La recuperación de Gina fue más rápida de lo esperado. En poco más de seis semanas, ya caminaba sin muletas y se reincorporaba poco a poco a sus actividades en la empresa. Gerald seguía siendo el novio perfecto: atento, divertido, paciente. La ayudaba a escoger zapatos sin quejarse, la acompañaba a ver proveedores, e incluso le organizó una pequeña fiesta sorpresa de cumpleaños solo con sus amigos cercanos. Había magia en cada gesto suyo. No era el tipo de pasión salvaje que una vez la consumió con Ben, pero había algo igual de valioso: estabilidad, respeto, cuidado genuino. Una tarde de domingo, mientras paseaban por un jardín botánico buscando ideas para el centro de mesa de la boda, Gerald se detuvo, le tomó la mano y besó sus nudillos uno por uno. —No quiero que esto se vuelva una fu

