Capítulo 2

1913 Words
Por ser viernes me veo en la obligación de continuar con la tradición impuesta por mi autoritario hijo, tengo que llevarle un trozo de su postre favorito, si, mi famoso pastel de manzanas. Cada viernes le llevo un pedazo del ultimo lote que haya sido horneado para que le llegue tibio porque así es más cremoso, detengo el auto bajo la sombra de un árbol y lo veo comer con la misma devoción de su padre, para mi es increíble ver como la genética obra en los seres humanos, ver en mi pequeño la seriedad con la que vive el momento con su postre favorito haciendo de eso un ritual de la misma manera que su padre, verlo hacer ese mismo gesto de cerrar los ojos por un segundo mientras saborea el primer bocado para inmediatamente sonreír dándole un brillo travieso a su mirada… son idénticos en muchas cosas, eso me reconforta y me hace feliz. Se me hace tarde, tengo que llegar a casa, preparar la cena que, aunque hay fiesta esta noche Roger querrá comer algo antes de salir, vestir al niño, tratar de hacer algo por mí. - ¿Te gustó cielo? - Si mamá, como siempre. Me dijo mi pedacito de sol derritiéndome como cada vez que me alaga. - Vamos a casa, acuérdate que hoy es la fiesta de los abuelos. - ¡Lo sé! ¿van a estar mis primos? - Seguro que sí, claro. ¿Por qué? - ¡Porque tendremos una carrera! -exclamó emocionado. - ¿Una carrera de qué? -le pregunto mientras echó a andar el auto en dirección a la casa. - De caracoles… quedamos en eso cuando nos vimos la vez pasada para el cumpleaños del abuelo -me dice mi pequeño como si fuera obvia la respuesta. - Y, ¿de dónde piensan sacar caracoles? - De la parte de atrás del jardín de la abuela. No le digas nada a nadie, pero hay muchos en una esquina, en donde tiene la abuela todas esas flores blancas. ¡Yo los descubrí! La expresión de orgullo de mi hijo me hace olvidar que debo reprenderlo, no sólo porque con seguridad hará destrozos en el bien cuidado jardín de doña perfecta, sino porque debería tener más cuidado con las alimañas con las que juega, mi hombrecito no le teme a nada. Recuperada mi cordura le recuerdo cómo debe comportarse. - Sabes que no debes hacer desastres en el jardín de la abuela. Además, es peligroso que metas las manos en todos lados… te puede picar algún bicho y tendríamos que llevarte al doctor. - No te preocupes mami, no me va a pasar nada. En ese momento miro por el retrovisor segura de que voy a ver en mi hijo otro gesto típico de su padre, un leve chasquido con la lengua que indica que se siente algo incomodo con lo que escucha, viéndolo así, sentado en una silla para niños me parece que tengo a un adulto encogido para caber en el cuerpo de un pequeño de cinco años. Sonrío para mí misma, pero cuando me doy cuenta de que el camino había terminado mi sonrisa desaparece, ya estoy en casa. Una especie de ansiedad se apodera de mí, mando a Peter a jugar a su habitación mientras me pongo a toda velocidad a preparar la cena, veo el reloj de pared sobre la puerta, tengo algo así como cuarenta minutos antes de que él llegue, debe estar todo listo para ese momento, no tengo ganas de escuchar sus quejas por mi ineptitud, ya tendré bastante de eso esta noche en la fiesta de aniversario de mis padres. Saco rápidamente del refrigerador las pechugas de pollo que deje marinando temprano, pongo una sartén a calentar a fuego medio, no deben tostarse demasiado, recuerdo que la última vez fueron horas de regaños porque estaban muy duras, pongo otra cacerola para hacer una verduras salteadas para acompañar, reviso si el pan está fresco convencida de que debía ser así puesto que lo compré ayer… de lejos lo busco con la mirada en donde lo guardo siempre, casi me da un paro cardiaco cuando veo que la bolsa había quedado abierta, -“estúpida”- escupo insultándome a mí misma. - Ahora debe estar duro. – me lamento. Una especie de vacío se apodera de mi estómago mientras pensaba como solucionar el problema del pan duro. Una idea salvadora me asalta y corro manos a la obra, busco la mantequilla en el refrigerador, el ajo en polvo y el perejil. Pan al ajillo. Los cuarenta minutos pasaron, la cena estaba lista en su totalidad, la mesa puesta como a mi esposo le gusta, una hielera frente a su puesto con las piedras de hielo cuadradas porque redondas dice que se derriten muy rápido y ponen aguada su soda. Cincuenta minutos. Una hora… la cena se enfriaba y mis manos comenzaban a sudar, no soy capaz de decidir si volver a calentar todo o dejarlo en la mesa, si Roger llega y consigue todo en el fuego pensará que no había hecho la cena a tiempo, si por el contrario lo encontraba frio me reclamaría tendría que hacerlo todo de nevó. Respiro profundo buscando la iluminación que necesito para resolver el acertijo… No tuve que pensar mucho, las luces afuera me indican que ya llegó, mi esposo ya está en casa, ahora lo que necesito son fuerzas para afrontar lo que sea que llegará con él, para confrontar su humor. Unos segundos después veo como la puerta de la cocina se abre para que el mandamás entre y como siempre escanee todo en busca de excusas para quejarse, pongo mi mejor cara, hasta creo que estoy logrando una