El sonido del mar rompía con cadencia perfecta contra la orilla. La brisa marina mezclaba sal y carbón, y Ben se concentraba en la carne que chisporroteaba sobre la parrilla. Jason bromeaba a su lado, Evan destapaba cervezas con una sonrisa relajada y los niños correteaban descalzos entre risas. Por primera vez en mucho tiempo, Ben sentía una paz efímera. Liviana, como una ola que apenas roza los tobillos. Entonces escuchó las exclamaciones de las mujeres. —¡Gina! ¡Qué bárbara! —rió April. —Eso no es legal —añadió Elizabeth entre risas. —Dios mío, te odio un poco —bromeó Alexia desde la hamaca. Por instinto, Ben alzó la vista. No quería mirar, pero lo hizo. Y entonces la vio. Gina caminaba hacia la piscina con un pareo suelto, anudado a la cintura, dejando al descubierto sus largas

