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La joven Ceo

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kickass heroine
blue collar
drama
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office/work place
secrets
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intro-logo
Blurb

Charlotte Moncada es una joven nacida en cuna de oro, parece tenerlo todo: Belleza indescriptible, inteligencia, proveniente de una familia influyente y aparentemente perfecta. Bajo la mirada de todos es una chica vanidosa y egocéntrica. Sin embargo, nadie conoce los secretos que alberga su interior y la realidad de la familia, en donde ella y su hermano Alexander son considerados por sus padres simples piezas de ajedrez.

Liam Meyer es un hombre que ha conseguido lo que tiene gracias al sudor de su frente, proveniente de una familia de bajos recursos. Ha llegado a ser uno de los mejores Ingenieros comerciales de la zona, con el plus de ser economista financiero a la vez. Su crecimiento profesional no le ha hecho cambiar su personalidad honesta, humilde y desinteresada.

Una serie de circunstancias le da la oportunidad a Charlotte de cumplir su sueño, el de estar al frente del negocio familiar, pero rodeada de viejos empresarios en altos cargos dentro de la empresa que se niegan a aceptar a una mujer al frente y mucho menos de su edad, 22 años. Alexander se ve en la necesidad de enviar a Liam para apoyarla y darle consejos objetivos, él confía en su viejo compañero de estudios, por su actuar desinteresado y su profesionalismo.

Las marcas dejadas por aquellos secretos que guarda Charlotte, poco a poco la harán tejer una telaraña en donde caerá todo aquel que la dañó o tenga que ver con quienes lo hicieron. Liam llega a conocer casi todos esos secretos que alberga, esos de los que ni siquiera su hermano está enterado, se convertirá en su apoyo moral y profesional, pero se negará a ser algo más, su ética y amistad con Alexander se lo impedirá.

¿Podrá surgir algo más entre los dos?

¿Podrá Charlotte destruir a quienes le hicieron daño?

