3. Marcas

2249 Words
Son las 6 de la mañana, Charlotte se levanta cuidadosamente, recoge sus prendas de vestir y comienza a ponérselas con delicadeza, mirando hacia atrás una y otra vez, tratando de no despertar a Jasper, el chico con el que había pasado la noche. —Charlotte... —Pronuncia su nombre con voz ronca y somnolienta haciendo un gran esfuerzo por abrir los ojos. —Hermosa, ¿qué haces despierta tan temprano? —Cuestiona aún sin abrir sus ojos. —Ya me tengo que ir, Jasper... La pasé muy bien anoche. —Charlotte responde con voz seductora aproximándose un poco a la cama. —¿Nos veremos más tarde? —Nos veremos mañana en clases, Jas... —Afirma a la vez que recoge su cabello. —Algo me dice que no quieres tener una relación conmigo, una que vaya más allá de la noche que tuvimos. —Acota sonriente, ella niega con la cabeza divertida. —No te lo tomes a mal, pero no quiero eso ahora y me parece que tú tampoco. —Dios Charlotte, eres la más guapa. Imagínate, la más guapa con el más atractivo y sexy del campus... Seríamos la pareja del año. —Vaya, creo que tu ego está hablando por ti. —Es la verdad, hermosa... ¿Qué dices? —Hmmmm, suena tentador, pero no, gracias... Paso. —Se inclinó hacia el chico y le plantó un último beso en los labios. —No soy el trofeo de nadie... —Susurró en sus labios, luego le guiñó el ojo de forma divertida cuando se alejaba de él. Charlotte estaba consciente de su belleza, por lo que conseguía estar con el chico que quisiera, lograba envolver hasta el más patán y apuesto de los hombres si se lo proponía. A sus 21 años no había mantenido una relación estable con alguien, pues, estaba más dedicada a sus estudios universitarios. Dentro de pocos meses culminaría su primera carrera, Administración de Empresas, e iba a la mitad de una segunda, Finanzas y Comercio internacional, en ambas era la estudiante número uno; sin embargo, a pesar de ser brillante y estar metida en sus libros de finanzas, seguía manteniendo su coraza de rubia adinerada petulante ante todos, poco se sabía que debajo de esas capas de maquillaje y rubia cabellera perfecta, había una mujer inteligente. Pese a las negativas de su padre de asumir la presidencia del negocio familiar, Alexander le prometió que haría lo posible por dejarla al frente, él era ahora el actual Ceo del Consorcio Moncada, pero no quería eso para su vida, por lo que ella comenzó a prepararse desde su adolescencia. A diferencia de su hermano, el mundo empresarial le apasionaba. Charlotte llegaba al aeropuerto para despedir a Alexander, ya que éste saldría muy temprano de viaje por algunos días. Él miraba su reloj un poco impaciente esperándola en la pista, a punto de subir al avión privado de los Moncada, hasta que un conocido auto se detuvo cerca de él. —¡Alex, Alex! —Charlotte eleva la voz bajando del auto apresuradamente. —¡Llegué! —¡Charlotte! Ya pensaba que no vendrías. —Ella rodeó su cintura con sus brazos con fuerza. —Alex, claro que me tenía que venir a despedir. —Ella lo mira con ojos vidriosos. —Yyyy... a hacerte algunos recordatorios. —Él rio. —A ver... ¿Cuáles? —Finge no saber a qué se refiere, por lo que ella empieza a enumerar con ayuda de sus dedos. —Uno, tan pronto llegues te comunicas conmigo. Dos, me llamarás dos veces al día para saber que estás bien. Y tres, cuídate... —Lo último lo dijo con preocupación. —Como ordene, señora Charlotte. —Bromea. —Sabes cuáles son mis condiciones, de ninguna manera le des información de mi a nuestros padres mientras esté allá. —Lo sé, comprendo que es tu respiro, tu escape por unos días. —Así es... —Él ladea una sonrisa. —Pero lo que más me inquieta es dejarte sola. —No te preocupes por mí, soy lo suficientemente grande ya, e independiente. —A veces lo olvido... Los motores del avión empiezan a sonar, Alexander levanta la mirada hasta la puerta de la aeronave en donde le hacen señas para que suba porque están a punto de salir. —¿Tienes las llaves de mi pent-house? —Pregunta volviendo su mirada a su hermana. —Si, siempre las llevo conmigo. —Bien, quiero que te mantengas lo más alejada posible de la mansión Moncada mientras no estoy... Quédate en tu departamento y si quieres