El murmullo de las olas llegaba amortiguado a través de las ventanas cerradas. Gina se había acostado en la cama mucho después de que Emma se durmiera y de que las risas se apagaran poco a poco en la casa. Habían seguido compartiendo con los demás un rato más, como si nada hubiera pasado. Como si el roce de piel, la urgencia de un beso robado y el fuego que la consumía por dentro no hubieran existido. Ben no dijo nada. Ella tampoco. Pero en cada mirada fugaz, en cada segundo compartido en silencio, se sentía el eco de lo que no habían terminado. Ahora estaba sola, en pijama, tumbada boca arriba, con los brazos abiertos sobre las sábanas. No lograba relajarse. El ventilador giraba en el techo, constante, y sin embargo, tenía calor. No por el clima. No por la brisa salada que intentaba co