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1. "Oculta quién eres"
La pequeña Charlotte Moncada jugaba en su habitación con sus muñecas, le gustaba montar escenarios para ellas, convirtiendo muchas veces todo el lugar en pequeños ambientes para sus juguetes. Ella esperaba ansiosa el regreso de su hermano mayor del colegio, Alexander, había oscurecido y aún no volvía. Cada vez que él llegaba se instalaba a jugar o charlar con su pequeña hermana por un rato, era la única persona en casa con la que podía hacerlo, a Verónica, su madre, parecía fastidiarle interactuar con ellos, tampoco la mimaba como le habría gustado; por otro lado su padre, Alexei, lo hacía poco pero casi nunca estaba en aquello que llamaban hogar. Alexander representaba mucho para ella, la resguardadas y le daba tanto afecto como podía, el que no recibía de sus padres. . Charlotte escuchó la lejana voz de su hermano y salió corriendo de su habitación para recibirlo con emoción. —¡Vete a tu habitación ahora! Albert está aquí con su tío y no quiero que nos avergüences más con todos esos golpes que tienes, ya bastante tenemos con tu sobrepeso. Deberías ser más como él. Charlotte se fue deteniendo y su sonrisa se iba borrando poco a poco escuchando a su madre al final de las escaleras diciéndole palabras hiriente a Alexander, como acostumbraba a hacerlo. —Él y yo somos personas diferentes... Pero tranquila madre, ya subo para que no te irrites así, estoy empezando a ver dos arrugas en tu frente. —Le respondió Alexander a Verónica. —¡Sube! Luego te castigaré... —Le gritó. —Ya bastante castigo tengo con padres como ustedes. Ojalá tía Leonor siguiera con nosotros... Alexander terminó de subir las escaleras, sus ojos estaban nublados por la gran tristeza que lo embargaba, mezclada con frustración a la vez; levantó la mirada gacha y se encontró con su pequeña hermana de 7 años observándolo atónita, respirando agitada, con sus ojos celestes empezando a llenarse de lágrimas, debido al estado en que estaba su hermano. Éste sufría de constante bullying en el colegio por su sobrepeso, había recibido una fuerte golpiza y su rostro estaba lleno de moretones, un ojo hinchado y el labio inferior partido; su madre no lo apoyó ni nunca lo hacía, simplemente lo culpó de lo sucedido y le dejó aún más en claro la vergüenza que demostraba por la apariencia de su hijo adolescente. —Hermano, ¿vas a estar bien? —Preguntó asustada. Alexander la abrazó con fuerza, tembloroso y sollozando, no logró contener sus lágrimas. —Si hermanita, voy a estar bien... Te prometo que no te dejaré, te protegeré, pero prométeme no mostrar tu bondad y dulzura ante ellos, sobre todo ella. —Alexander le pidió con voz quebrada. —¿Por qué mamá es así? ¿Por qué siempre te dice cosas tan feas? —Alexander negó con su cabeza, sollozando más fuerte y apretando sus ojos. —No lo sé... No le gusta cómo soy, es lo que me ha hecho entender...—Se separó de ella y la miró a los ojos. —Es por eso que te pido que te ocultes de ella, no quiero que sufras esta pesadilla que yo vivo cada día. —Charlotte asintió, asustada. Alexander era un adolescente soñador, carismático, ocurrente y de buen corazón; sin embargo, su madre era cruel con él, lo menospreciaba por su sobrepeso y le molestaba su personalidad graciosa; ante sus ojos, él era un chico carente de clase, era más importante lo que pudiera decir su círculo social. La pequeña Charlotte siempre era testigo de aquellos tratos despectivos, por lo que a veces le tenía miedo a su propia madre. . Dos días después de aquella discusión, Charlotte bajaba de su habitación para desayunar, al llegar al comedor se encontró con que su hermano estaba reunido con sus padres, esta vez lucía devastado frente a ellos. —Al menos déjenme despedirme de mis amigos... —Decía en tono suplicante. —¿De quién? ¿De la rebelde Corina? —Protestó Verónica. —Es mi mejor amiga, mamá. —¡No! Ve ya mismo a hacer lo que te dijimos. —Aseveró su madre apuntando con el dedo hacia el camino que conducía a las escaleras. —¿Qué sucede? —Intervino de pronto Charlotte confundida. Alexander se giró hacia ella algo sorprendido de verla ahí parada en el umbral de la puerta, sin entender lo que estaba ocurriendo. —Princesa... —Susurró su padre entristecido. Alexander se acercó a ella. —Hermana... Haré lo posible para que estés lo más a gusto posible, lo prometo... —Le dijo con voz entrecortada, con su rostro y ojos rojos conteniendo sus lágrimas, mientras sostenía su pequeño rostro entre las manos. Charlotte asintió todavía sin comprender y Alexander se retiró. —Ven, hija... —Pidió su padre que se acercara haciendo un gesto con su mano, por lo que ella lo hizo con sigilo, mirando a su madre de reojo cuando pasaba junto a ella. —Papi... ¿Por qué pelean? —Él posó sus manos sobre sus brazos. —Estamos a punto de irnos de viaje, princesa; nos mudaremos a otro país donde iniciaremos una nueva vida. —Dijo dulcemente. —¿Por qué? Estamos bien aquí. —Cuestionó temerosa. —Son asuntos de negocios, querida, así que es necesario que nos vayamos a atenderles en España. —España es