algo de lujos ve a mi pent-house. No quiero que estés pasando por malos ratos por gusto con nuestros padres. —Está bien, Alex... Ve con cuidado, no me acercaré por allá. —Perfecto... —Hace una pausa conteniendo una risa. —Una última cosa, pequeña bribona... deja de jugar con los chicos, espero que escojas uno que valga la pena y al que dejes conocerte como realmente eres. —Charlotte se puso muy roja, sorprendida por lo que su hermano le acababa de decir. —¿De qué hablas? —Sabes perfectamente de qué hablo... Creo que no te he dado buen ejemplo al salir con una y otra chica diferente cada vez que me provoque. —¡Mierda! —Masculló. —¿Desde cuándo te has percatado? —Desde siempre. —Se carcajeó y Charlotte se llevó las manos al rostro. Él le dio un beso en la frente. —Ya me voy, pórtate bien. —Vuelve pronto, Alex... Por unos segundos, Charlotte se quedó observando a Alexander subir por los escalones hacia la puerta del avión, tenía un nudo en la garganta y un mal presentimiento que le hacía percibir una presión extraña en el pecho. Desde que Alexander estaba al frente del Consorcio Moncada, viajaba cada seis meses a Latinoamérica para reunirse con uno de los socios principales, Albert Bustamante. Durante la estadía en su ciudad natal, desaparecía completamente del radar de sus padres y cualquier conocido; la única persona que estaba enterada de su paradero y sabía cómo contactarlo, era Charlotte, comprendía que su hermano necesitaba un respiro cada cierto tiempo de las obligaciones impuestas por Verónica y Alexei, que además, él asumía con tal de darle comodidades a su hermana sin que ella tuviera que doblegarse completamente ante sus padres, todo ello sería hasta ella culminara sus estudios y él le cediera el control del Consorcio Moncada. Esos eran los planes. Cuando Alexander pudo reunir dinero suficiente, compró su propio departamento y trataba de que su hermana estuviera la mayor parte del tiempo viviendo con él; sin embargo, su madre se imponía a ello cada vez que podía, Alexander sospechaba que tenía planes inquietantes para Charlotte y eso lo mantenía en constante alerta, finalmente, cuando ella cumplió los 21 años, él le obsequió un departamento, no tenía servidumbre ni lujos como en la mansión de los Moncada o el pent-house en donde él vivía actualmente, pero se notaba la felicidad y agradecimiento de su hermana, no le importó vivir sin lujos, tenía su propio espacio alejado de sus padres, en donde podía ser ella misma a sus anchas. A veces Charlotte sentía que Alexander era su única familia, el único que la apoyaba, que quería verla crecer para que no se convirtiera en un adorno en el recibidor de la mansión de algún adinerado al que sus padres se atrevieran a "venderla". Aquellos viajes le dejaban un vacío, se hallaba desprotegida, no tenía a quién recurrir en caso de que algo malo sucediera, pero ella no se lo mencionaba, sino, Alexander estaría volviendo al siguiente día por ella y él merecía un respiro. Esta vez algo le decía que las cosas serían diferentes. —Hola, mamá... Dime... —Charlotte contesta de mala gana una llamada entrante de Verónica. —Mi princesa, ¿te gustaría desayunar conmigo? —Gracias... Pero no puedo, tengo muchos pendientes para hoy. —Por favor, Charlotte, es que me gustaría que conocieras a alguien importante. Si no quieres venir a casa, yo te paso buscando y nos reunimos en otro lugar. —Pero, mamá... Yo ya estoy comiendo mi desayuno. Y qué por cierto, está exquisito. —Dice tratando de evadir la invitación de Verónica. —Al menos te tomas un café... Prometo que no te quitaremos mucho tiempo. —Ay no, guácala, sabes que no me gusta el café. —Hijita, pide lo que quieras. No tardaremos. —Bien... —Resopló resignada. —Espero que sea rápido, a las 11 tengo un examen importante... —Lo será, ya verás... . Con manos temblorosas Charlotte marca el número de teléfono de Alexander, el número que solo ella tenía para ambos comunicarse cuando él estaba lejos. No consiguió respuestas, como había ocurrido en los últimos días. Guardó el móvil en su bolsa, tragó fuerte para calmar sin resultados el nudo de su garganta, abrazó su bolsa con fuerza contra su pecho y llevó