En una pequeña sala fría y de luz blanquecina, Liam Meyer caminaba de un lado a otro agobiado. Su padre llevaba 3 eternas horas en en quirófano, ya que había tenido un accidente laboral. Alexa, su madre, estaba instalada en los asientos de espera con un pañuelo tapando su boca y algunas lágrimas bañaban su rostro cada cierto tiempo. Un médico salió hacia la sala y Liam de un paso agigantado quedó frente a él.
—¿Ustedes son los familiares del señor Meyer?
—¡Si! Si... Yo soy su hijo, ella es mi madre, su esposa. —Dijo en tono desesperado, su madre no tenía fuerzas para levantarse, ni hablar. —¿Cómo está mi papá?
—Estable por el momento, logramos detener las hemorragias internas, pero debemos realizar otras intervenciones, pues, su hígado y bazo están comprometidos.
—¡Hágalo doctor, si es por el bien de mi papá!
—La cuestión es, el seguro del señor Meyer no cubre lo suficiente como para la hospitalización y los gastos que conlleva. —Su madre solo sollozó más fuerte.
—¿Cómo? ¿La empresa donde trabaja no cubrirá todo?
—No, joven... —Liam tragó fuerte.
—¡Pero su accidente fue mientras laboraba!
—Es injusto, pero muchas veces ocurre esto...
—Haga lo que tenga que hacer, yo me encargaré de conseguir ese dinero.
Los Meyer eran una familia de bajos recursos económicos. Dixon Meyer trabajaba en el almacén de una fábrica de alimentos cargando objetos pesados, su esposa laboraba limpiando habitaciones en un hotel, mientras que Liam estudiaba en la universidad. Durante su jornada laboral, Dixon tuvo la mala fortuna de pasar por el lugar menos indicado en el peor momento, una caja muy pesaba estaba mal colocada y se deslizó de su anaquel, yéndose sobre él, intentó detenerla con su cuerpo, pero era tan pesada que cayó sobre su abdomen, dejándolo aprisionado por unos minutos hasta que entre varios compañeros lograron apartarla de encima.
Liam era un joven de 19 años, tez media, 1.80 metros de estatura, delgado, abundante cabellera castaña oscura y profundos ojos cafés, con una personalidad humilde, honesta, un gran sentido de la responsabilidad y estaba totalmente comprometido con sus estudios para seguir adelante; Liam tenía muy presente el esfuerzo que hacían sus padres. Siempre fue un alumno sobresaliente, por lo que consiguió una beca para estudiar en la universidad, y sin defraudar, también era excelente en su carrera; planeaba iniciar pronto con una segunda profesión. Para ganar algo de dinero, en su tiempo libre dictaba algunos cursos de nivelación dirigida a algunos estudiantes de contaduría y finanzas o de matemáticas.
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—Hijo, ya vete a tus asuntos en la universidad, ¿qué no tenías una evaluación importante hoy? Yo me quedo con tu papá.
—Mamá, no iré más. Debo buscar un trabajo, debo conseguir ese dinero lo antes posible.
—¡No! De ninguna manera puedes dejar tus estudios. —Manifestó Alexa exaltada. —Te ha costado mucho, por favor, no hagas eso.
—Es más importante la vida de papá... —Ella acarició su mejilla dulcemente.
—Nunca se perdonaría si renuncias de esa manera... ya veremos qué solucionamos para conseguir ese dinero. Prométeme que no harás algo así. —Él solo afirmó moviendo la cabeza. —Ahora, vete a tus clases, todo estará bien.
Liam obedeció. Llegó al campus pero su cabeza estaba metida en la situación por la que estaban pasando, así que no entró a ninguna de sus clases y se quedó en un banco apartado, pensando en qué hacer. Por algunas horas de la mañana se quedó ahí, en ocasiones dejaba caer su mirada al piso y entrelazaba sus dedos en la nuca, exasperado por no poder encontrar más solución que renunciar a sus estudios sin que sus padres lo supieran e inmediatamente buscar un empleo a tiempo completo.
Estaba tan sumergido en sus pensamientos que no se percataba de su alrededor, ni de las horas que habían transcurrido.
—¡Hey, Liam! —Le saludó Alexander acercándose a él, a lo que levantó el rostro.
—Moncada...
