Habían pasado poco más de dos semanas desde que April volvió de Iowa. En cada charla con Jason, con Elizabeth, con Evan e incluso con Ben, repetía la misma frase: “Gina está mal, pero no dice nada”. La había visto demasiado callada, demasiado tranquila, demasiado vacía. —No me contó nada —había dicho April con frustración días atrás, sentada en el sofá de la casa de Jason—. No hubo señales claras, pero… no está bien. Lo sé. Lo siento. Desde entonces, comenzaron a llamarla con más frecuencia. A escribirle mensajes todos los días. A mandarle fotos, canciones, hasta videos graciosos intentando levantarle el ánimo. Pero Gina no respondía. Ben lo notaba más que nadie. Sentía un peso en el pecho cada vez que revisaba su teléfono y no encontraba ninguna notificación suya. Y lo peor era que no