su mirada hacia el exterior del auto en movimiento en el que iba. —Señorita, ¿segura que está usted bien? —No importa... —Responde toscamente. —¿Quiere que la lleve a algún lugar específico? —Si... Al barrio de Salamanca, por favor... —Pide con voz temblorosa. Se detuvieron en un semáforo y el conductor quiso girarse un poco para cerciorarse de que ella estuviera bien. —¡No! No quiero que me vea, señor... Por seguridad, por mi apariencia. —Dice con temor. —Entiendo, tranquila... Tranquila, yo no la lastimaré. —Él levantó las manos del volante en señal de rendición. El hombre quiso mirarla por el espejo retrovisor, pero no lo logró, no quería hacer algún movimiento que la asustara; él no conocía el rostro de la mujer que se había subido en su auto, pero le parecía que no estaba bien, su voz no sonaba bien, su miedo no era el de una persona que estuviera bien y cada cierto tiempo la escuchaba sollozar en el asiento detrás de él. —¿Es aquí? —Pregunta el conductor cuando se detienen frente a un lujoso edificio, después de que ella le indicara cómo llegar. —Si, gracias... —Charlotte abrió la puerta del auto que estaba detrás del piloto para que no pudiera mirarla cuando bajaba. Bajó tan pronto como pudo y corrió hacia la entrada del edifico donde vivía Alexander; mientras que el conductor se quedó intrigado por la misteriosa mujer, lamentando no haber podido hacer algo por ella. Cuando Charlotte entró al departamento, tiró su bolsa en medio del pasillo principal y se dirigió de inmediato al baño, allá se desvistió y se metió en la ducha con desespero. Las lágrimas que brotaban de sus ojos se mezclaban con el agua que caía sobre su cabeza, ella pasaba una esponja de baño por su cu€rpo marcado una y otra vez tan fuerte que su piel enrojecía y la lastimaba sin percatarse, su llanto de tristeza y rabia estallaban con fuerza cuando imágenes perturbadoras y confusas llegaban a su mente, lo que la hacía frotarse con desespero. Sus brazos tenían moretones, su labio inferior partido, su pómulo también con un gran hematoma y su espíritu quebrado en mil pedazos. Una vez salió del baño, se vistió con uno de los pijamas de su hermano, buscó su móvil en la bolsa tirada en el pasillo y se metió en la habitación de Alexander, tirándose en el piso en uno de los rincones. Marcó nuevamente al número de su hermano sin conseguir una respuesta diferente a las decenas de veces anteriores que ya lo había intentado. —¿Dónde estás Alex? —Murmuró con voz quebrada. —¿Qué está sucediendo? Charlotte estaba aterrada, no sabía qué hacer para ubicarlo y adicional a eso llevaba encima la pena que la embargaba y que, a medida que pasaban los minutos le lastimaba aún más sin poder contar con alguien. De un momento a otro, recordó que tenía el número de teléfono de Albert, el hombre con el que Alexander se reuniría, así que le marcó con insistencia y al tercer intento logró comunicarse. —¿Diga? —Ella exhaló para calmarse un poco antes de hablar. —¿Albert? —Si… —Soy Charlotte, la hermana de Alexander Moncada… —Hola Charlotte, ¿a qué se debe tu llamada? —Con su distintivo tono frío preguntó extrañado. —¿Has visto a mi hermano en los últimos días, o te has comunicado con él? —No… No he sabido de él desde el día de nuestra reunión. —Estoy preocupada Albert, tampoco sé nada de él desde ese día. Siempre se comunica conmigo, si no puede llamarme, al menos me envía un texto. —Indagaré sobre su paradero. Seguramente anda en el yate con alguna nueva conquista y no tiene señal para comunicarse. Te estaré informando. —Analizó Albert, pero ella percibió en su tono de voz algo de preocupación también, por lo que solo le dijo eso para tranquilizarla. —Muchas gracias, Albert. Estaré al pendiente. Una vez finalizada la llamada, Charlotte abrazó sus piernas y apoyó su rostro sobre sus rodillas, mirando a un pinto fijo con sus lágrimas rebeldes bañando nuevamente su rostro. —Nunca te perdonaré esto... —Susurró temblorosa. —¡Nunca, Verónica Moncada! —Elevó su voz, seguido de un grito cargado de rabia y frustración que hizo eco en cada rincón de la habitación y gran parte del pent-house.
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