Punto de vista HELENA
El correo apareció en su bandeja de entrada sin asunto. Solo un remitente: gaspar.domenech@dgroup.com
Lo abrió, con el estómago revuelto, sabiendo que él no solía escribir sin un motivo importante.
“La ropa que llevas hoy te queda bien. Muy bien, en realidad.”
Helena alzó una ceja, sorprendida. No era una nota profesional. Ni siquiera llevaba firma. Solo esa línea, directa, sin adornos.
Suspiró. Miró su blusa blanca, sencilla, y su pantalón gris oscuro. Nada provocativo. Nada que él no hubiera visto antes. ¿Por qué ese comentario ahora?
Tecleó una respuesta rápida, intentando sonar neutra.
“¿Tienes cámaras en mi oficina o solo buenos espías?”
Casi al instante, el icono de respuesta parpadeó.
“Ni una cosa ni la otra. Solo buena memoria.”
Helena apretó los labios, conteniendo una sonrisa que no quería dejar salir. Él la recordaba. No como CEO. No como un número más. La estaba viendo, aunque no estuviera cerca.
Y esa pequeña línea de texto… se sintió más íntima que un roce.
Suspiró de nuevo y cerró el portátil. Pero el cosquilleo en la piel no se apagó.
Porque Gaspar, con apenas una frase, había logrado tocar donde más dolía.
Punto de vista GASPAR
Gaspar tenía la bandeja de entrada repleta de contratos, auditorías y llamadas pendientes. Pero su mirada… no estaba en ningún informe.
Estaba en ella.
La había visto esa mañana, apenas unos segundos, al pasar frente a la sala de juntas del buffet. Llevaba una blusa blanca abrochada hasta el cuello y unos pantalones gris oscuro que no mostraban nada, pero lo insinuaban todo.
No era la ropa lo que lo tenía descolocado. Era cómo la llevaba. Como si no supiera que esa sencillez le sentaba mejor que cualquier vestido de gala.
Abrió un nuevo correo, sin pensarlo mucho.
“La ropa que llevas hoy te queda bien. Muy bien, en realidad.”
Sin firma. Sin contexto. Solo eso.
Casi se arrepiente al enviarlo. Casi.
Pero entonces, su pantalla parpadeó con una respuesta.
“¿Tienes cámaras en mi oficina o solo buenos espías?”
Gaspar sonrió, por primera vez en horas. La imaginó escribiéndolo con ese gesto entre irónica y desafiante, el mismo que lo había vuelto loco desde el primer día.
Tecleó su respuesta sin pensarlo.
“Ni una cosa ni la otra. Solo buena memoria.”
Porque la tenía. Cada detalle. Cada curva sutil. Cada gesto contenido.
Y porque aunque ella aún dudara, él ya no jugaba a los misterios.
Quería que supiera que la veía. Incluso cuando no estaba mirándola.
Incluso… cuando ya no le pertenecía.
Punto de vista HELENA
El ramo estaba sobre su escritorio. Lirios blancos y rosas inglesas. Un lazo de seda dorada. Ni una sola pista sobre el remitente.
Helena lo observó con recelo.
Lo primero que pensó fue en Gaspar. Lo segundo, que no era su estilo.
—¿Un detalle matutino? —dijo una voz a su espalda.
Lautaro entró sin pedir permiso, como siempre. Su traje impecable, el café en la mano, y esa mirada de lobo elegante que no perdía una sola pista.
Helena se encogió de hombros.
—No sé de quién son. No hay tarjeta.
Lautaro aspiró el aroma con cuidado. Cerró los ojos como quien reconoce una trampa por el perfume.
—Gaspar jamás regalaría lirios. Ni rosas inglesas. Son demasiado evidentes. Y él odia la evidencia.
Helena arqueó una ceja.
—¿Entonces? ¿Qué insinúas?
Lautaro dejó el café sobre la mesa. Se inclinó ligeramente hacia ella.
—Que en este tablero, Gaspar no es el único que está moviendo piezas.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Helena miró las flores de nuevo. ¿Quién demonios estaba jugando a desestabilizarla?
—¿Alguna idea? —preguntó, sabiendo que Lautaro no hablaba por hablar.
—Tengo varias. Pero aún no suficientes pruebas —respondió él—. Solo te diré algo: no todos los que se alejan lo hacen por debilidad. Algunos lo hacen para no herir… y otros se acercan justo cuando huelen sangre.
Helena lo entendió. No necesitaba más.
Punto de vista GASPAR
La llamada de Samuel había sido breve.
—Rosas blancas y lirios. Sin tarjeta.
Gaspar apretó la mandíbula.
No, no era él. Y eso lo enfurecía más.
No por celos. Por impotencia.
Porque mientras él se esforzaba por respetar sus tiempos, otros aprovechaban su silencio para invadir el espacio que él cuidaba como si fuese sagrado.
—¿Quieres que investigue? —preguntó Samuel.
Gaspar negó con la cabeza.
—No. Aún no. Pero mantén los ojos abiertos. Y si vuelve a recibir algo… esta vez, que lo firme.
Samuel entendió. No solo como asistente. Como amigo.
Gaspar colgó y se quedó en su despacho, mirando el reloj.
Alicia le había dicho que iba a cuidar de su espalda. Pero el peligro no siempre viene de frente.
Punto de vista IVAN
Desde el coche, observaba el edificio. El cristal tintado le permitía ver sin ser visto.
—¿Ya le llegaron las flores? —preguntó por teléfono, con tono satisfecho.
—Sí. Esta mañana.
Iván sonrió. Pero no era una sonrisa amable.
—Perfecto. Que piense que alguien más se acuerda de ella. Que dude. Que tiemble.
—¿Y si pregunta de parte de quién son?
—No lo sabrá. El juego recién comienza.
Cortó la llamada. Se acomodó el reloj, un Omega nuevo, y se miró en el espejo retrovisor.
No iba a dejar que lo borraran del mapa. Y mucho menos… que lo reemplazaran.
Punto de vista HELENA
Al final del día, cuando las luces del buffet ya parpadeaban, Helena se quedó sola en su oficina.
La pluma de Gaspar estaba en su cajón. El ramo sobre la papelera, marchitándose.
No había respondido mensajes. No había llamado a nadie. Solo había esperado que el silencio dejara de gritar.
Pero sabía que algo se estaba moviendo. Lo sentía en la piel. Como si alguien, en algún rincón, estuviera apretando los hilos invisibles de su historia.
Y esta vez, no podía huir.
Encendió la lámpara del escritorio. Abrió el correo electrónico.
Un nuevo asunto: "Reunión estratégica – Fundación Doménech".
Un clic. Un archivo adjunto.
Y la frase final del mensaje:
“Nos veremos muy pronto, Helena. Prepara tu mejor jugada.”
No había firma. Solo el logo de la Fundación.
Pero Helena supo que no era Gaspar quien había enviado eso.
Y por primera vez… no supo si estaba jugando con reyes o con fantasmas.