25. SOLO MÍA

1868 Words
Pavlodar, Kazajistán. Victoria No recuerdo cuándo fue la última vez que presioné a un piloto para que me llevara rápido a un destino, pero no tenía la cabeza en su lugar y mi cuerpo no hacía más que traicionarme al recordar a Alek y Kate. Entre la frustración por estar con él y golpear a Kate por su insolencia, y de paso por estar con uno de mis hombres, no sabía qué acabaría primero conmigo. Por suerte llegué rápidamente a Sublime, donde una host me guio a una sala privada y me ofreció algo de beber antes de irse. —Me sorprendió tu mensaje. La serena expresión del rostro de Dussan, parecía ocultar una penetrante y maquiavélica idea que deslumbró en una ligera sonrisa, previo a besarme con una mezcla de cariño y posesión. En tanto, mis piernas temblaron de nuevo cuando sus brazos rodearon mi cintura, con una fuerza que parecía romper la ajustada camisa en cualquier momento. —¿Tuviste problemas con mi sorpresa? —cuestioné ansiosa al separar nuestros labios. —Todo está listo para mi chica —él me guio hasta una habitación continua y retiró mi abrigo—. Espero que no te importe, pero en la primera parte necesito que te quedes quieta, así que no intentes liberarte o arruinarás la sorpresa —pronunció perverso, mientras vendaba mis ojos. —De acuerdo, me portaré bien esta vez. —Buena chica —me nalgueó al susurro. Sentí unos gruesos grilletes ser asegurados en mis muñecas, seguidos de otros en mis tobillos y unas cadenas se corrieron a la distancia. Quedé suspendida a casi un metro del suelo y con las extremidades abiertas, pero como no llevaba mi tanga, Dussan percibió el espeso hilo que comenzó a deslizarse en el interior de mis piernas. —¿Cuántas veces te tocaste en el camino? —cuestionó fascinado, repasando sus dedos hacia arriba en mis piernas. —Ninguna. No quise arruinar el encuentro. —Gracias por darme el valor de la duda —su boca mordió un costado de mi vientre y bajó el vestido, que no tenía mangas, exponiéndome a su antojo—. ¿Lista para comenzar? —¡Sí! —gemí fuerte, por la nalgada que me dio. El vendaje de mis ojos cayó y una luz reveló una enorme cama frente a mí, aunque en esta yacían dos mujeres semidesnudas que se tocaban mientras me observaban como si fuese lo más divertido del mundo. —¿Qué significa esto, Dussan? —cuestioné confundida y muy furiosa al recordar a Kate y Alek, pero esa pérfida sonrisa me daba a entender que había algo más. —¿No te lo dije? Esta vez observarás cómo me deleito con estas hermanas mientras tú sigues mojando las piernas para mí y, si te portas bien, te daré un premio al final. Por mucho que le exigí liberarme, él me ignoró mientras retiraba sus prendas bajo la atenta mirada de ellas, pero antes de que tocase el pantalón, la rubia le gateó y con su boca abrió como pudo la correa, luego el botón, bajó el cierre y se les acercó la morena, quien mordió la barbilla de Dussan y quedó de rodillas. Así, entre las dos, bajaron el pantalón por completo, acto que repitieron con el bóxer cuyo contenido salió a reventar. Las hermanas lamieron gustosas el extenso premio mientras masturbaban a la otra, asegurándose en todo momento de mantener levantado el culo, como si esperaran que alguien más apareciera para fornicarlas. No obstante, fue Dussan quien las sujetó del cabello y arrojó a una en el suelo; a la segunda la puso en cuatro, obligándola a hacerle un oral a la primera y él forró el enorme pedazo de chorizo que quería devorarme desde hace horas, me lanzó una última mirada como diciendo “disfruta la función” y arremetió contra la morena, en tanto ella penetraba a la rubia con los dedos y seguía chupándole hasta la consciencia. El pérfido espectáculo frente a mí incrementó el cúmulo de emociones que ya tenía, era como si viera a esos tres fornicar en el suelo y a Alek y Kate fornicar en la cama con el mismo gusto malicioso donde ninguno de los cinco me permitiría participar. Para colmo de males, Dussan se aseguró de usar buenos grilletes que me impedían alcanzar el clip que llevaba oculto bajo mi piel y como tampoco podía usar las piernas, estaba obligada a sucumbir en esta tortuosa ilusión que era muy real, tanto como el placer que seguía descendiendo en ríos cada vez más gruesos. —Parece que alguien quiere atención —pronunció Dussan, al darme un segundo de su atención—. Señoritas, ¿por qué no le tan un trago a la invitada especial? Las hermanas se me acercaron y chuparon mis tetas al punto de dolerme, Dussan recogió más las cadenas de mis piernas para abrírmelas a su antojo y me dio un poco de la atención que tanto quería de su lengua. La combinación fue descomunal y los recuerdos de las veces que me escapé con mis hermanos, para averiguar lo que había en el cuarto piso de la casa de mis padres, intensificaron las sensaciones en mis nervios. De pronto, un recuerdo en específico me invadió cuando, una noche, mi hermana y yo nos escabullimos y vimos a nuestra madre teniendo sexo con nuestro padre y los padres de nuestros hermanos. En parte, ahora entendía lo que sentía ella cuando las tres bocas de sus hombres se apoderan de cada rincón de su ser. No importaba si ella estaba