lejos, papá... —Y es allá donde viviremos de ahora en adelante Charlotte. —Intervino Verónica. —No tenemos por qué darles tantas explicaciones, Alexei, son nuestros hijos y ellos deben obedecer e ir a donde nosotros digamos. —La pequeña tragó grueso para pasar el nudo que se hacía en su garganta ante la rigidez de su madre. —Verónica, ella es apenas una niña, deberías ser más sutil, ¿no crees? —Hay que enseñarle quién manda para que no sea más adelante una insolente como Alexander. —Alexei resopló con exasperación. —Escucha pequeña, ve a tu habitación y escoge algunas de las cosas más importantes para ti y empácalas, dentro de poco partiremos. —Ella afirmó y obedeció a su padre. —Deberías ser más estrictos con ellos, Alexei. —Charlotte pasó cerca de su madre mirándola con temor, como si en cualquier momento la fuera a morder. —Son niñ0s, Verónica. En fin, ¿no tienes que empacar también? —Inquirió sarcástico. . Un nuevo ambiente, una nueva vida había iniciado en España para los Moncada. Antes de llegar, Alexei y Verónica ya tenían negocios en ese país que estaban creciendo velozmente; persuadieron a algunos empresarios influyentes y poderosos para que se asociaran con ellos, eran hábiles, lo que los hizo posicionarse rápidamente en su tan venerada alcurnia. Alexander decidió empezar a trabajar en su físico y a ceder poco a poco ante las imposiciones de su madre, quiso probar si eso le ayudaría a tener algo de tranquilidad hasta que tuviera las posibilidades de irse de esa casa, además, consideró que así le daría a su hermana un hogar menos hostil. Charlotte notaba el cambio de Alexander delante de su madre y cómo actuaba en algunas reuniones con personalidades acaudaladas; por otro lado, Verónica empezaba a poner un blanco en su hija, ya que la ansiedad del cambio la hacía comer más de lo normal. —Charlotte, ¡deja de comer tanto! —Verónica le gritó mientras le quitaba de un zarpazo un croissant que se disponía a morder. —Pero mamá, tengo hambre... —Dijo abrumada, a la vez que llevaba sus uñas a la boca para morderlas. —Ya es suficiente con el desayuno y la manzana que te comiste después. ¿Qué pretendes, convertirte en una bola? Tu hermano ahora baja de peso y ¿tu buscas subirlos? —Pero no he subido de peso, estoy igual. —Continuó mordiendo sus uñas. —¡Deja de comerte las uñas! ¡Qué asquerosidad! —Verónica elevó su voz una vez más sacándole la mano de un fuerte manotón que la lastimó, luego apretó la misma mano, se la elevó con fuerza y le mostró sus uñas. —¡Mira lo horroroso que se ve esto! Verónica le hablaba con dureza en ocasiones, pero ahora era más severa y la tocó de forma violenta, algo que nunca había sucedido. Charlotte estaba sensible, era apenas una niña, aún no se adaptaba a los crecientes cambios, aparte se avecinaba el primer día en su nueva escuela y todo aquello la tenía agobiada. Ella se soltó del agarre de su madre y con sus ojos nublados salió corriendo a la habitación de Alexander, era su resguardo. Su hermano jugaba un videojuego frente al computador cuando Charlotte entró de forma repentina y se le guindó del cuello sollozando. —¿Qué sucede Charlotte? —Indagó preocupado, ella lloró por un rato más y la acunó acomodándola sobre sus piernas y cubriéndola con sus brazos. —Mamá, Alex... —Le salió en un susurró en el momento en que logró calmarse un poco. —Dice cosas feas. —Él exhaló con rabia. —¿Qué fue lo que hizo, Charlotte? —Cuestionó severo. —Ella negó con la cabeza en su pecho. —No importa... —Prefirió callar para que su hermano no se metiera en problemas por enfrentarla. —He estado poniendo en práctica actuar totalmente diferente a cómo soy y está funcionando, aunque me desagrade tanto hacerlo. —Comentó Alexander después de unos segundos de silencio. —¿Y si un día te vuelves tan frío como ella? —Él la miró con seriedad. —Eso jamás, hermana. No podría... será hasta que podamos irnos de aquí. —Está bien... —Es por eso que debes hacer lo mismo, actuar un poco y parecer tan superficial como el círculo social que ellos adoran. Es inverosímil lo que te sugiero, aún eres una pequeña inocente y es injusto que esa inocencia se manche por esto, pero es lo único que se me ocurre para vivir con algo de tranquilidad. Papá no nos escuchará, siempre hace lo que mamá dice y no tenemos a más nadie a quién recurrir. —No sé cómo actuar, no entiendo cómo hacerlo. —Sólo observa a mamá y ahora que empezarás el colegio mira cómo lo hacen tus compañeros de clases, es una escuela muy prestigiosa. —Ella asintió. —Perdóname por aconsejarte de esta manera poco noble y pedirte que finjas, sé que tú ya empiezas a comprender obligatoriamente el mundo falso en el que vivimos, pero te pido Charlotte Moncada, te ruego que nunca olvides quién eres, eres dulce, buena, inteligente, no vayas a dejar que este mundo te absorba, no dejes que te corrompa. —Le suplicó con sus ojos color ámbar entristecidos. . Charlotte llegó a su nuevo colegio, se instaló en un asiento ubicado en un rincón de su nuevo salón de clases, sintiéndose como pez fuera del agua, mirando a todos con timidez, algunos compañeritos le