Capítulo 1
Asunto: La culpa es del pez
Un involuntario parpadeo lo cambia todo. Entonces, en menos de un milisegundo, ya no tengo el móvil entre las manos. Y al alzar la mirada, me percato de que tampoco estoy en mi habitación.
Inmediatamente, mi cuerpo se rigidiza y siento un escalofrío recorrer mi columna vertebral.
Mientras, mi mente corre a toda prisa, intentando comprender lo que está sucediendo. Lo último que recuerdo antes de abrir los ojos y encontrarme rodeada de pulcras paredes blancas es haber sido añadida a un grupo de w******p. Luego parpadeé y aparecí aquí, en una habitación pequeña, extraña, demasiado irreal. Hay cuatro paredes vacías, un ropero vacío, alhajeros vacíos y una larga estantería también vacía. Sin embargo, me sorprende ver mi nombre en la puerta que tengo delante, la única salida de este diminuto lugar.
Solo que... nada me es familiar. En este momento, ni siquiera mi nombre allí escrito.
¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto? Esas y más preguntas comienzan a plagar mi cabeza rápidamente. Me siento fuera de lugar, literal y metafóricamente. Incluso más que en mi vida rutinaria.
Intento hacer memoria, recordar algo más. No obstante, apenas puedo pensar.
Maureen.
De repente, ese único nombre que se filtra en mis pensamientos. Lo último que leí antes de aparecer aquí fue que Maureen me había añadido a un grupo, pero ni siquiera recuerdo haber tenido a una tal Maureen en mis contactos. Entonces... ¿quién es ella?
Estoy por abrir la puerta del dormitorio, inquieta por lo que puedo llegar a encontrarme del otro lado, cuando un grito atraviesa las paredes. Al instante, una sensación incómoda se instaura en mi pecho. Aún así, abro la puerta.
Y entonces veo algo que me deja boquiabierta.
Un largo pasillo, con cinco puertas abiertas además de la mía, deja a la vista cinco rostros asomándose con la misma expresión inquieta y temerosa que debo tener yo en este momento. Todas son mujeres y, quizá, de la misma edad que yo. Nos miramos entre todas por un largo e incómodo segundo. Finalmente, una de ellas (la que se encuentra justo enfrente de mí al otro lado del pasillo) avanza un paso al centro.
―Hola ―dice en español.
Al oírla, mi cuerpo entero se estremece. Algo no está funcionando aquí, hay demasiada tensión. Y... sí, está hablando en un idioma que no es el que suelo oír en mi país.
―Hola ―oigo decir a otra.
En este instante, agradezco que mi familia me haya enviado por años a un instituto de español. Puedo comprenderlo y hablarlo con fluidez, o eso creo, aunque no me sienta segura de abrir la boca.
―¿Hola? ―murmura una más, en voz baja y dudosa. Miro a la última en hablar y me doy cuenta de que es la única pelirroja entre las que estamos aquí; su mueca pasa de confusa a sonriente con rapidez―. Soy Luciana.
Me sorprende que lo primero que haga sea presentarse. ¿No deberíamos estar preguntándonos qué pasó? ¿Por qué estamos aquí? Tengo mucha curiosidad, pero demasiado pánico como para decir algo.
―Oh, uh ―dice la que se encuentra frente a ella, juntando sus labios con indecisión―. ¿Todos ustedes... hablar... español? ―indaga de forma pausada, como si estuviese pensando cada palabra a decir. Veo que todas asienten y aunque quiero negar me quedo inmóvil―. Mi nombre es... Mackenzie ―se presenta entonces, encogiéndose de hombros―. Soy de Estados Unidos. ¿Ustedes?
Mi boca se entreabre y me siento un poco más cómoda al no ser la única de habla inglesa.
―Eiza. De Bolivia ―dice una de las que había permanecido en silencio como yo.
―María de los Ángeles. Perú ―alza la mano la más morena de todas.
Mi estómago se aprieta al comprobar que soy la única que no ha dicho palabra desde que estamos aquí mirándonos.
―¡Es maravilloso! ¿Os podéis creer? Estoy flipando―chilla la primera que habló, sonriendo con mucho énfasis y con sus ojos cubiertos por unos delicados anteojos de lectura.
―Eres española, ¿cierto? ―adivina Luciana, ladeando el rostro.
Todas asienten como si fuese una pregunta con respuesta obvia.
―Su acento es inconfundible ―aporta Eiza.
Por un instante, me estremezco. Por alguna razón, yo que siempre fui muy mala para recordar nombres, he podido recordar los de estas chicas rápidamente. Excepto...
