Nika
Aunque no soy de entregarme en la primera cita, por culpa de las malas experiencias, esta vez hice una excepción y me dejé llevar por Kirill hasta su hotel donde terminamos en la suite del último piso. Una vez dentro, fue como si alguien encendiera el horno al máximo, pues despojamos al otro de los abrigos y, en lo que yo le arrancaba los botones, él me llevó a una mesa donde no tardó en subirme y rasgó el lateral de mi vestido con la misma desesperación con la que yo destrocé su camisa.
Sus labios bajaron por mi escote mientras yo abría su pantalón y detallaba, gracias a la luz, su complexión atlética y bien definida que reforzaba su imponente presencia; de igual forma, su esculpida musculatura reflejaba las horas que dedicaba al ejercicio, sin ser excesivamente voluminoso, lo que le daba a su tono (ligeramente pálido) de piel, un aire elegante y sofisticado, acompañado de una apariencia limpia, suave y sin imperfecciones visibles, aparte de los enormes tatuajes en sus brazos y unos cuantos en su pecho y los costados. Claro está que lo de las imperfecciones fue desmentido al divisar las cicatrices en su espalda, las cuales pude ver gracias a que él se hincó para besar el interior de mis piernas.
Opté por no preguntar y me dejé llevar por el camino que trazaba su lengua en mi piel y los besos que se convertían en un peaje obligatorio que a veces cobraba caro al succionarme posesivo. ¿Y yo? Yo me aferraba a su existencia como podía sin dejar de darle vía libre al abrirle mis piernas, siendo sus hombros el apoyo perfecto para mis zapatos de punta. Sus gruñidos por el dolor profundizaban mis gemidos cargados de placer y las posesivas huellas de sus labios incrementaban mi deseo por intensificar cada sensación que él extendía en mis nervios, mas fueron esos gélidos ojos platinados los que me advirtieron algo más oscuro al dilatarse sus pupilas.
—Nika, pídeme que me detenga, pídeme que sea suave y gentil contigo, o dejaré que este deseo me consuma con tal de apoderarme de ti.
No sabía si era una súplica o un reto, pero tampoco quise pensar y saqué de mi bolso una navaja que lo inquietó un instante. Él no retrocedió, solo se levantó para terminar de retirar su pantalón, los zapatos y las medias, toda bajo mi estricta atención, una, que se deslumbraba ante su imponente presencia que incrementó la lujuria.
—¿Esta es tu forma de rechazarme o de decirme que no eres una princesa en la cama? —el hombre que hizo esa pregunta, no era el mismo Kirill que tuvo una cita conmigo, sino la sombra que permanecía oculta en él y al mismo tiempo a simple vista.
—¿Esta es tu forma de seducir mujeres o de decirme que solo unas pocas despiertan tu deseo de destrucción? —tan genuina maldad se marcó al ladear su sonrisa—. Parece que tenemos una respuesta.
—Lo haré simple para ti. Puedes irte y hacemos de cuenta que la cita terminó en ese beso, o te quedas y descubrimos un poco más del otro. Tú eliges.
Bajé de la mesa con una superioridad y arrogancia que llegaba a su nivel, el frío metal ascendió por su muslo y, con una diabólica sonrisa, corté el bóxer que contenía la abultada carne que palpitó en mi vientre por la cercanía. Repetí esto en su otra pierna, siendo mi cuerpo lo único que mantenía la desabrida tela que cubría lo que todavía me era desconocido en él.
—Parece que tenemos una respuesta —afirmó con un gutural tono, cargado del mismo deseo con que yo había pronunciado esas palabras.
—Parece que todavía tenemos muchos secretos guardados, y no todos son tristes.
—No, pero será un placer descubrirlos contigo.
Con ágil salvajismo, Kirill me pegó a su cuerpo mientras destrozaba mi vestido en la espalda, seguido de mi interior, dejándonos por completo al descubierto, así como también provocó que la navaja se adentrara en nuestra carne al seguir pegada en tan peligrosa zona, pero poco o nada le importó.