—Oye, te andaba buscando, me pareció no haberte visto en el examen. ¿O estaba tan fácil que terminaste muy rápido? —Se instaló al lado de Liam mientras hurgaba en su mochila.
—No, no entré a clases. —Habló sin ánimo, por lo que Alexander volvió su mirada hacia él extrañado.
—¿Y eso? ¿Llegaste tarde?
—No... no, es eso... Es solo que... no importa, ¿por qué me buscabas?
—¡Oh! Es que necesito que me ayudes a entender unos números que no concuerdan... me ayudaste mucho para la evaluación de hoy, eres bueno explicando. —Alexander le extendió una hoja de papel con unos ejercicios numéricos y Liam la aceptó curioso.
—Me alegro de que mis clases te hayan ayudado... —Le echó un vistazo a los cálculos. —No está difícil, reirás cuando veas cuál es el pequeño error...
—¿En serio? ¿Tan evidente está mi equivocación?
—Así es... —Liam le dio una sonrisa apenas dibujada e hizo silencio por un rato. —Moncada, me temo que esta es la última vez que te pueda ayudar...
—¡Qué! Carajo, Liam... No me digas que fue porque tengo pendiente tu pago de las últimas explicaciones... Si es por eso te puedo cancelar el doble ya mismo, realmente lo olvidé...
—¡No! No es eso... —Rio un poco. —Yo sé que eres cumplido y de verdad estoy contento de que mis clases te fueran de mucha ayuda. Es solo que... no podré continuar con la universidad. —Alexander se asombró todavía más.
—Pero ¿por qué? Son tus estudios, tu carrera, sé que te gusta mucho... No somos los mejores amigos como para que me lo digas, pero es notorio que te apasiona lo que estudias. —Liam exhaló.
—Estoy pasando por una situación familiar delicada... Mi padre está hospitalizado y necesito conseguir un trabajo a tiempo completo para ayudar en los gastos, así que... esa es la razón.
—Lo lamento, Liam... no lo sabía. Es una pena... —Alexander posó su mano con fuerza sobre su hombro. —Si necesitas algo, no dudes en pedírmelo, estaré dispuesto a ayudar en lo que pueda.
—Gracias, Moncada... —Alexander se quedó algo pensativo, sacó su móvil y lo comenzó a revisar en silencio.
—¿Cuánto es lo que te debo de las clases? —Preguntó sin apartar la mirada de su móvil.
—Realmente no lo sé, pensé que tu llevabas las cuentas... ¿45€? ¿30€? No sé exactamente. —Alex deslizó unas cuantas veces más sus dedos por la pantalla y luego se pudo de pie.
—Listo, ya he cancelado mi deuda...
—Gracias, nuevamente...
—De verdad, siento lo de tu padre, pero no vas a dejar de estudiar por algo tan ordinario como el dinero, mucho menos si te gusta lo que haces. Veré qué puedo hacer por ti. —Liam se quedó mirándolo algo confundido. —Nos vemos... —Alexander se marchó sin más.
Al poco rato, Liam tomó su mochila y se dispuso a retirarse del campus, se iría de nuevo al hospital, pero antes debía parar en una farmacia para adquirir lo poco que pudiera, que su padre necesitaría para sus tratamientos. Mientras iba caminando, sacó su móvil para revisar con cuánto de dinero disponía, cuando abre la App lo primero que se puede apreciar es su monto actual en números grandes. Se detuvo en seco y se quedó atónito ante ese monto, “Saldo disponible 4555 €”. Liam pestañó varias veces, se frotó los ojos con la yema del pulgar e índice, observó hacia todos lados y volvió su mirada nuevamente al monto, seguía siendo el mismo. Empezó a indagar en los movimientos bancarios para obtener respuestas de dónde había salido tanto dinero y todo indicaba que los últimos 4500 € habían ingresado hacía pocos minutos, llegando a la conclusión de que era muy probable que fuera Alexander.
Liam se devolvió a toda prisa, buscando a Alexander en cada rincón de la facultad de ciencias económicas y empresariales, hasta que finalmente lo ubicó charlando con un grupo de compañeros.
—¡Moncada! —Le llamó agitado por la caminata, seguidamente Alexander se giró sin sorprenderse, parecía esperarlo. —Necesitamos hablar.
