Capítulo 3

763 Words
Me dio la vuelta bruscamente, en su cara no vi reflejado nada más que odio mientras me arrancaba toda la ropa de forma agresiva, jamás le había visto así. Por primera vez tenía miedo de lo que me pudiera hacer. Lo siguiente fue una bofetada; me ardía la mejilla como si bajo mi piel se hubiese desatado el infierno. Quedé en shock. Definitivamente tendría que haber saltado desde la azotea. - ¡Cómo has podido plantearte si quiera el querer abandonarme después de haber cuidado de ti desde que murieron nuestros padres! Pero créeme, ahora mismo te voy a enseñar a tener gratitud ¡Date la vuelta! - Sergio, perdóname, te lo suplico. No volverá a pasar. - Sé que no volverá a pasar porque vas a aprenderlo por las malas, más vale que no te escuche dar ni el más mínimo quejido.- Él mismo me volvió a girar al tiempo que cogía algo n***o del suelo. Posiblemente un látigo, pues no tardó en empezar a azotarme los brazos, la espalda e incluso los glúteos; no podía soportarlo, sentía como mi piel se desgarraba bajo el cuero trenzado, con cada latigazo un grito ahogado se silenciaba en la almohada, no podía contener las lágrimas, quería morirme allí mismo. Cuando estaba a punto de perder la consciencia, paró e hizo que me pusiera de rodillas, sin previo aviso me metió su m*****o en la boca. Con él sujetándome por el pelo, ya no tenía fuerzas para revelarme. Traté de hacerlo como a él le gustaba para que no siguiese con su castigo. Hacía círculos alrededor de la punta con la lengua, sabía que eso le volvía loco desde que me hice el piercing de la lengua, la metía y la sacaba de mi boca haciendo una ligera presión con los labios pasando de lento a rápido, de esta forma no tardó mucho en correrse dentro, ese sabor me era tan familiar a estas alturas...No satisfecho con eso, volvió a tumbarme, esta vez cara a cara. Me penetró súbitamente tapándome la boca con la mano, el dolor era indescifrable, a cada embestida se le sumaban las llagas sangrantes producidas por el látigo. Largo tiempo después terminó, me quitó la soga y se fue dejándome tirado en la cama como si fuera un vulgar objeto, por último todo se volvió n***o. Desperté pasada la una y media, eso significaba que había estado más de cuatro horas inconsciente. Tenía todo el cuerpo adolorido y me sentía sucio, necesitaba darme una ducha inmediatamente. Me levanté con dificultad de la cama y prácticamente me arrastré hasta el baño, volvía a tener el estómago revuelto y esta vez no pude evitar vomitar en el retrete; no quería ni mirarme al espejo para comprobar en qué estado me encontraba, a lo mejor después de una ducha caliente tendría un mejor aspecto. Me metí en aquella pequeña ducha de cristal y mientras el agua caía teñida de rojo, las imágenes de lo que había ocurrido se agolparon en mi mente, quería gritar de dolor, de odio pero de mi garganta no salía nada. Todavía conservaba su amargo sabor en la boca, lo que provocó que me diera otra arcada. Me quedé apoyado en el cristal hasta que decidí que una ducha no me iba a subir el ánimo, cerré el grifo y salí. El espejo se había empañado por el vapor así que pasé una mano por encima y contemplé a un extraño frente a mí, ese no podía ser yo, tenía los ojos rojos e hinchados seguidos de unas enormes ojeras, me di la vuelta y me aterrorizó mucho más la visión que tuve, tenía todo el cuerpo inflamado por las numerosas heridas. Esto era una pesadilla. Inducido por la ira di un puñetazo al espejo, éste se fragmentó en varios trozos causándome cortes en los nudillos, ya me daba igual, no sentía el dolor; la sangre se precipitaba hasta el lavabo como otras tantas veces en el pasado, me enjuagué la mano y busqué el pañuelo n***o, que solía ponerme a veces como adorno en el brazo, para detener la hemorragia. Definitivamente no podía presentarme así a la comida; los del grupo harían demasiadas preguntas a las que no sabría cómo contestar, además tampoco sería capaz de comer nada sin sucesivamente echarlo fuera. Cómo iba a imaginar anoche mientras escapaba de la habitación que ahora no podría ni salir de ella, jodida ironía, estaba enjaulado como un animal salvaje entre cuatro paredes que, posiblemente, sólo me deparaban otra noche de pesadilla, era cuestión de tiempo que Sergio volviese a aparecer.
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