Rápidamente apartó el arma, asegurándose de que yo no la soltase y me devolvió al comedor, donde su lengua se abrió paso en la carretera que había construido minutos antes. Mis manos fluyeron de nuevo para dejar las suyas sobre mis senos, los cuales estrujó con una increíble fuerza que me hizo deslizar la punta del metal sobre el extenso tatuaje del brazo derecho. Él, en respuesta, chupó empedernido tan delicado punto que vibraba al activar los nervios de mi intimidad, siendo su alevosía en el acto la prueba de que ambos jugábamos del mismo bando sádico.
Al darme cuenta de que la corbata seguía en su cuello, la sujeté y lo obligué a levantarse en lo que yo hacía lo mismo y le di la espalda para una mejor vista. Kirill repasó con tres dedos el alargado tatuaje que iba desde mi nuca hasta la cadera, sobre toda la columna, y, al llegar a la carne que no tardó en estrujar, me hizo inclinar lo suficiente para él deslizar a su gusto su armamento, uno que, aun siendo de un tamaño promedio, era tan duro y firme como cualquier cañón, con un grosor prominente y una curvatura hacia arriba muy particular que desataba mis ideas.
—Considerando la exclusiva ocasión, ¿amerito de un consentimiento o restricción especial de tu parte? —pronunció gutural en mi oído, sin dejar de repasar su carne entre mis humedecidos pliegues.
—Nada difícil. Mantenme lubricada, usa condón y resiste lo que puedas o pídeme que me vaya, porque una vez comience, no habrá marcha atrás —advertí sobre sus labios, dejando una fuerte mordida que le sacó un gruñido y una maquiavélica sonrisa.
—Ya veremos quién suplicará después por irse.
De nuevo se hincó y en lo que sus manos buscaban un preservativo que tenía en su saco, su boca se apoderaba de mis orificios con una experticia que me hizo sujetarme de la mesa, a la vez que dejaba una profunda marca con cada succión que daba en mi trasero o los labios. Luego, cuando menos imaginé, él escupió en mi pequeño orificio, se levantó e ingresó de golpe, pero no se movió enseguida, sino que mordió fuerte mi hombro, sujetó mis manos para que no lo atacara e inclinó de nuevo mi cuerpo sobre la madera, pero de nada le sirvió, pues le bastó con deslizarse en mi interior para que mi columna fuese hacia atrás, manteniendo empinado mi trasero solo para él.
Kirill, sin detenerse, dejó mi rodilla sobre la mesa y frotó mi prominente carne, una que parecía embelesarlo pues, entre más lo recorría, con más ímpetu se adentraba, y yo no perdí la oportunidad de extender otro corte en su muslo que lo hizo gruñir con una excitante furia que desprendió un fascinante escalofrío en mí. Sin embargo, se vio sorprendido cuando levanté la pierna que yacía sobre la madera, creando un perfecto split vertical que me dejó de frente sin salir de él, aunque su anonadado y muy fascinado semblante fue lo que más me encantó ver.
—Esta noche será excelente.
—Supéralo, nene, si puedes —reté engreída.
Lamí sus labios, al hacer todo su cuerpo mi punto de apoyo, y él aseguró mi pierna en su hombro para llevarme enseguida al balcón sin salir de mí. El peligroso barandal se convirtió en el apoyo de mi cintura cuando dejó caer mi espalda en este y retomó su penetrante furia en el gélido panorama ruso que se volvió testigo de cada gemido que yo desprendía por el azote de su instrumento en tan incómoda posición, ya que no era para él muy placentera considerando que seguía metido en mi trasero, pero eso poco o nada le importó y yo no me iba a quejar al estar complacida.
Con el mismo aire dominante, me arrebató la navaja y la deslizó desde mi abdomen hasta el escote, claro que las embestidas hacían que el filo ingresara más de la cuenta, pero tuvo mayor cuidado en mi pecho por el agitado rebote. Así, con un atento detalle, vislumbró mi rostro a medida que inclinaba mi pierna hacia mi pecho, abriendo el ángulo en tan peligroso lugar y su lengua saboreó los hilos de sangre que se esparcía por el corte, aunque tuvo el mayor de los gustos cuando chupó despiadado mis pezones. Fue en la cuarta o quinta chupada que escuché algo fracturarse debajo de mí, sus ojos viraron al mismo punto percatándose de ello y la maldad incrementó en él. Creí que me daría con más fuerza hasta quebrar el vidrio, pero salió de golpe y me llevó cual princesa hasta la cama, aunque, al poseer todavía la navaja, esta se adentraba a un lado de mi muslo por su agarre.