―Soy Elena Romero, mis amigos me dicen Ele. Nacida en España ―acota la del tan característico acento.
Luego, como si se hubieran puesto de acuerdo, cinco pares de ojos se dirigen a mí; mi boca y labios se resecan. Apenas soy capaz de respirar.
―A-Alice ―logro balbucear al cabo de dos segundos. María me sonríe de lado, alentándome a seguir―. De Estados Unidos ―completo.
―Me too―Mackenzie se acerca―, what state? I'm from Washington.
―I'm from Texas.
―Oh that's awesome, I love Texas, my grandparents live there.
Luciana da un aplauso, interrumpiéndola.
―¿Podrían traducir, por favor? Aquí hablamos español ―ríe.
―Solo decía que Texas ser un lugar increíble, encantarme. Mis... abuelos vivir allí―explica.
Aclaro mi garganta, sintiéndome por completo extraña entre estas personas. Ellas en vez de parecer asustadas, parecen curiosas. Excepto Eiza, claro; su mueca es parecida a la que debo tener yo ahora mismo.
―Perdón, pero... ―miro alrededor, al pasillo blanco y angosto―. ¿Alguna sabe qué hacemos aquí?
De repente, todas lucimos perdidas. ¡Al fin!
―No sé qué pasó ―balbucea María parpadeando con preocupación repentina―. Yo estaba viendo televisión cuando me llegó un mensaje en w******p y ―su ceño se frunce―... aparecí aquí.
―M-me pasó lo mismo ―asiente Eiza.
―¿Qué decía el mensaje? ―interviene Elena. Aunque parece ser la menos confundida de todas, puedo ver inquietud en su postura―. El mío decía «bienvenida seas al grupo».
―¡También el mío! ―exclama Mackenzie―. Decía que yo haber sido añadida a un grupo. Las... ¿Pecer? ¿Pezas? ―titubea.
―Las peceras ―le corrige Elena.
―Sí, Las peceras―confirma arrastrando la «r», la que durante mis clases de español me costó tanto pronunciar.
―¿Y qué se supone que significa eso?
La pregunta viene de Luciana, pero ninguna sabe qué responder, así que solo nos dedicamos a mirar a nuestro alrededor. Creo que al hacerlo, todas nos damos cuenta de lo mismo.
―¡Una puerta! ―dicen María y Eiza al unísono.
Al inicio del pasillo, una puerta totalmente blanca ocupa todo el ancho de la pared. Al arrimarnos y amucharnos en torno a ella, nos paralizamos.
―Open the door! Right now!―urge Mackenzie, que es la única que no ha podido acercarse lo suficiente.
Pero ante su orden, nadie se mueve. Adherida a la pared hay una hoja que se titula «Las peceras». Por debajo, en letra más pequeña y con mayúscula, hay escritas dos palabras: Pez Globo. Y como si fuese una traducción gráfica, un globo rosado.
¿Qué rayos?
―Sean bienvenidas a su pecera: Alice, Elena, Luciana, Mackenzie, Eiza y María de los Ángeles. ¡Espero que disfruten su estadía! Con cariño, Maureen ―lee en voz alta Luciana, con sus ojos vagando a lo largo de la hoja―. Posdata: si quieren saber qué pasa, busquen debajo de sus almohadas.
Apenas leo la última oración al pie de la hoja, no dudo en voltear y correr a la habitación en la que aparecí. Me doy cuenta, tras ingresar, que las demás no tuvieron la misma reacción desesperada que yo. ¡Al diablo con ellas! Necesito saber por qué estoy aquí, rodeada de gente desconocida y con mi corazón latiendo frenéticamente.
Mis manos levantan el cojín y entonces veo un sobre blanco con un pequeño sello en el centro, el cual rápidamente identifico como un sencillo pez dibujado de modo casi infantil. Rasgo el sobre y encuentro una hoja plegada; mis dedos se deslizan por ella y la estiran hasta que, en líneas largas y una bajo la otra, puedo ver muchas palabras rellenando cada espacio.
Participante #1:
¡Bienvenida seas, Alice!
Sé que en este momento debes estar haciéndote una y mil preguntas, créeme que lo sé. Sin embargo, pocas podré responder en este simple papel. Aunque te diré un secreto: será suficiente para saciar tu curiosidad momentánea. O lo justo para asustarte, depende de cómo lo interpretes.
Comenzaré por responder la primera pregunta que debes haberte hecho. ¿Qué pasó? A lo que responderé con mucho gusto: fuiste elegida para ser parte de Las Peceras. Quizá no sea una respuesta muy esclarecedora, pero... ¡oye, la vida en sí no es clara! ¿Por qué debería serlo esto? Así que proseguiré a suponer que tu segunda pregunta fue: ¿dónde estoy? Bueno, es la más fácil de responder. Te encuentras atrapada en un grupo de gente desconocida. Espero que sepas a qué grupo me refiero. ¿w******p? ¿Las peceras? Sí, exactamente. Estás dentro del grupo, literalmente. Aunque si tienes más curiosidad, te daré un detalle más: tu pecera, Pez Globo, no es la única. Por eso el plural. ¡Acepta que es divertido! ¿No lo es? Pues para mí sí.
Y por último, responderé a la pregunta que más te debe preocupar. ¿Quién es Maureen? Realmente deberías temer la respuesta. Maureen es quien creó el grupo. Maureen es quien te añadió a él. Maureen es quien te escribió esta carta. Y Maureen es quien te eliminará.
Maureen soy yo.
Oh, pero olvidé decirte cuándo te eliminaré, apuesto a que quieres saberlo. Por lo tanto, te daré la respuesta: te eliminaré del grupo cuando descubras quién soy.
P.D: ¡Inténtalo! Al fin y al cabo, no tienes otra opción.
Doy vuelta la hoja, buscando más información, quizá otra posdata, pero no hay más que eso.
Cuando mis sienes comienzan a latir, parpadeo para quitar la sensación de mareo. Sin embargo, no funciona. Y otra vez, me encuentro perdida.
¿Qué pasó? Me repito la misma pregunta una y otra vez, pero ahora en lo único que puedo pensar es en la estúpida respuesta de Maureen. ¿Quién diablos es? ¿Por qué diablos me eligió a mí? ¿Cómo diablos sabré quién es ella? Todo es tan confuso.
La puerta de mi habitación se abre causando un estruendo y veo que Elena aparece detrás; sus anteojos han desaparecido y sus globos oculares, en vez de verse más pequeños, se ven más grande de lo que se consideraría normal. Parece asustada, como si estuviera con un ataque pánico.
―¡El pez! ¡El pez! ―grita entonces, respirando con dificultad.
Me alarmo y la sujeto del brazo. Algunas de las chicas ingresan al dormitorio con expresiones asustadas. Elena sigue en estado de shock.
―El pez ―repite en tono menos eufórico, parpadeando continuamente.
―¿Qué sucede con el pez? ―pregunta Eiza.
―What's happening here? ―inquiere Mackenzie desde la puerta, luciendo sobresaltada―. ¿De qué pez hablar? ―duda en un español distorsionado.
―El maldito pez ―balbucea Elena con su voz cada vez más baja.
―¿Alguien puede explicarme qué pasa?
Luciana mira de una a otra; en respuesta, me encojo de hombros.
―Yo estaba haciendo un trabajo para la universidad. Entonces ―su voz tiembla―... entonces abrí la página de un libro y apareció él ―acota a duras penas.
―¿Él? ¿Quién?
―¡El pez! ―chilla Elena exasperada. Todas nos sobresaltamos con su grito―. Estaba en la página veintiséis del libro, mirándome con sus... sus ojos grandes y amenazadores. Me hizo dar escalofríos de solo mirarlo. Entonces cuando quise girar la página, mi móvil sonó. ¡j***r! Todo fue muy rápido. En un momento estaba abriendo el mensaje de w******p y al otro ¡puf! Estaba aquí ―explica como si estuviese perdiendo la paciencia, haciendo aspavientos al aire―. Él tiene la culpa ―añade después de largos segundos, sollozando con desespero.
Sus repentinos cambios de humor me sorprenden, pero no tanto como su relato.
―¿La culpa es del pez? ―dudo.
No he acabado de hacer la pregunta, cuando su cabeza se gira hacia mí de manera lenta, tal como lo haría un psicópata en una película de terror; mi piel se eriza de arriba abajo.
―La culpa es del pez ―establece sin quitarme los ojos de encima, adoptando una voz ronca.
Inmediatamente, y a pesar de mi incredulidad al respecto, asiento. No creo que la culpa de estar aquí sea de un pez, pero después de haber visto la expresión de Elena, prefiero no discutirle nada. Y al parecer todas optan por lo mismo ya que nadie vuelve a hablar por largos segundos.
Solo nos miramos una vez más entre todas y asentimos.
La culpa es del pez, es oficial.