Cuando Sara lo vio palideció, el efecto del alcohol en su sangre había comenzado a desvanecerse.
—César mi amor, yo…—Dijo intentando justificar lo injustificable.
—¡Cállate! No digas nada, que nada de lo que digas va a conseguir que pase esto por alto.
—Mi amor, yo te juro que…—insistió.
—¿Mi amor? ¿Todavía te atreves a decirme mi amor? Y no me jures nada, que no tiene caso. ¡Vámonos! Ya pagué tu multa, pero no pretendo pagar la de tu amante, así que tendrá que pasar la noche en prisión y esperar hasta que su esposa venga por él.
La tomó del brazo con fuerza, su instinto quería lastimarla, pero no podía, la amaba demasiado y el dolor que sentía por saberse engañado era insoportable.
Pudo sentir las miradas de las personas que trabajaban en el ministerio y sintió vergüenza porque lo veían con lástima.
La subió al coche y comenzó a conducir, unas calles adelante, se detuvo frente a un hotel.
—¿Nos vamos a quedar aquí? ¿No vamos a casa? —preguntó ella desconcertada.
—Tú te vas a quedar aquí, yo me voy a mi casa, no te quiero volver en mi vida, te voy a enviar tus cosas a la casa de tu madre.
—Pero también es mi casa —replicó
—Te recuerdo que es la casa de mis padres y tú insististe en que nuestro matrimonio fuera por separación de bienes, así que lo único tuyo ahí, es tu ropa.
—¡César por favor perdóname!
—Te perdono, pero no voy a olvidarlo nunca, todo el amor y respeto que sentía por ti, se esfumó esta noche. Te voy a enviar a mi abogado.
Se subió al auto y comenzó a conducir, se acercaba la media noche y se sentía cansado, pero no quería seguir un minuto más en ese lugar.
La carretera estaba oscura, más oscura que nunca, no se veía ningún auto y a cada lado, la selva se volvía más y más espesa.
No pudo evitar derramar sus lágrimas, se sentía dolido, humillado, frustrado y sobre todo muy decepcionado.
Hacía tiempo que él, le había pedido a su mujer que tuvieran un hijo y ella había prometido que lo planificarían para el siguiente año. Nunca pensó que sentiría un gran alivio al no tener a un ser inocente que sufriera por su separación.
Una densa neblina comenzó a cubrir la carretera y sus ojos se cerraban por el sueño, no sabía exactamente en qué punto de la carretera se encontraba, miró el reloj y era exactamente media noche, así que pensó que lo mejor era detenerse y dormir un rato para evitar un accidente.
Cuando encontró un lugar adecuado, se orilló y encendió las intermitentes para que cualquier auto que pasara pudiera verlo.
Reclinó el asiento y se quedó profundamente dormido. De pronto, se vio conduciendo la patrulla por una carretera desconocida, un auto a toda velocidad se estrellaba contra un árbol, se detuvo para ayudar y llamar una ambulancia.
Se bajó y caminó hacia el auto accidentado, su corazón estaba acelerado, porque su subconsciente, ya sabía lo que iba a encontrar.
A cada paso que daba su corazón latía con más fuerza, las manos le sudaban y las piernas le temblaban. Cuando estuvo frente a la ventanilla del auto, solo pudo balbucear —¿Se encuentra bien?
La imagen de Sara, totalmente desnuda, montada a horcajadas sobre el conductor lo hizo despertar agitado y sudoroso.
—¡¡¡Maldita sea Sara!!! — gritó y se reclinó sobre el volante.
Miró el reloj y habían pasado ya varias horas, eran las tres de la mañana, se sentía más despejado, había dormido tres horas y decidió continuar con el viaje.
Giró la llave para encender el motor del auto, pero nada pasó, giró nuevamente y solo conseguía un ruido forzado, pero no lograba arrancar.
—¡Carajo! —Gritó molesto, pensando en que qué más podría pasarle esa noche.
Tomó una lámpara de la guantera y se bajó a revisar el auto, las luces intermitentes le daban a la carretera un aspecto tenebroso, la oscuridad y la neblina recreaban el ambiente perfecto de una noche de brujas.
—¡Una bruja Sara! Eso resultaste ser…una maldita bruja.
Abrió el cofre del auto y cuando se disponía a revisar, las luces intermitentes se apagaron y la luz de la lámpara era tan tenue, que no le permitía ver con precisión el interior, así que decidió darse por vencido, cerrar el cofre y meterse en el auto a esperar que amaneciera.
Un viento helado lo hizo arrepentirse de no haber llevado una chaqueta, se metió al auto tratando de mitigar el frío, pero sin batería, la calefacción había dejado de funcionar, la patrulla se iba a convertir muy pronto en un frigorífico.