—¿Sobre qué, Liam? —Cuestionó fingiendo demencia acercándose a él.
—¿Qué es esto? —Le mostró la pantalla del móvil con el monto.
—Vaya, recuerdo que me dijiste hace un rato que necesitabas dinero, pero no estás tan mal.
—Moncada, no te hagas el que no sabes... Eso es demasiado dinero, necesito que me des tus datos bancarios para devolvértelos. —Alexander se cruzó de brazos y lo miró con seriedad.
—Los necesitas más que yo, Liam.
—¡No puedo aceptarlos!
—Sería un préstamo... me los devuelves cuando tengas la capacidad de hacerlo, en un año, 2 años, tal vez 5, no sé, tú ves... Pero ahora los necesitas. —Se le hizo un nudo en la garganta por el gesto.
—Pero... ¿por qué lo haces? Apenas soy un conocido y compañero de algunas clases. Como tú mismo mencionaste hace un rato, no somos los mejores amigos.
—Repito, los necesitas más que yo, Liam. Y no me parece justo que tengas que sacrificar de esa manera tu carrera, por la que tanto te has esforzado, está a mi alcance tenderte la mano.
A Liam se le enrojecieron sus ojos, Alexander le había parecido una persona bastante amable en un principio, a diferencia de muchos otros compañeros de su mismo círculo social, pero ahora confirmaba que era alguien noble. Liam sonrió y entre felicidad, agradecimiento y alivio le dio un fuerte beso a Alexander en la mejilla.
—Wow, wow... —Le dijo Alexander empujándolo suavemente por los hombros. —Me gustan las chicas, morenas, para ser exactos. No eres mi tipo. —Añadió entre risas.
—Lo siento, lo siento... —Se disculpó con una sonrisa, apenado. —También me gustan las chicas, pero me dejé llevar por la conmoción... No sabes lo que esto significa, Moncada. Estoy muy agradecido.
—Sería bueno que me llamaras Alexander... —Le sugirió.
—Oye... de verdad, gracias... Si no se tratara de un asunto tan delicado como este no los aceptaría bajo ninguna circunstancia. Te prometo que te pagaré hasta el último céntimo. En mi podrás encontrar a una persona con la que podrás contar para lo que necesites y siempre estaré en deuda contigo aunque cancele la deuda monetaria.
—Lo hago con gusto, Liam... —Puso una mano en su hombro. —¿Tienes un riñón que me puedas prestar? Estoy necesitando uno. —Bromeó riendo. —No es cierto... pero si necesitaré más de tus clases, quiero mantener mis notas tan impecables como van.
—Por supuesto... —Dijo un poco más animado.
Durante los tiempos libres, Alexander había estado trabajando en el Consorcio Moncada, sus padres le impusieron que sería el nuevo Ceo de la empresa, pese a que no le gustaba el ambiente empresarial, sugirió en miles de ocasiones que la sucesora fuera Charlotte, a quien le gustaba ese mundo de los negocios, pero no fue escuchado, pues, su padre se negaba a que una mujer quedara al frente del Consorcio. Por su trabajo, estaba recibiendo una remuneración, cada céntimo lo reunía para comprar en algún momento un departamento y poder irse de una vez por todas de la "mansión de la infelicidad" junto a su hermana, rogando que se lo permitieran.
Liam y Alexander eran solo compañeros de clases; sin embargo, Alexander sabía que Liam era un joven becado, de bajos recursos económicos pero honesto, que luchaba como podía para poder graduarse; escuchar su corto relato sobre la situación por la que atravesaba, no le hizo pensar dos veces en cederle parte de lo que llevaba reunido, entendía que a veces la vida era injusta para muchas personas y aún más para aquellas de estratos bajos y él tenía la oportunidad de ayudarle.
«Ya podré seguir reuniendo, hay más de donde hacerlo...» Fue lo que pensó cuando tomó su decisión sin titubeos.
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Transcurrieron algunas semanas, Dixon se terminaba de recuperar en casa satisfactoriamente, el dinero que Alexander le prestó a Liam les hizo salir de grandes aprietos y sobre todo a sacar a Dixon de peligro. Alexander y Liam poco a poco formaban una amistad; en agradecimiento con Alexander, Liam iba hasta su casa para darle clases sobre aquellas cátedras que no dominara por completo, ya que a su compañero le gustaba tener notas perfectas en sus exámenes.
