente lo que necesito en este momento. — Laura, necesito hablar. — Mi voz sale más débil de lo que esperaba. El peso de la conversación con Eduardo, de todo lo que está en juego, me aplasta. — Claro, ¿qué pasa? — La preocupación en su tono me hace sentir un poco más tranquila. — Hoy… hoy me llamó a su oficina, y… — Mis palabras se quedan colgando en el aire. No sé cómo empezar a contarle lo que pasó. No puedo evitar recordar el brillo en los ojos de Eduardo, la forma en que me miró, como si me viera no solo como una empleada, sino como algo más, algo que no debería ser. — ¿Qué pasó? — Laura insiste, ahora completamente atenta. — Me hizo una propuesta… — Suspiro, dándole vueltas a las palabras, y finalmente las suelto, casi temblando. — Dijo que quería que trabajara más de cerca con él. Pero no solo en el proyecto… Sino en algo más personal. Algo que… no sé si debería aceptar. El silencio del otro lado de la línea me hace sentir vulnerable, como si mi amiga estuviera procesando lo que acabo de decir. Y la verdad es que yo también estoy procesando todo, aún tratando de entender por qué me siento como si estuviera a punto de hacer algo que nunca imaginé. — ¿Te sientes atraída por él? — Laura pregunta finalmente, y sus palabras me golpean directo en el pecho. La respuesta me sale casi sin pensarlo, aunque mi voz tiembla al decirla. — Sí, y es aterrador. Sé que es prohibido, que no debería estar pensando en él de esta manera, pero… no puedo evitarlo. — Mi voz se quiebra un poco, y siento como una lágrima se asoma a mis ojos. — Eso suena peligroso, — responde Laura, su tono grave, pero también comprensivo. — ¿Lo amas? La pregunta se queda flotando en el aire por un momento. ¿Lo amo? Es una palabra grande, una palabra que no sé si realmente se aplica a lo que siento. No estoy segura de qué es exactamente lo que siento por Eduardo. Es más que solo atracción física, más que solo deseo. Es una sensación de conexión, de saber que algo profundo y oculto se está formando entre nosotros, algo que no puedo controlar. — No lo sé… — Respondo con sinceridad. — Solo sé que no puedo sacarlo de mi cabeza. Y me asusta, Laura. Me asusta lo que podría pasar si sigo acercándome a él. — Solo ten cuidado, — dice Laura, con una advertencia clara en su voz. — Es un hombre casado, y ese tipo de relaciones siempre terminan mal. No te dejes llevar solo por lo que sientes en este momento. Piensa bien las cosas antes de actuar. Me quedo en silencio, mordiéndome el labio. En mi mente, las palabras de Laura resuenan, pero la atracción que siento por Eduardo no desaparece. Al contrario, parece intensificarse con cada minuto que pasa. ¿Puedo mantenerme alejada de él? ¿Puedo resistir la tentación que está comenzando a consumir todo lo que soy? — Lo intentaré, — susurro finalmente, aunque sé que las probabilidades de lograrlo son mínimas. La conversación continúa, pero mis pensamientos están en otro lugar. Y aunque trato de convencerme de que puedo ignorar lo que siento, una parte de mí sabe que ya he cruzado la línea. La única pregunta es si ahora puedo regresar. El día siguiente llega con la misma sensación en el aire: cargado, tenso, como si una tormenta se estuviera formando. A medida que entro a la oficina, la luz de la mañana se cuela a través de las ventanas, pero no logra disipar la oscuridad que siento en mi pecho. Mi mente sigue atrapada en las palabras que le conté a Laura la noche anterior, en la incertidumbre que me consume. Mientras camino hacia mi escritorio, trato de concentrarme en mi trabajo, pero es imposible ignorar la presencia de Eduardo. Ya lo he notado: su mirada siempre está sobre mí, como si estuviera buscando algo en mis ojos, algo que no sé si quiero encontrar. Mis manos temblorosas no pueden dejar de escribir en mi teclado, pero mi mente está en otra parte, en sus ojos, en el desafío silencioso que parece representar. Es en ese momento cuando, de repente, la figura de la esposa de Eduardo aparece en el pasillo, tan inesperada como perturbadora. Su paso es firme, pero su rostro parece forzado, como si estuviera tratando de mantener una fachada de perfección que ya no puede sostener. La noto de inmediato, y un escalofrío recorre mi columna vertebral. ¿Cómo debo reaccionar? ¿Debo ignorarla o reconocerla como si todo fuera normal? Pero lo que más me desconcierta es que en ese mismo instante, cuando nuestra mirada se cruza, siento la presencia de Eduardo. No lo veo, pero lo sé. Puedo sentir su mirada fija en mí, como un peso en el aire, un peso que se siente aún más pesado cuando noto que está observando la interacción desde su oficina. — Buenos días, — la voz de la esposa de Eduardo me saca de mis pensamientos, un tono cordial, aunque algo distante. Sus ojos me miran fijamente, pero no me transmiten calidez. En su lugar, hay una fría determinación. — Buenos días, — respondo, tratando de mantener la compostura, pero mi voz sale más suave de lo que quería. En ese momento, siento como si todas las miradas estuvieran puestas en mí, pero especialmente la suya. Eduardo no está físicamente aquí, pero su presencia lo llena todo, lo envuelve en una capa de tensión. La esposa de Eduardo sonríe de manera cortante, y mientras pasa cerca de mí, noto cómo su mirada se alarga por un segundo hacia mi escritorio, como si estuviera evaluando algo, como si estuviera buscando alguna señal, alguna pista. — Espero que todo vaya bien con el proyecto, — dice finalmente, y aunque sus palabras son amables, hay algo en su tono que me hace sentir que las está eligiendo con cuidado, como si estuviera midiendo cada sílaba. Asiento, apenas logrando articular una respuesta coherente. Pero lo que me inquieta aún más es la sensación de que Eduardo está ahí, observando cada movimiento, cada palabra, cada respiración. Puedo sentirlo, como si estuviera pegado a la pared de su oficina, su mirada implacable atravesándome. Justo cuando la esposa de Eduardo se aleja, siento un leve escalofrío recorrerme. Mi corazón late más rápido. ¿Qué fue todo esto? ¿Fue un simple encuentro casual o hay algo más detrás de esa sonrisa fría, de esa mirada evaluadora? Y en ese instante, cuando me vuelvo hacia mi escritorio, lo veo. Eduardo está en el umbral de su oficina, sus ojos completamente fijos en mí. No dice nada, pero la intensidad de su mirada lo dice todo. Es como si el aire entre nosotros se volviera espeso, impenetrable, como si estuviera esperando que diera un paso más cerca de la verdad que ambos tratamos de evitar. Esos pocos segundos son suficientes para que mi respiración se acelere, y mis manos tiemblen nuevamente. En sus ojos no hay dudas, no hay remordimiento. Solo hay deseo. Y lo peor es que yo también lo siento, cada fibra de mi ser lo sabe. Algo está cambiando, y no sé si estoy lista para lo que eso implicará. El sonido del timbre que indica el inicio de la reunión me saca de mi trance. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en la mirada de Eduardo, en cómo me observa desde la distancia. Y aún peor, no puedo dejar de preguntarme si este será solo el primer de muchos encuentros prohibidos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD