Liam miraba en un aparador a través del cristal, pensativo, intentando tomar una decisión.
—Ese... —Señala con el dedo. ¿Me muestra ese, por favor? —El vendedor obedeció cortésmente.
—Aquí tiene... —Colocó entre las manos de Liam un delicado anillo de compromiso. Él lo apreció más de cerca.
—Este será, es perfecto.
—Muy buena elección, señor.
Liam tenía pensado proponerle matrimonio a su novia Ruth, con quien sostenía una relación desde hacía dos años y vivían juntos. Seleccionó un delicado anillo de oro blanco, con un pequeño diamante en el centro, cuyo aro estaba adornado con incrustaciones de pequeños brillantes. Ahora que tenía el anillo, tocaba buscar el momento oportuno para hacer la propuesta.
«Quizás hoy mismo, si me desocupo temprano.» Pensó risueño.
Miró su reloj y se dio cuenta de que se aproximaba la hora de reunirse con un importante cliente, iría hasta su casa.
Liam se había convertido en un exitoso Ingeniero comercial con una carrera adicional, economía financiera, por lo que se encargaba de resolver problemáticas empresariales en casi todos los ámbitos de manera sagaz, esto lo hacía ser muy solicitado, sobre todo por industrias reconocidas. A veces su novia bromeaba y lo apodaba “El hombre de traje”, ya que casi no le veía salir en ropa informal, por su trabajo siempre vestía impecable como muestra de responsabilidad y pulcritud, consideraba que esa era su principal “tarjeta de presentación”. Era un hombre de ahora 26 años, nariz griega, labios finos, unos profundos ojos cafés, una abundante cabellera castaño-oscura; seguía siendo delgado pero no tanto como durante su juventud.
Liam llegó a la imponente mansión de su cliente, no era de su especial agrado ir hasta allá, pues, en algunas ocasiones se encontraba con fiestas y excentricidades que no le hacían sentir muy cómodo, decía para sí mismo: «los ricos y sus banalidades, están enfermos». Esta tarde parecía particularmente tranquila, la casa estaba bastante silenciosa, Liam tenía algunos minutos esperando a su cliente en el recibidor de la mansión, hasta que finalmente apareció su ama de llaves.
—Lamento la espera, señor Meyer. Pero mi jefe no podrá recibirlo hoy, está algo indispuesto, lamenta haberle hecho venir sin haberle informado con antelación.
—Entiendo, gracias por informarme, señora.
—Él se pondrá en contacto con usted en cuanto se recupere.
—Estupendo... Hasta pronto, señora Samantha. —Se dispone a marcharse.
—Le acompaño...
—No se preocupe, es muy amable.
Liam terminó de salir de la mansión, bastante contento porque llegaría temprano a casa y pondría en marcha su plan de propuesta de matrimonio. Subió al auto y lo encendió, maquinaba a dónde llevaría a Ruth y qué palabras diría. El sonido de la puerta del auto detrás del conductor, más un leve movimiento del mismo por el peso de alguien que subía sorpresivamente, lo hicieron salir de sus pensamientos.
—Señor, ponga el auto en movimiento ya mismo, por favor. —La voz femenina agitada y repentina le hizo sentir algo de temor y quiso voltear a mirarla. —¡No me mire! —Elevó la voz desesperada. Inmediatamente él levantó sus manos del volante en señal de que estaba desarmado.
—¿Es un secuestro? No me haga daño, se lo ruego. —Pidió asustado.
—No le haré daño. —Dijo la voz temblorosa. —Ponga el auto en marcha y sáqueme de aquí, por favor... por favor. —La mujer se quebró suplicando y terminó sollozando, a lo que él obedeció asumiendo que era alguien que necesitaba ayuda.
—Okey señorita. —Liam puso el auto en marcha.
Mientras conducía sin rumbo iba analizando la situación después de estar menos asustado, en realidad, pensándolo bien, no creyó posible que fuera una delincuente, estaba aparcado frente a la mansión que tiene guardias de seguridad por doquier, lo que le hizo pensar que ella salió por algún lado desde el interior de la casa, y sabiendo lo excéntrico que era su cliente, quizás qué cosas estaban sucediendo dentro del lugar; sin embargo, eran asuntos en los cuales él no debía intervenir sin saber exactamente qué sucedía; después de todo, en esa casa ocurrían todo tipo de locuras durante las fiestas que realizaban y no era un secreto para nadie.
