Gerald había creído que el embarazo traería consigo una solución mágica. Como si aquella noticia tuviera el poder de borrar la herida del pasado, de sellar de una vez por todas los celos, las inseguridades, la constante sensación de que Gina aún no era suya por completo. Había sonreído, la había abrazado con ternura, incluso llorado de emoción cuando vio el resultado positivo. Pero la inquietud, como un gusano sigiloso, no dejaba de retorcerse dentro de él.
Gina lucía radiante. Su piel parecía más luminosa, sus ojos más brillantes. Se movía con una delicadeza nueva, con una mano protectora sobre el vientre incluso antes de que la curva fuera visible. Pero Gerald no podía disfrutarlo del todo. A menudo la miraba en silencio, preguntándose si pensaba en Ben, si ese niño traería consigo una