Un viernes por la tarde, acudió a la mansión Moncada para una de sus habituales clases a Alexander, se instalaron en la sala para estudiar.
—Alexander, ¿tienes algo que hacer después de que terminemos acá?
—Nop, hoy no... —Le respondió despreocupado, concentrado en sus cálculos. —¿Por qué?
—Mis padres han insistido en conocerte, ya sabes... por lo que hiciste por nosotros.
—¿Ah sí? Me parece que exageran un poco... —Rio. —Pero no tengo problema en conocerlos, deben ser buenas personas.
—¡Genial! Mi madre prepara unos platillos exquisitos. —Su comentario llamó la atención de Alexander.
—¿Comida? ¿Casera? ¿Es buena?
—Si, la mejor... —Presumió.
—Mierda, sigo pensando como gordo... —Pensó en voz alta. —Me convenciste... —Aceptó sonriente.
—¡Estupendo! En un rato le diré a mamá que iremos al terminar aquí...
—Uy, amo la comida casera. Terminemos rápido... —Él se puso de pie. —No tardo, dejé uno de los libros en mi habitación. —Su amigo asintió.
Por un momento Liam mantuvo su cabeza metida en las páginas de un libro, hasta que escuchó unos suaves pasos ingresar al mismo espacio.
—Eso fue rápido... —Comentó levantando su mirada.
Charlotte entraba a la sala. Liam abrió sus ojos desmesuradamente y entreabrió su boca observándola atónito al notar su presencia. Su cabellera dorada moviéndose delicadamente cuando se desplazaba, el atuendo deportivo que usaba dejaba ver el plano abdomen de su esbelta figura, toda ella lo dejó impresionado y cuando sus ojos celestes se posaron en él sentía que su rostro embobado se encendía.
—¿Y tú qué? ¿Quién eres? —Preguntó Charlotte mirándolo de arriba abajo con desdén. Liam pestañó varias veces saliendo del trance por las hoscas preguntas de la chica.
—Ee…eeh… ¿Disculpa? —Respondió muy desconcertado.
—¿Eres el ayudante del nuevo jardinero? Deberías saber que no puedes estar dentro de la casa hurgando donde no debes. —Aseguró con prepotencia.
—Yo… yo no soy… —Tartamudeaba, confundido por el choque de la belleza de Charlotte contra la manera tan arrogante que parecía ser.
—Listo, aquí tengo el libro… —Apareció Alexander. —¡Oh! Veo que ya se conocieron…
—Ah, ¿es tu amigo? —Cuestionó ella un poco confundida.
—Si, él es Liam, un buen compañero de clases y gran amigo. Es excelente con los números y es quien me ayuda con eso. —Charlotte se sintió avergonzada.
—¡Ah! —De igual modo siguió sin expresión amigable.
—Mucho gusto. —Liam le hizo un gesto con la mano, a lo que le dio una sonrisa fingida rogando que no le dijera a Alexander cómo lo trató.
—Bueno, continuemos… ya deseo ir a probar la comida de tu mamá. —Charlotte tomó uno de los libros de la pila que no estaban usando y se tiró en un sofá frente a ellos, pero dándole a Liam una mirada retadora. —¿Vendrás con nosotros? —Inquirió Alexander.
—No, gracias, Alex; tengo una pijamada con Amanda esta noche.
—Bien… sabes lo que pienso de esas pijamadas, así que ve con cuidado.
—Entendido, hermano…
Cada cierto tiempo, Liam apartaba su mirada de los libros hacia Charlotte, con disimulo, era inevitable; aunque él era algunos años mayor, le atrajo su apariencia desde el primer segundo, le pareció la joven más bonita que había visto. Cuando sus miradas se encontraban ella lo veía con recelo, ya que se preguntaba qué tenía él de especial como para que su hermano lo llevara a casa, lo cuál significaba que le tenía mucha confianza. Alexander nunca había llevado a algún amigo, evitaba a toda costa que alguien se diera cuenta de su desastre familiar. Esa fue una de las pocas veces que Charlotte y Liam se toparon, pero bastó para que su delicado rostro quedara estampado en la memoria de él por mucho tiempo.