devolvían la mirada con desdén, era impresionante cómo niñ0s de esa edad tenían ademanes tan engreídos. Durante la primera semana, Charlotte solo observó y analizó en silencio, llegaba a su casa y frente a un espejo imitaba los gestos presumidos de sus compañeros hasta lograr perfeccionarlos y darles su toque personal. A la segunda semana de clases, se vistió con ropa de moda y llamativa, se armó de valor y comenzó a poner en práctica su actuación, llevándose la gran sorpresa de que empezó a ser admirada por muchos de sus compañeros. «No lo estoy haciendo tan mal» Pensó mientras se le dibujaba una pequeña sonrisa de triunfo. . Algunos años después... . Alexander se llevaba a la boca un trozo de sándwich de mantequilla de maní, luego de llegar a casa de su entrenamiento en el gimnasio; Verónica mantenía una conversación con una de sus vanidosas amigas, comportándose como una madre modelo y amorosa vanagloriando a su ahora muy atractivo hijo, haciéndole compañía en la cocina mientras éste terminaba su emparedado. Alexander solo asentía despreocupado y con sonrisa hipócrita a lo que ella le decía, a la vez que masticaba su merienda. —¡Buenas tardes! —Saludó Charlotte cuando llegó del colegio. —¡Oh! Señora Laurent, ¡qué gusto verla! —Se acercó a su madre con su pavoneante andar y le saludó con besos en ambas mejillas. —Madre... —Luego se instaló al lado de su hermano. —¡Charlotte! Cómo has crecido, ahora eres una señorita muy guapa, es cierto lo que se dice de ti. —Gracias señora Laurent, lo sé... Ya ve que no se equivocan... —Dijo presumida, peinando su cabello con sus dedos, a lo que la señora sonrió apenada. —Si, ¿verdad? Y está en modelaje también. —Se jactó Verónica. —Por cierto, madre, necesito unos zapatos nuevos para un evento al que asistiré el fin de semana, así que voy a necesitar a uno de los choferes por esta tarde, que flojera estar cargando con bolsas por el centro comercial. —Alexander aguantaba su risa. —Por supuesto, querida... Tendrás a Beltrán a tu disposición. —Estupendo... —Bueno, mis tesoros, tengo cosas que hacer con mi amiga, los dejamos... Ya Alex no se quedará solo mientras termina su emparedado. —Hasta luego jóvenes. —Ellos les ofrecieron sonrisas falsas de oreja a oreja y las siguieron con las miradas hasta que desaparecieron por la puerta. Alexander soltó una carcajada. —Mierda, Charlotte, la cara de la señora Laurent con tus excentricidades no tenía comparación. —Ella dio un pequeño brinco y se sentó sobre la encimera. —Bah, a estas señoras les encantan los jóvenes fanfarrones, mientras más cretinos sean, más dignos son. —Es cierto... pero sabes que no me gustan esas expresiones. —Ella rodó sus ojos. —Tengo 14, Alex... —Aún eres una chiquilla... —Le dijo mientras le daba un mordisco a su emparedado, ella lo miró y se lo arrebató. —¡Hey! —Déjame ver a qué sabe esto... —Le dio un mordisco también. —Ay no, hermano... ¡Te matas de hambre! ¿Solo pan con mantequilla de maní? —Bueno, tengo que mantener mi dieta, no tengo la fortuna que tú tienes... la de no engordar fácilmente. —Ella colocó lo que quedaba de emparedado en el plato. —Si comes algo delicioso una vez a la semana no creo que aumentes 300 kilos... vamos por pizza, hamburguesas o hot dogs, esto de actuar como una perfecta idiota hueca es agotador y ya me hizo dar hambre. —¡Dios, tu vocabulario! —Oh, lo siento, esto de ser una perfecta chica de la alcurnia me hizo despertar el apetito, ¿vamos por un aperitivo apropiado, hermano? —Le dijo en tono delicado y moviendo sus pestañas varias veces, a lo que él sonrió. —Cielos, no actúes de esa manera conmigo, es incómodo... mejor exprésate de la otra forma, me rindo, al fin y al cabo soy tu hermano, no tu papá como para estar corrigiéndote en todo. —Le dijo divertido. —Gracias al cielo... —Me convenciste con la comida, vamos por algo realmente delicioso, antes de que mis papilas gustativas se olviden de las delicias de la comida chatarra. —¡Sí! —Charlotte bajó de la encimera de un salto, dando después brinquitos de emoción, como si fuera una niñita que llevaban por helado. Alexander ahora iba a la universidad, se preparaba para asumir en un futuro cercano su obligatorio cargo como Ceo del Consorcio Moncada, que pensaba cederle algún día a Charlotte; él había dejado de ser aquel chico con algunos kilos extras y ortodoncia para convertirse en un atractivo joven de cuerpo definido y sonrisa perfecta. Durante los últimos años, Charlotte aprendió a actuar como las personas del círculo social en el que estaban, tan presuntuosa y arrogante como se podía, tenía hasta un séquito que la vanagloriaba en el colegio y dondequiera que se paraba, era una adolescente hermosa, con su larga cabellera rubia perfectamente arreglada con algunas ondas, esbelta y un ícono de la moda entre los de su edad. Todo ello le sirvió como una coraza para resguardar su verdadera personalidad: una chica dulce, inteligente, comprensiva y ocurrente, aquello que escasas personas conocían y que sacaba a sus anchas cuando estaba a solas con su hermano.

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