Una vez en el colchón, arrojé el preservativo al suelo y estrujé por momentos sus testículos mientras chupaba hacia lo largo su falo, con el mismo gusto que chupo mis barras de caramelo, así me aseguraba de hacerlo sufrir más. Obvio Kirill no se quedó atrás y se aferró de mi cabello, dejándome el control del movimiento (quizás como voto de confianza por el placer que le proporcionaba) e hizo cortes pequeños y superficiales en mi espalda, siempre lejos del tatuaje. Él estuvo a punto de correrse más de una vez, pero solo en la última, cuando más cerca estuvo, profundizó el corte creyendo que me alejaría, pero lo masturbé con mayor agilidad (al reconocer algunos puntos sensibles en él) mientras chupaba entre sus bolas, siendo este movimiento mortal para él, quien me arrojó contra el colchón en tanto yo reía divertida, victoriosa.
Sin más, Kirill sacó del mini bar los cubos de hielo dejándolo en un vaso, arrojó unos preservativos a mi lado y repasó con la vista milímetro a milímetro mi intimidad, a la vez que amenazaba con cortarme esa zona.
—¿No te decides? —pregunté segura, aunque por dentro estaba un poco nerviosa pues no había dejado a nadie cortarme ahí.
—No, solo quería verlo mejor —lamió suave mi clítoris—. Había visto algunos un poco grandes, pero el tuyo es el más pronunciado.
—Lo sé. Tuve muchos problemas de inseguridad al comienzo en mis relaciones.
—¿Se burlaron de ti por el tamaño? —asentí, y él bufó—. Idiotas, no saben de lo que se perdieron.
Muy pocas personas me habían dicho algo similar, pero Kirill era el primero en decirlo con tanta seguridad mientras lo admiraba como lo más fascinante del mundo, pues las otras personas que me ayudaron a quitarme mis inseguridades eran mis amigos más cercanos y ellos jamás detallaron esa zona como lo hacía él.
Con total calma, Kirill metió unos cubos de hielo en su boca y repasó su helada lengua envolvente entre mis pliegues, luego repasó un cubo en mi clítoris, que palpitaba por su accionar, y después abrió suficiente su boca para que la lengua adentrase uno a uno los cubos en mi rígida cavidad frontal. Mi cuerpo se levantaba queriendo retorcerse por cada corriente que me generaba y más al adentrar dos dedos, cuyas yemas frotaban maravillosamente mi gélido punto G. Sin embargo, tanta dicha no podía ser cierta y esa gentileza de su parte me fue cobrada en las veces que estuve a punto de correrme, mismas que fueron interrumpidas cuando se detenía de golpe y dejaba caer el agua fría del vaso en tan hirviente lugar.
—Suplícame que te deje salir —ordenó malicioso, en mi último gruñido de frustración y con profundo rencor clavé la punta de mis tacones en su cuello, cortándole un poco la respiración.
—Termina lo que tu boca empezó o fóllame, si no quieres que te haga sufrir de verdad.
—Escojo las tres.
Tan sumida estaba en el placer que me había proporcionado en esos minutos, que no vi cuándo se había puesto el nuevo condón, pero bastó un impulso de sus pies para liberarse de mi amenazante calzado y que su venosa arma, que ahora me parecía más grande, se adentrara de golpe en mi cavidad vaginal. Sus manos, tras liberarse de la navaja, extendieron mis piernas hacia arriba y las llevó hasta el colchón, levantando con ello mi trasero para darse una mejor panorámica a la vez que se adentraba con más y más agresividad, una que me hacía alucinar de una forma indescriptible, en especial cuando intentaba callar mis sonoros gemidos con el posesivo beso que me daba.
No sé qué nos depare la vida de ahora en más, pero, al menos por esta noche, solo puedo sentirme extasiada y muy complacida por este increíble golpe de suerte.