Tomó su móvil para llamar a la comisaría y pedir una grúa, pero se le había terminado la batería y estaba apagado, como si necesitara una cereza para su pastel.
Fue entonces que algo a lo lejos llamó su atención, las luces de un pueblo cercano, se veía realmente cerca, solo era cuestión de atravesar doscientos o trescientos metros de selva y podría descansar en un hotel y pedir que un mecánico revisara el auto por la mañana.
Tomó su lámpara y su arma, en esa parte de la selva todavía se avistaban jaguares y algunos otros animales, se frotó los brazos y las manos tratando de darse un poco de calor y comenzó a caminar.
Se sintió como un tonto al ver que la desviación hacia el pueblo estaba justo frente a su nariz, si la hubiera visto antes de orillarse, habría podido conducir hasta allí.
“Qué raro” —Pensó al ver el letrero indicando la desviación hacia el pueblo —“Ambrosía” Un nombre muy extraño para un pueblo— pensó y comenzó a caminar sobre la angosta carretera asfaltada.
A cada paso que daba tenía la sensación de que algo o alguien lo seguía, pero miraba alrededor y no lograba ver nada.
Siguió caminando, no entendía por qué, pero estaba muy nervioso, pegó un grito cuando estuvo a punto de caer de bruces, porque tropezó con algo sobre la carretera.
Sintió lástima por un pobre gato muerto, que seguramente había sido atropellado por algún conductor distraído, el gato todavía sangraba, por lo tanto, no hacía mucho tiempo que había ocurrido el accidente, pero él no había visto ningún auto en horas.
Las luces se veían mucho más cerca, podía vislumbrar incluso las luces de una feria, se veía la rueda de la fortuna iluminada con luces de colores y la carpa de un circo.
Suspiró al ver una cabina telefónica, tal vez debía informar sobre el auto que estaba varado en la carretera, quizá podrían enviar una grúa a recogerlo.
Entró en la cabina, y le pareció como si se encontrara en otra época, esas cabinas las había retirado la compañía telefónica hacía ya muchos años, se buscó en los bolsillos y sacó unas monedas para llamar.
—¿Comisaría? —dijo la voz al otro lado de la línea.
—Soy el detective César Zagal de homicidios, mi auto se averió en algún punto de la carretera a Catemaco, ¿por favor podrían enviar una grúa?
—¿Me repite su nombre?
—César Zagal, homicidios — repitió extrañado porque no reconocía la voz que lo atendía y todas las agentes lo conocían bien.
—¿Me repite su nombre?
—¡Señorita soy el detective Zagal de homicidios! - Dijo ya un tanto exaltado.
—Lo siento señor, pero si no me dice su nombre no puedo hacer nada por usted.
—¿Es una broma? Si es una broma de Halloween es de muy mal gusto señorita. ¡Bueno! ¡Bueno!
La llamada se cortó y él azotó la bocina con fuerza, respiró profundamente y sacó otra moneda, pero al parecer el golpe fue tan fuerte, que averió la línea, porque no consiguió comunicarse de nuevo.
Trató de tranquilizarse, no podía dejar que lo ocurrido con Sara. Lo desquiciara de esa manera, al grado de sentir miedo solo por encontrarse en una carretera solitaria.
Ya faltaba muy poco para llegar al pueblo, miró hacia atrás y el camino recorrido ya era mucho más largo que el que le faltaba, así que lo mejor era continuar.
El ruido de un auto lo hizo voltear, las luces lo deslumbraron, pero cuando el auto se detuvo, no podía creerlo, era un auto clásico Dodge Challenger, popular en los años setenta, lo sabía porque él era aficionado a los autos, y también tenía uno que casi no usaba, porque, tenía la patrulla a su disposición.
—¡Buenas noches guapo! —Una hermosa mujer lo saludó desde el interior —¿Te diriges a Ambrosía? Si gustas puedo llevarte.
Abrió la puerta casi como hipnotizado por la belleza de la chica, nunca antes había conocido a alguien así, su rostro era casi angelical sus cabellos castaños parecían del color del trigo tostado y sus ojos color miel tenían un brillo especial.
—Gra…gracias si —Tartamudeó, nervioso ante la belleza de la mujer, se sintió intimidado.
—Bienvenido a Ambrosía, el lugar donde si pruebas la comida, querrás quedarte para siempre - dijo con la voz más dulce que él hubiera escuchado jamás.
—¿Es en serio? ¿Por eso se llama así el pueblo? - Preguntó divertido porque parecía eslogan de restaurante.
—No, pero te aseguro que, si cocino para ti, no podrás irte jamás…Me llamo Pilar ¿Y tú?