—¿Está usted bien? —Indaga finalmente.
—Si... si, estoy bien. —Le salió en un hilo de voz.
A él no le pareció que estuviera bien, por lo que se ofreció llevarla a donde quisiera y si le pedía que la llevara a formular algún tipo de denuncia, estaría dispuesto a hacerlo si era lo correcto; pero, le pidió que la trasladara a un sitio residencial, él accedió sin titubeos, pues, era su forma de ayudarla. En repetidas ocasiones quiso ver de quién se trataba, pero la mujer se negó con ahínco, estaba aterrada, quizás porque pensó que podría decirle al dueño del lugar de donde salió. Liam no estaba muy claro del por qué no quería que la viera.
Al aparcar frente al sitio que ella le indicó, se bajó al instante por donde mismo se subió y siguió corriendo a la entrada del edificio, Liam no pudo conocer su rostro, solo pudo apreciar a una mujer de cabellera dorada corriendo descalza buscando resguardo, sintió pena por la desconocida y porque no le permitió ayudarle un poco más.
Después del inquietante rato, Liam se dirigió a su departamento, su encuentro poco usual con aquella mujer misteriosa en apuros, lo hizo desconcentrar con respecto a la propuesta de matrimonio que estaba dispuesto a hacer ese mismo día si las cosas fluían correctamente; sin importar si terminaba haciendo la propuesta ese mismo día o no, agradecía estar en casa más temprano, compartiría tiempo de calidad con su novia. Ruth, usualmente ya estaba en casa cuando él llegaba, ella tenía una escuela de baile y solo iba a supervisar que estuviera funcionando adecuadamente, por lo que podía manejar mejor sus horarios de trabajo.
Él aparcó en su puesto de estacionamiento en el edificio donde vivían, mientras tomaba su portafolio y se acomodaba para bajar del auto, escuchó a lo lejos unas risas familiares, miró alrededor y pudo ver en la distancia a una mujer de espaldas, muy parecida a Ruth esperando el ascensor, iba acompañada de un hombre y éste pasaba su mano por su cuello provocándole cosquillas; esto creó en él mucha suspicacia. Liam no solía ser un hombre problemático, posesivo o celoso, era todo lo contrario; sin embargo, estaba casi seguro de que se trataba de su pareja y esos gestos con el hombre que la acompañaba no eran muy apropiados.
Con el corazón acelerado y un nudo en la garganta, bajó del auto con rapidez tan pronto el ascensor se cerró con ellos dentro y corrió por las escaleras de emergencia. Su departamento estaba ubicado en el 2do piso, necesitaba comprobar lo que estaba sospechando y rogaba que no fuera ella, que fuera producto de una mala jugada de su imaginación por el exceso de trabajo. Al llegar a la puerta que lo conduciería al pasillo en donde estaba ubicado su departamento, volvió a escuchar las risitas de Ruth, acompañadas de susurros del hombre que la acompañaba, así que abrió la puerta con extremo cuidado y solo lo necesario para poder mirar; nada era producto de su imaginación. Ruth se besaba apasionadamente con ese hombre que él desconocía, pegados en la entrada del departamento en el que ambos vivían, luego ella se giró para introducir las lleves en la cerradura para terminar de ingresar; el hombre no dejaba de besar su cuello y hombro mientras la tomaba por la cintura y se frotaba de su trasero. Liam retrocedió, ya no había ninguna duda de lo que estaba sucediendo.
En el área de las escaleras, Liam se recostó de la pared y se dejó caer hasta el piso, con sus ojos enrojecidos, consternado y con el corazón hecho polvo. Ahí se quedó por bastante tiempo, torturándose, preguntándose desde cuándo le eran infiel en sus propias narices, aquella mujer que pensaba que compartiría con él el resto de su vida y que era el amor de su vida. Se molestaba consigo mismo por haber sido ciego, en ese momento era un nido de emociones. A veces, sacaba el anillo con el que le iba a proponer matrimonio, lo miraba o jugueteaba con la cajita abriéndola y cerrándola una y otra vez perdido en sus pensamientos, todo aquello hasta que escuchó nuevamente esas voces, parecía que ella se despedía del hombre. Esperó unos minutos más después de que se marchó, se puso de pie, guardó el anillo en el saco de su traje nuevamente, se pasó las manos por el cabello para aplacarlo un poco y se dispuso a ir hacia su departamento.