encadenada o libre, nunca los detuvo a menos que quisiera un cambio, pero en cada paso se aseguraba de que ellos disfrutasen a la par de las perversiones de esa mujer. Hoy, en mi caso, tres lenguas estaban a punto de llevarme al orgasmo, pero cuando estaba cerca de este, Dussan apartó a las mujeres y una de ellas le trajo una caja. —Estos son otros accesorios que adquirí para ti —adquirió rencoroso. Sí, esta era una venganza, no hay duda. —¿Por qué me haces esto? —Solo quiero que disfrutemos algo diferente. —Dime la verdad, Dussan. ¿Es porque te dije que estaba con otros hombres? Su respuesta no fue verbal, pero sí me la dio al poner un gancho de madera en cada uno de mis labios externos, colocó otros dos en la mitad y otros dos cerca de mi clítoris. Mis chillidos eran contenidos con fuerza, pues no quería darle el gusto de verme sometida a él, o más de lo que ya estoy. Dussan, rencoroso, colocó seis ganchos metálicos en mis labios internos. Esta vez mis chillidos resaltaron lo suficiente para sacarle una sonrisa, así que sacó otras dos pinzas de una segunda caja, extendida por la otra mujer, pero yo conocía bien ese tipo de pinzas, pues estas soltaban pequeñas descargas eléctricas. —Con esto te quedará claro que, cada vez que estés con otro hombre, te daré un castigo inolvidable, Pauline —él enganchó cada pinza en mis pezones, presionándolos un poco fuerte—. Eres solo mía —lamió la punta, se deslizó en círculos en mis tetas y se apartó—. Divina. —Eres un maldito rencoroso. Como si tú no hubieras estado con otras en este tiempo que llevamos de conocernos. —Dime, Pauline, ¿te gustaría que te follara en cuatro, contra la pared o en el suelo igual que a ellas? —cuestionó sin importarle mi comentario. Sin más él se entretuvo con la rubia follándola duro frente a mí y haciendo rebotar sus plásticas tetas hasta la cara; la morena en cambio les abrió las piernas y se masturbó con dos dildos de cuarenta centímetros que ingresaban en cada orificio gracias a una pequeña máquina que yacía entre las piernas de la rubia. Mi cuerpo se estremeció de nuevo por la imagen y sus gemidos y el dolor incrementaba al retorcer mis labios con el roce de las pinzas en mis piernas, pero cuando menos imaginé, Dussan pisó un botón de la máquina que desprendió la primera corriente en mis pezones, esta fue tan fuerte, que me hizo gritar y removerme desesperada, pero nada detuvo el malévolo plan que él ejecutaba gustoso. No sé cuánto me habrá dejado aquí, no sé cuánto tiempo me habrá obligado a verlos y soportar este indescriptible dolor, pero en un punto me harté y, apoyada del grillete, conseguí sacar la pinza y lo abrí en cuanto él quedó de espaldas. Los tres gozaban en la cama sin prestarme atención, así que tuve el tiempo suficiente para liberarme y él se dio cuenta cuando yo había caído al suelo con una sed de venganza mayor a la suya. Llevé los grilletes a la cama y golpeé a las mujeres lo suficiente para atar sus manos, las arrojé en el suelo una sobre la otra e hice que la máquina fornicara sus culos con los dildos, aunque aumenté un par de niveles la velocidad. —Tramposa —murmuró él fascinado, sin apartar su lobuno mirar de mí. —Dije que me portaría bien, pero no dije cuánto tiempo —contesté inocente, y retiré las pinzas de mis labios, enganchándolos en los labios internos de ellas—. Así sufrirán el mismo suplicio que yo —comenté a Dussan, quien carcajeó y me dio un exquisito beso. —Te faltaron dos, preciosa —él tiró las pinzas, incrementando mi dolor, uno que calmó lamiendo uno a uno los hinchados pezones—. Exquisitos. —Y son todos tuyos, a menos de que quieras seguir con ese par. —Te prefiero mil veces más, pero tampoco hay que desperdiciar la mercancía. —¿Quién habló de desperdiciar? Una idea rebotó en mi cabeza cuando recordé cierta fiestecita que mamá nos hizo a mi hermana y a mí con ayuda de nuestra tía verónica hace unos años, algo solo para mujeres, donde nosotras fuimos las que domamos a cada esclavo que ellas llevaron. Busqué un arnés y aseguré un dildo de veinticinco centímetros, separé a las hermanas y Dussan y yo tomamos los pinzados agujeros de cada golfa, mientras la máquina seguía apoderándose de sus culos. Ellas gritaban desesperadas queriendo detenernos, pero nosotros teníamos la atención en el cuerpo del otro pues, así como su boca chupaba mis tetas y su carnoso instrumento follaba a la morena, yo rasguñaba su torso a mi antojo y penetraba a la rubia para descargar el tsunami de emociones que no quise contener más. —Me sorprendes —su beso se hizo más pasional, pero fue la indescriptible mirada que me dio lo que me puso nerviosa—. Te amo, Pauline. Su confesión nubló mi juicio por completo, su admiración por mí era devota y mi corazón reventó una indescriptible felicidad por dos palabras que me hicieron ver la vida de otra forma, una vida que no quise compartir con esas mujeres, así que llevé a Dussan a la cama, cambié su preservativo y me entregué con una pasión superior a cada encuentro que hemos tenido, pues no solo era carnal, también había un indiscutible sentimiento en ambos.
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