Esa noche, mientras ella dormía por efecto de los calmantes, Gerald salió del hospital. Fue a su auto, se sentó con las manos en el volante. Golpeó el volante una, dos, tres veces. Luego, revisó por quinta vez los mensajes borrados que había logrado recuperar. “Emma te extraña mucho.” “Yo también la extraño…” “Qué bonito está su dibujo…” “No sé cómo habría sobrevivido sin ti…” Frases. Solo frases. Nada explícito. Nada que confirmara una infidelidad reciente. Pero bastaba. Bastaba para odiarla. Para odiarlo. Él había dado todo. Había renunciado a su vida en la ciudad, se había mudado, había comprado una casa, construido un futuro. Y ella… ella se lo agradecía escondiéndose. Hablando con Ben. Riéndose de él. Viendo a su hija en videollamadas, usándola como pretexto para no alejarse d