Él entró al departamento en silencio, respiró profundo antes de adentrarse más, no quería peleas, no quería reclamos, estaba muy claro que le eran infiel y no había un porqué que lo justificara, así que iba por algunas de sus cosas para marcharse.
—¡Mi vida! —Salió Ruth sonriente de la habitación cuando se percató de que alguien había entrado. —Volviste temprano, ¡es maravilloso! —Se le guindó del cuello e intentó besarlo, a lo que él lo esquivó.
—Necesito pasar, por favor. —Solo le dijo con dureza, clavando su fría mirada enrojecida con el entrecejo unido.
—¿Sucede algo, mi vida? —Él ignoró su pregunta, quitó los brazos de su cuello con suavidad y continuó a la habitación. Ruth le siguió confundida.
Liam buscó una maleta y empezó a guardar toda la ropa que pudiera entrar en ella, sin orden, con rapidez, solo quería salir de ahí lo antes posible, contenía su rabia todo lo que podía.
—¿Te vas de viaje? —Cuestiona nerviosa después de observarlo en silencio guardar algunas de sus cosas. Él giró su rostro hacia ella.
—Me voy de aquí, Ruth.
—¡Qué! ¿Por qué? —Él cerró el equipaje con brusquedad, tomó algunos documentos importantes que tenía guardados en una de sus gavetas y empezó a caminar fuera de la habitación. Ella lo tomó del brazo. —Liam, Liam, ¿qué está pasando? No te puedes ir así, sin explicación alguna, ¡yo te amo! ¿Qué hay de eso?
—Si tanto me amas, ¿por qué acabas de coger con un tipo hace pocos minutos? —Preguntó en un todo aparentemente sereno, pero frío. Ella se llevó ambas manos a la boca con sorpresa.
—De... debes estar confundiendo las cosas. —Dice con voz temblorosa.
—No, Ruth, sé perfectamente lo que vi. ¿O es que querías que tomara fotos de los dos en pleno acto, completamente desnudos?
—¡Me estás ofendiendo! ¿Qué cosas dices? —Dice con lágrimas en los ojos.
—Imagínate cómo me siento yo, ¡como un perfecto pendejo! —Él sacó de su saco la cajita con el anillo y se la mostró. —Hoy se suponía que iba a ser especial, un día que cerraría con broche de oro. —Se acercó al cesto de basura y dejó caer el anillo dentro. —Y mira a dónde lo acabas de tirar todo.
—Liam, no... —Se sintió desesperada al notar que lo perdía y que él estaba completamente seguro de su infidelidad. —No te vayas así... no podemos terminar lo nuestro de esta manera. —Lo sujetó nuevamente por el brazo, sollozando con más fuerza. —Podemos solucionarlo, puedo explicar lo que sucedió, es un mal entendido. Acepto, acepto casarme contigo. Casémonos. —Le dice suplicante.
—Lo siento, no hay explicación que valga. No justifico ningún tipo de infidelidad. Se acabó. —Quitó sus manos de su brazo y salió decidido, aguantando su dolor.
Aun con su gran nudo en la garganta, su rostro rojo y su mandíbula tensa, Liam tiró el equipaje en la maleta del auto con rabia, para luego abrir una de las puertas traseras y colocar los documentos en el asiento; justo antes de colocar los papeles, él se pudo percatar de que había algo sobre el asiento, lo tomó con curiosidad, pues, supuso de inmediato que se trataba de una pertenencia de la chica en apuros de más temprano. Era una identificación. Al momento de leer su nombre y ver su rostro en el trozo de plástico, quedó atónito.
Sacó su móvil y marcó al instante, lo intentó varias veces, pero la operadora lo mandaba directo al buzón.
—Hola, Alexander. Soy Liam, necesito que te comuniques conmigo lo antes posible. Es urgente. —Demandó preocupado, haciendo a un lado sus propios problemas.
Aquel mensaje nunca fue escuchado, por lo que nunca fue devuelta una llamada o al menos un texto.