sonrisa. - Hola… - saludo como una buena esposa acercándome a él para besarlo en el rostro, beso que es recibido con habitual frialdad. - Hola. ¿Esta lista la comida? - Si, desde hace rato. Más bien, no sé si querrás que la caliente un poco. Roger mira su reloj. - No. Déjalo así, tenemos que estar listos para la fiesta, no quiero llegar tarde, lo correcto es que estemos con tus padres cuando lleguen los invitados. - Claro. -digo para darle la razón. - ¿Dónde está Peter? - En su habitación, está jugando. Ya ceno. Roger no dijo nada, es un buen padre, no es el más cariñoso, pero cumple con el rol con responsabilidad. - Siéntate, voy a buscar la soda. - Tráeme la sal. Últimamente dejas todo insípido. Acepto la queja, ya estoy acostumbrada a los comentarios negativos así que sé que no gano nada con molestarme más que un posible dolor de cabeza, busco la soda, la sal y me siento en la mesa para comer en silencio, me gustaría que me preguntara algo, quizá como me fue en el día o como le fue en el colegio a Peter. Pero no, no hay preguntas, como siempre logro convencerme a mí misma que es mejor así, el silencio es mejor que las infinitas críticas que hay encerradas para mí en su cabeza. Una hora y media más tarde ya había recogido la cocina, había bañado al niño y Roger estaba listo, estaba usando ese traje gris que le quedaba bastante bien, la verdad es que si no fuera por su actitud tan déspota diría que es un hombre bastante atractivo, lo veo mirarse al espejo con ese orgullo que ralla con el narcicismo que me causa algo así como acidez en el alama, tiene lo suyo, es un hombre apuesto y tiene buen cuerpo, cabellos castaños y ojos marrones que suelen mirarme desde arriba en una demostración de lo que creo que él piensa que es autoridad. Decido dejar de ver la escena antes de que me comience a dar risa, si el preguntara de que me rio entonces tendría que inventarme una excusa rápida y esas no se me dan bien, me dedico a buscar mi ropa interior para poder por fin meterme a bañar, Peter se asoma en la habitación y mira con curiosidad a Roger. - ¿Ya estás listo? -le pregunta a su padre con impaciencia. - Ya casi. -respondió mirando al niño gracias a dios con aprobación. - Es que ya quiero irme. - Debemos esperar a tu madre. - Mamá ¿ya estas listas? -me pregunta mirándome con la frene arrugada sabiendo que la respuesta era negativa. - No. Me falta aún. - Tu madre, para variar no está lista. - Roger, he tenido mucho que hacer mientras tú te arreglabas… - Pero me quiero ir… -se quejó mi pedacito de cielo mientras pataleaba con todas sus fuerzas en el suelo. - ¿Por qué tanta prisa Peter? - Porque si llego después de mis primos, ellos cogerán los mejores caracoles. Roger me miró esperando una explicación. - Es que los niños quedaron en hacer una competencia de caracoles durante la fiesta, Peter asegura saber dónde se esconden los mejores ejemplares. Roger miró al niño por unos segundos, luego le comunicó su solución al problema dejando de lado el asunto de los caracoles. - ¿Sabes que haremos? - No. -contestó el niño. - Nos iremos adelante. - ¿Y mamá? - Tu madre llegara más tarde, igual ya todos saben que ella siempre está retrasada. Sentí el comentario como si me lo hubiera clavado en el costado, no podía permitir que me hiciera quedar como una tonta frente a mi hijo, o por lo menos no de nuevo. - ¿Cómo voy a estar lista con todo lo que he hecho entre la cena y ahora? ¿Quién limpió la cocina, plancho tu camisa, bañó al niño? - Claro… -dijo Roger preñado de sarcasmo- pero no te preocupes. Tómate tu tiempo y cuando estés lista te vienes en tu propio auto. Sin dejarme decir ni una palabra más mi querido esposo salió de la habitación llevándose a Peter con él, estoy segura de lo que dirá en casa de mis padres, y estoy segura también de que ellos le darán la razón. Prefiero verles el lado positivo a las cosas, de esta manera tendré todo el tiempo que quiero para bañarme en paz, vestirme sin apuros y sin que nadie me esté criticando. Termino de sacar mi ropa para usar esa noche, escojo unas pantis tipo faja que según yo creo que hace que me vea más estilizada, un sostén con relleno para levantar mis pechos casi hasta la altura en donde estaban años atrás, y un vestido de seda color vino que compré hace unos días para la ocasión, lo escogí porque tapa bastante bien mis brazos y mi escote, partes de mi cuerpo que antes me enorgullecía de mostrar pero que con el tiempo me convencí de que era mejor mantener apartado de los ojos de los demás. Era reconfortante estar conmigo misma, poder secarme el cabello, darle forma a lo único que había conservado de los años anteriores, lo único que me parecía siendo hermoso en mí, lo recogí en una cola alta para que cayera como una cascada de aros color cobre hasta mi espalda baja. Le doy color a mi palidez tratando de obviar la redondez de mis pecosas mejillas que me recordaba que debía buscar una alternativa a las galletas de chocolate y nuez que parecían ser bastante calóricas, un poco de sombra neutra, mascara de pestañas y un brillo cereza en los labios, eso es suficiente para mí.
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